Nicolás Poussin
El propio Poussin nació en 1594, en una ciudad pequeña llamada Les Andelys, la cual, según pudimos descubrir, distaba unos pocos kilómetros de Gisors. De joven se marchó de Francia y se instaló en Roma, donde pasó toda su vida, volviendo una sola vez a su país natal. A principios del decenio de 1640 regresó a Francia a petición del cardenal Richelieu, que le había invitado a realizar un encargo específico.
Aunque no participó activamente en política y pocos historiadores se han ocupado de sus inquietudes políticas, Poussin, de hecho, estuvo muy relacionado con la Fronda. No abandonó su refugio de Roma. Pero su correspondencia de aquel período nos lo muestra como un hombre profundamente comprometido con el movimiento contrario a Mazarino y que mantiene relaciones sorprendentemente familiares con cierto número de frondeurs influyentes, tanto es así, de hecho, que, al hablar de ellos, utiliza repetidamente la palabra «nosotros», con lo que se involucra claramente.[18]
Ya habíamos observado que los motivos del río subterráneo Alfeo, de la Arcadia y los pastores arcádicos se remontaban a René de Anjou. Ahora nos pusimos a buscar un antecedente de la frase específica que aparece en el cuadro de Poussin: Et in Arcadia Ego. Aparecía en un cuadro anterior de Poussin, en el cual la tumba está coronada por una calavera y no constituye un edificio por derecho propio, sino que está empotrada en la ladera de un acantilado. En primer término una barbuda deidad acuática reposa en actitud melancólica y taciturna: el dios fluvial Alfeo, señor de la corriente subterránea. La obra data de 1630 o 1635, es decir, de cinco o diez años antes que la versión más conocida de Les bergers d’Arcadie.
La frase Et in Arcadia Ego hizo su debut público entre 1618 y 1623, en un cuadro de Giovanni Francesco Guercino, un cuadro que constituye la verdadera base de la obra de Poussin. En el cuadro de Guercino dos pastores, al entrar en un claro del bosque, acaban de encontrar un sepulcro de piedra. En él se ve la ya famosa inscripción y encima de él reposa una calavera grande. Sea cual fuere el significado simbólico de esta obra, el propio Guercino planteaba cierto número de interrogantes. No sólo estaba muy versado en la tradición esotérica. Al parecer, también lo estaba en las tradiciones de las sociedades secretas y algunos de sus otros cuadros se ocupan de temas de carácter específicamente masónico: sus buenos veinte años antes de que las logias empezaran a proliferar en Inglaterra y Escocia. Un cuadro titulado La ascensión del Maestro se refiere explícitamente a la leyenda masónica de Hiram Abiff, arquitecto y constructor del templo de Salomón. Fue ejecutado casi un siglo antes de la fecha en que, por regla general, se cree que la leyenda de Hiram pasó a formar parte de las leyendas masónicas.[19]
Los «documentos Prieuré» dicen que Et in Arcadia Ego fue la divisa oficial de la familia Plantard desde por lo menos el siglo XII, que fue cuando Jean de Plantard se casó con Idoine de Gisors. Según una fuente citada en los «documentos Prieuré», en 1210 ya alude a la divisa un tal Robert, abad de Mont-Saint-Michel.[20] No pudimos obtener acceso a los archivos de Mont-Saint-Michel y, por tanto, no nos fue posible verificar esta afirmación. Sin embargo, nuestra investigación nos convenció de que la fecha de 1210 era errónea y podía demostrarse que lo era. De hecho, en 1210 no había en Mont-Saint-Michel ningún abad que se llamase Robert. En cambio, un tal Robert de Torigny fue realmente abad de Mont-Saint-Michel entre 1154 y 1186. Y se sabe que Robert de Torigny fue un historiador prolífico y asiduo, entre cuyos pasatiempos estaba coleccionar lemas, divisas, blasones y escudos de armas de familias nobles de toda la cristiandad.[21]
Fuera cual fuese el origen de la frase, parece ser que tanto para Guercino como para Poussin las palabras Et in Arcadia Ego eran algo más que un verso de poesía elegiaca. Salta a la vista que tenía algún significado secreto e importante que ciertas personas sabían reconocer o identificar: era el equivalente, en pocas palabras, de un signo o contraseña de los masones. Y es precisamente en tales términos que una afirmación que aparece en los «documentos Prieuré» define el carácter del arte simbólico o alegórico:
Las obras alegóricas tienen esta ventaja, que una sola palabra basta para iluminar conexiones que la multitud no alcanza a percibir. Tales obras están a disposición de todo el mundo, pero su significado va dirigido a una élite. Por encima y más allá de las masas, quien envía y quien recibe se comprenden el uno al otro. El éxito inexplicable de ciertas obras se deriva de esta cualidad alegórica, la cual no constituye una simple moda, sino una forma de comunicación esotérica.[22]
En su contexto esta afirmación se refería a Poussin. No obstante, tal como ha demostrado Francés Yates, podría aplicarse igualmente a las obras de Leonardo, Botticelli y otros artistas del Renacimiento. También cabría aplicarla a figuras posteriores: Nodier, Hugo, Debussy, Cocteau y sus círculos respectivos.