El principado de Septimania
Estos detalles resultaban provocativos, pero sólo aportaban una base tenue para nuestra hipótesis: que una estirpe descendiente de Jesús existió en el sur de Francia, que esta estirpe se alió matrimonialmente con los merovingios y que, por ende, los merovingios eran parcialmente judaicos. Pero, si bien la época merovingia no nos proporcionó ninguna prueba concluyente de nuestra hipótesis, sí lo hizo la época inmediatamente posterior a ella. De pronto, gracias a esta «prueba retroactiva», nuestra hipótesis se hizo sostenible.
Ya habíamos estudiado la posibilidad de que la estirpe merovingia sobreviviese después de ser destronada por los carolingios. Durante nuestras investigaciones habíamos encontrado un principado autónomo que existió en el sur de Francia durante un siglo y medio, un principado cuyo gobernante más famoso fue Guillem de Gellone, uno de los héroes más venerados de su tiempo. Fue también el protagonista de Willehalm de Wolfram von Eschenbach y se dice que estuvo relacionado con la familia del Grial. Fue en Guillem de Gellone y en sus antecedentes donde encontramos algunas de nuestras pruebas más sorprendentes y apasionantes.
En el momento culminante de su poder Guillem de Gellone contaba entre sus dominios el nordeste de España, los Pirineos y la región de la Francia meridional conocida por Septimania. Desde hacía tiempo había en dicha región una nutrida población judía. Durante los siglos VI y VII esta población había gozado de unas relaciones cordialísimas con sus señores visigodos, que eran partidarios del cristianismo arriano; tanto es así, de hecho, que los matrimonios mixtos eran cosa frecuente y las palabras «godo» y «judío» se empleaban a menudo de forma intercambiable.
En 711, sin embargo, la situación de los judíos de Septimania y del nordeste de España ya se había agravado de una forma lamentable. En el citado año Dagoberto II había sido asesinado y su linaje había tenido que esconderse en Razés, la región que incluía y rodeaba a Rennes-le-Château. Y si bien ramas colaterales de los merovingios todavía ocupaban nominalmente el trono situado al norte, el único poder verdadero estaba en manos de los llamados «mayordomos de palacio», los usurpadores carolingios que, con la sanción y el apoyo de Roma, se dispusieron a instaurar su propia dinastía. Para entonces también los visigodos se habían convertido al cristianismo romano y comenzaban a perseguir a los judíos en sus dominios. Así, cuando la España visigoda fue invadida por los moros en 711, los judíos dieron la bienvenida a los invasores.
Bajo el gobierno musulmán los judíos de España disfrutaron de una existencia próspera. Los moros se portaban bien con ellos y a menudo los colocaban al frente de la administración de ciudades conquistadas como Córdoba, Granada y Toledo. El comercio judío fue alentado y alcanzó una prosperidad insólita. El pensamiento judaico coexistía con el islámico y los dos se fecundaban mutuamente. Y en muchas ciudades —incluyendo Córdoba, la capital de la España mora— la población era predominantemente judía.
A principios del siglo VIII los moros cruzaron los Pirineos y penetraron en Septimania; y desde 720 hasta 759 —mientras el nieto y el bisnieto de Dagoberto seguían su existencia clandestina en Razés— Septimania permaneció en manos islámicas. Septimania se convirtió en un principado moro autónomo, que tenía su propia capital en Narbona y sólo debía lealtad nominal al emir de Córdoba. Y desde Narbona los moros de Septimania empezaron a lanzar ataques contra el norte, llegando a conquistar ciudades como, por ejemplo, Lyon, que estaban situadas muy en el interior del territorio franco.
El avance moro fue contenido por Carlos Martel, mayordomo de palacio y abuelo de Carlomagno. En 738 Carlos Martel ya había obligado a los moros a retirarse hasta Narbona, a la que puso sitio. No obstante, Narbona —defendida tanto por moros como por judíos— resultó inexpugnable, y Carlos Martel desahogó su frustración devastando la campiña que rodeaba la ciudad.
