138

«Esto es una locura», piensa Anders y cierra la puerta tras de sí. Ha entrado en mitad de la noche a ver a una paciente y ahora se encuentra en su celda a oscuras. El corazón le late tan fuerte que le duele.

La intuye en la cama.

Va a permanecer dormida durante varias horas, casi inconsciente.

La puerta de la salita de descanso donde duerme My está cerrada. Hay dos guardias en la puerta de seguridad más alejada. Los demás también duermen.

Ni siquiera él mismo sabe qué hace en la celda de Saga, no puede pensar con claridad, sólo siente el impulso de entrar para mirarla otra vez, tiene que darse el gusto de poder sentir su piel caliente bajo las yemas de los dedos.

Le resulta imposible dejar de pensar en los pechos sudados de Saga y su mirada perdida cuando se cruzó con la de él mientras se retorcía para liberarse y se le corría la ropa.

Anders se repite que sólo está controlando que todo esté en orden con la paciente que se acaba de tomar un tranquilizante.

Si alguien lo pilla podrá decir que ha observado apnea y que ha tomado la decisión de entrar por cuenta propia debido a la fuerte medicación que está tomando la paciente.

Dirán que es una irresponsabilidad no despertar a My, pero la visita en sí se considerará necesaria.

Él sólo quiere comprobar que Saga está bien.

Anders da un par de pasos en la celda y de pronto piensa en redes de pesca, camisas de fuerza y en las aberturas de las nasas, los aros grandes que conducen a unos más estrechos, hasta que el pez ya no puede escapar.

Traga saliva y se dice que no ha cometido ningún error. Sólo se preocupa mucho de sus pacientes.

No puede dejar de pensar en ella desde que le puso la inyección. El recuerdo de su espalda y de su culo pesa mucho en su interior.

Lentamente, se acerca y contempla a Saga en la oscuridad. Intuye que está durmiendo de lado.

Con cuidado, se sienta en el borde de la cama y aparta la manta de sus piernas y de su culo. Intenta oír su respiración, pero su propio pulso le resuena demasiado en los oídos.

El cuerpo de Saga emana calor.

Anders le acaricia dulcemente el muslo, un gesto que cualquier médico haría. Sus dedos alcanzan las braguitas de algodón.

Tiene las manos frías, tiembla y está demasiado nervioso para excitarse.

Todo está tan oscuro que la cámara del techo no puede registrar lo que hace.

Deja que los dedos se deslicen sobre las bragas y entre los muslos y percibe el calor de sus genitales.

Presiona suavemente un dedo sobre la tela y, muy despacio, sigue el recorrido de su sexo.

Le gustaría acariciarla hasta el orgasmo, hasta que todo su cuerpo clamara por que la penetrara, a pesar de estar dormida.

Los ojos de Anders se han hecho a la oscuridad y ahora ve los muslos delgados de Saga y el perfil perfecto de su cintura.

Se recuerda que la paciente está profundamente dormida, lo sabe, y le baja las bragas sin cuidado. Ella suelta un jadeo en el sueño, pero permanece inmóvil.

Su cuerpo brilla en la oscuridad.

El vello rubio, la delicadeza de las ingles, la barriga lisa.

Seguirá dormida independientemente de lo que él haga.

Para ella no tiene importancia.

No le dirá que no, no lo mirará suplicando que pare.

Ahora todo el deseo sexual de Anders se aviva, se apodera de él, le acelera la respiración. Siente que su pene se endurece y le aprieta bajo el pantalón. Tiene que darle espacio y lo recoloca con la mano.

Oye su propia respiración, los latidos del corazón y el bullicio de la sangre. Tiene que entrar en ella. Tantea con las manos las rodillas de Saga, intenta separarle las piernas.

Ella se retuerce y agita débilmente las piernas en el sueño.

Anders tranquiliza sus gestos, se inclina sobre ella, mete las manos entre sus muslos e intenta abrirlos.

No puede, casi parece que se esté resistiendo.

La vuelve para tumbarla boca arriba, pero ella se desliza hasta el suelo, se sienta y lo mira con los ojos abiertos.

Anders sale rápidamente de la celda, piensa que Saga no estaba despierta de verdad, que mañana no recordará nada, sólo creerá que estaba soñando.

El hombre de arena
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