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En una de las paredes del despacho de Samuel en la policía judicial colgaba un gran mapa de Suecia en el que habían señalado con chinchetas a las personas desaparecidas.
Estaban convencidos de que de las cuarenta y cinco, no todas habían sido asesinadas, pero, por el momento, preferían no descartar a nadie.
Como no había ningún sospechoso que encajara con el patrón temporal de las desapariciones, comenzaron a buscar móviles y formas de proceder, un modus operandi. No había similitudes con casos de homicidio resueltos. El asesino al que se enfrentaban en esa ocasión no dejaba rastro de violencia y escondía los cuerpos de las víctimas muy bien.
Se suele dividir a los asesinos en serie en dos grupos según la elección de su víctima: el primero, definido como «particularista», siempre busca a la víctima ideal, quien coincide lo máximo posible con la imagen que el criminal se ha creado de ella. Estos homicidas se fijan en un tipo de persona y quizá persiguen, exclusivamente, a chicos rubios en sus primeros años de adolescencia.
A los del otro grupo se los denomina «generalistas». Éstos hacen la elección según la disponibilidad de la víctima, quien sólo cumple un rol en la fantasía del asesino, sin que tenga ninguna relevancia quién es en realidad ni qué aspecto tiene.
Pero el asesino en serie con el que Joona y Samuel creían haberse topado quedaba al margen de aquellas dos categorías. Por un lado, era generalista, dada la diversidad del perfil de las víctimas, pero, por otro, casi ninguna era fácil de localizar.
Estaban buscando a un asesino en serie que, en principio, era invisible, no seguía ningún patrón y no dejaba rastros ni señales.
Los días pasaban sin que las mujeres desaparecidas de Sollentuna dieran señales de vida.
Joona y Samuel no podían presentar las pistas concretas de un asesino en serie a su jefe. Se limitaban a repetir que no podía haber ninguna otra explicación a todas esas desapariciones. Dos días más tarde, se le restó prioridad al caso y los recursos para el seguimiento se esfumaron.
Pero Joona y Samuel no querían rendirse y empezaron a dedicar las tardes libres y los fines de semana a la búsqueda.
Se concentraron en el patrón de que si dos personas de una misma familia habían desaparecido, el riesgo de que una tercera fuera a hacerlo en un futuro próximo aumentaba considerablemente.
Mientras vigilaban a las familias de las dos mujeres de Sollentuna, se denunció la desaparición de dos niños en Tyresö. Mikael y Felicia Kohler-Frost. Hijos del famoso escritor Reidar Frost.