En 752 el hijo de Carlos Martel, Pipino, había formado alianzas con aristócratas locales que le permitieron tener a Septimania completamente bajo su control. Sin embargo, Narbona continuó resistiendo, soportando un sitio de siete años por parte de las fuerzas de Pipino. La ciudad representaba una espina dolorosa clavada en el costado de Pipino en unos momentos en que para él era urgentísimo consolidar su posición. Pipino y sus sucesores eran muy sensibles a las acusaciones de haber usurpado el trono merovingio. Para tener derecho a la legitimidad, forjó alianzas dinásticas con familias supervivientes de la sangre real merovingia. Para dar mayor validez a su posición, dispuso que su coronación se distinguiera por el rito bíblico del ungimiento, en virtud del cual la Iglesia asumía la prerrogativa de nombrar reyes. Pero en el ritual del ungimiento había otro aspecto. Según los eruditos, el ungimiento constituía un intento deliberado de sugerir que la monarquía franca era una copia exacta, si no una verdadera continuación, de la monarquía judaica del Antiguo Testamento. Esto es en sí mismo interesantísimo. Pues ¿por qué Pipino el usurpador querría legitimarse por medio de un prototipo bíblico? A no ser que la dinastía a la que él depuso —la merovingia— se hubiera legitimado precisamente de la misma manera.
En todo caso, Pipino se encontró ante dos problemas: la tenaz resistencia de Narbona y la cuestión de establecer su propio derecho legítimo al trono acudiendo al precedente bíblico. Tal como ha demostrado el profesor Arthur Zuckerman, de la Columbia University, Pipino resolvió ambos problemas por medio de un pacto que en 759 estableció con la población judía de Narbona. De conformidad con dicho pacto, Pipino recibiría la sanción de los judíos a su pretendida sucesión bíblica. También recibiría ayuda judía contra los moros. A cambio de todo ello, concedería a los judíos de Septimania un principado y un rey propios.[7]
En 759 la población judía de Narbona se revolvió de pronto contra los defensores musulmanes de la ciudad, les dio muerte y abrió las puertas de la fortaleza a los sitiadores francos. Poco después, los judíos reconocieron a Pipino como su señor nominal y validaron la pretendida sucesión bíblica legítima. Mientras tanto Pipino cumplió su parte del pacto. En 768 se creó en Septimania un principado judío que rendía lealtad nominal a Pipino pero que, en esencia, era independiente. Se designó oficialmente un gobernante en calidad de rey de los judíos. En los romances este personaje se llama Aymery. Sin embargo, según los testimonios que se conservan, parece que, al ser recibido en las filas de la nobleza franca, adoptó el nombre de Teodorico o Thierry. Teodorico o Thierry era el padre de Guillem de Gellone. Y fue reconocido tanto por Pipino como por el califa de Bagdad como «la semilla de la real casa de David».[8]
Tal como ya habíamos descubierto, los eruditos modernos no estaban seguros de cuáles eran los orígenes y la procedencia de Teodorico. Según la mayoría de los investigadores, era descendiente de los merovingios.[9] Según Arthur Zuckerman, era nativo de Bagdad, un «exilarca» descendiente de judíos que habían vivido en Babilonia desde el cautiverio allí. Con todo, también es posible que el «exilarca» de Bagdad no fuera Teodorico. Cabe que el «exilarca» llegase de Bagdad para consagrar a Teodorico y que los testimonios posteriores confundieran un personaje con el otro. El profesor Zuckerman menciona una afirmación curiosa en el sentido de que los «exilarcas occidentales» eran de «sangre más pura» que los orientales.[10]
¿Quiénes eran los «exilarcas occidentales» si no los merovingios? ¿Por qué un individuo descendiente de los merovingios sería reconocido como rey de los judíos, gobernante de un principado judío y «semilla de la casa real de David», a no ser que los merovingios fuesen en realidad parcialmente judaicos? Tras la colusión de la Iglesia en el asesinato de Dagoberto y la violación del pacto con Clodoveo, es muy posible que los merovingios supervivientes repudiaran toda lealtad a Roma y volviesen a su fe de antes. En todo caso, sus lazos con dicha fe se verían reforzados por el matrimonio de Dagoberto con la hija de un príncipe ostensiblemente «visigodo» que llevaba el nombre patentemente semítico de Bera.
