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Ya no intentan guardar silencio. Reidar se apoya en Mikael mientras bajan la escalera hasta el estrecho pasillo de servicio. Lo recorren despacio hacia la izquierda, por delante del viejo armario con la cubertería de Navidad, y llegan a la cocina.
Reidar tiene que parar de nuevo, está extenuado, necesita tumbarse, el dolor del pecho es insoportable.
—Huye —jadea tosiendo—. Corre, corre hasta la carretera.
En la mesa de la cocina todavía está la vela con la llama encendida. La cera se ha derramado por un lado de la botella y ha manchado el mantel.
—Solo no —dice Mikael—. No puedo…
Reidar toma una bocanada de aire y continúa adelante, le centellea la vista, se apoya en la pared con la mano, y el cuadro de Cullberg queda torcido.
Cruzan la sala de música y Reidar apenas nota el suelo bajo sus pies.
Hay sangre en el parquet, pero siguen avanzando hasta el recibidor. La puerta principal está abierta y ha entrado nieve sobre la alfombra persa y hasta los pies de la gran escalera.
Mikael corre al armario de la entrada, coge el abrigo de Reidar de un tirón y encuentra el espray rosa de nitroglicerina. Con manos temblorosas, Reidar se lleva el dispositivo a la boca, abre y se echa una dosis debajo de la lengua, da unos pasos más y se echa otra.
Señala el cuenco al otro lado del recibidor en el que están las llaves del coche.
Pero ahora oyen pasos pesados que cruzan los salones desde la cocina. No hay tiempo. Salen corriendo al cielo oscuro de la mañana.
El aire está helado.
La escalinata se ha llenado de nieve. Mikael lleva zapatillas de deporte, pero a Reidar el frío le quema las plantas de los pies.
El dolor en el pecho ha desaparecido y ahora pueden moverse mucho más rápido. Juntos corren hasta el coche aparcado de Saga Bauer.
Reidar tira de la puerta, mira dentro y ve que las llaves no están.
Jurek Walter aparece en la escalinata y los observa bajo la lúgubre luz invernal. Limpia la sangre del cuchillo y continúa en dirección hacia ellos.
Mikael y Reidar corren por la nieve hacia las cuadras, pero Jurek es demasiado rápido. Reidar mira los pastos. El hielo oscuro del riachuelo parece una cinta negra que serpentea por la nieve hasta el torrente de agua.