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El equipo secreto de espionaje Athena Promacho lleva sentado escuchando los ruidos estomacales de Saga Bauer unas dos horas, desde que ésta entró en el hospital Löwenströmska.
—Si alguien apareciera ahora se pensaría que somos una secta new age de algún tipo —dice Corinne con una sonrisita.
—Es bastante bonito —reconoce Johan Jönson.
—Relajante —sonríe Pollock.
Todo el grupo mantiene los ojos entornados mientras escucha el suave borboteo y los puntuales silbidos.
De pronto se oye un rugido que a punto está de reventar los grandes altavoces: Saga ha vomitado el micrófono. Johan Jönson vuelca su lata de Coca-Cola y Nathan Pollock se pone a temblar.
—Ahora, por lo menos, estamos despiertos. —Corinne sonríe y su pulsera de jade rechina cálidamente al pasarse un dedo por la ceja.
—Voy a llamar a Joona —dice Nathan.
—Perfecto.
Corinne Meilleroux abre su ordenador y anota la hora en el cuaderno de bitácora. Corinne tiene cincuenta y cuatro años y es de origen franco-caribeño. Es esbelta y siempre lleva trajes a medida con blusa de seda bajo la chaqueta. Su cara es seria, tiene los pómulos marcados y las sienes delgadas. El pelo, negro con mechas grises, siempre lo lleva recogido con un broche.
Corinne Meilleroux ha trabajado veinte años para la Europol y siete para la policía secreta de Estocolmo.
Joona está frente a Mikael Kohler-Frost en su habitación del hospital. Reidar está sentado en una silla y le coge la mano a su hijo. Los tres llevan cuatro horas hablando e intentando encontrar nuevos detalles que pudieran servir para ubicar el sitio en el que Mikael ha estado cautivo junto con su hermana.
Nada nuevo ha salido a la luz y Mikael parece muy cansado.
—Necesitas dormir un poco —dice Joona.
—No —responde Mikael.
—Sólo un poco. —El comisario sonríe y detiene la grabación.
La respiración de Mikael se ha vuelto muy pesada y regular cuando Joona va a buscar el periódico del bolsillo de su abrigo y lo deja delante de Reidar.
—Sé que me pidió que lo dejara —dice Reidar, y se cruza con la mirada de Joona—, pero ¿cómo iba a soportarme a mí mismo si no hago todo lo que puedo?
—Le entiendo —asiente Joona—, pero pueden surgir problemas y debe mentalizarse al respecto.
En una página entera del periódico aparece el retrato robot del aspecto que Felicia podría tener en la actualidad.
Una joven que se parece a Mikael, con pómulos salientes y ojos marrones. El pelo negro le cuelga, revuelto, al lado del rostro pálido y serio.
Un titular de grandes letras informa de que Reidar ofrece una recompensa de veinte millones de coronas a quien pueda dar una pista que lleve hasta Felicia.
—Ya están entrando ríos de mails y llamadas —explica Joona—. Intentamos comprobarlo todo, pero… La mayoría seguro que lo hacen con buena intención, creen haber visto algo, pero también hay muchos que sólo tienen la esperanza de hacerse ricos.
Reidar vuelve a doblar el periódico con cuidado, dice algo entre dientes y luego levanta la cabeza.
—Joona, haré cualquier cosa, yo… Mi hija lleva tanto tiempo encerrada y a lo mejor muere sin que…
Se le quiebra la voz y aparta la cara un momento.
—¿Tiene hijos? —pregunta casi sin fuerza.
Antes de que Joona tenga tiempo de mentir, el teléfono le empieza a sonar en la americana. Se disculpa, responde y oye la voz suave de Pollock explicándole que Athena Promacho está conectado.