Teodorico o Thierry consolidó aún más su posición, así como la de Pipino, contrayendo un oportuno matrimonio con la hermana de éste, Alda, tía de Carlomagno. En los años siguientes el reino judío de Septimania disfrutó de una próspera existencia. Poseía numerosas fincas recibidas en tenencia libre de los monarcas carolingios. Incluso se le concedieron extensiones respetables de tierras eclesiásticas, a pesar de las protestas vigorosas del papa Esteban III y sus sucesores.
El hijo de Teodorico, rey de los judíos de Septimania, era Guillem de Geilone, entre cuyos títulos estaban el de conde de Barcelona, de Toulouse, de Auvergne… y de Razés. Al igual que su padre, Guillem era, no sólo merovingio, sino también judío de sangre real. Una sangre real que era de la casa de David, hecho que era reconocido por los carolingios, por el califa y, aunque a regañadientes, por el papa.
A pesar de los intentos subsiguientes de ocultarlo, los eruditos y los investigadores modernos han demostrado sobradamente el judaísmo de Guillem de Gellone. Incluso en los romances —donde figura con el nombre de Guillaume, príncipe de Orange— habla con soltura tanto el hebreo como el árabe. La divisa de su escudo es la de los «exilarcas» orientales: el León de Judá, la tribu a la que pertenecía la casa de David y a la que más adelante pertenecería Jesús. Se le da el apodo de «nariz ganchuda». E incluso en medio de sus campañas hace todo lo posible por guardar el sábado y la fiesta judaica de los tabernáculos. Tal como comenta Arthur Zuckerman:
El cronista que escribió el informe original del sitio y la caída de Barcelona registró los acontecimientos de acuerdo con el calendario judío… [El] comandante de la expedición, duque Guillermo de Narbona y Toulouse, dirigió la campaña guardando estrictamente los sábados y días santos de los judíos. En todo esto disfrutó de la comprensión y la cooperación del rey Luis.[11]
TOULOUSE y CARCASONA.
Guillem de Gellone se convirtió en uno de los llamados «pares de Carlomagno», un auténtico héroe histórico que, en la mente y la tradición populares, estaba a la altura de figuras legendarias como Roland y Olivier. Cuando el hijo de Carlomagno, Luis, fue investido emperador, fue Guillem quien colocó la corona sobre su cabeza. Cuentan las crónicas que Luis dijo: «Señor Guillermo… es tu linaje el que ha levantado el mío».[12] Es una afirmación extraordinaria si se tiene en cuenta que va dirigida a un hombre cuyo linaje —en lo que se refiere a historiadores posteriores— parece absolutamente oscuro.
Al mismo tiempo, Guillem era más que un guerrero. Poco antes de 792 fundó una academia en Gellone, importando eruditos y creando una renombrada biblioteca; y Gellone no tardó en convertirse en un centro muy estimado de estudios judaicos. Es de una academia semejante de donde pudo salir el «pagano» Flegetanis, el erudito hebreo que descendía de Salomón y que, según Wolfram confió el secreto del Santo Grial a Kyot de Provenza.
En 806 Guillem se retiró de la vida activa y se encerró en su academia. En ella murió en 812 aproximadamente, y luego la academia fue convertida en monasterio, el actualmente famoso Saint-Guilhelm-le-Désert.[13] Con todo, incluso antes de la muerte de Guillem, Gellone había pasado a ser una de las principales sedes del culto de la Magdalena[14] en Europa, culto que, significativamente, floreció en dicho lugar al mismo tiempo que la academia judaica.
Jesús era de la tribu de Judá y de la casa real de David. De la Magdalena se dice que llevó el Grial —el Sangraal o «sangre real»— a Francia. Y en el siglo VIII había en el sur de Francia un potentado de la tribu de Judá y de la casa real de David al que se reconocía como rey de los judíos. No sólo era un judío practicante, sin embargo. Era también un merovingio. Y en el poema de Wolfram von Eschenbach él y su familia están relacionados con el Santo Grial.