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El fuego de la chimenea se ha apagado y la sala está helada cuando Reidar se despierta en el sofá. Le escuecen los ojos y piensa en las historias que contaba su mujer sobre el hombre de arena, el que tira polvo a los ojos de los niños para que duerman toda la noche.
—Maldita sea —susurra Reidar, y se incorpora.
Está desnudo y ha vertido vino sobre el cuero del sofá. Se oye el zumbido lejano de un avión. La luz de la mañana ilumina las ventanas empañadas.
Reidar se levanta y ve que Verónica está acurrucada a los pies de la chimenea. Se ha envuelto en el mantel de la mesa. Un corzo brama fuera, en el bosque. En el piso de abajo continúa la fiesta, pero sin mucho ruido. Reidar coge la botella de vino medio llena y sale de la habitación con pasos inestables. Siente los latidos del dolor de cabeza cuando empieza a subir por la escalera que lleva al dormitorio. Se detiene en el rellano, suspira y vuelve a bajar. Con cuidado, sube a Verónica al sofá, la tapa con una manta de lana, recoge del suelo sus gafas de leer y las deja sobre la mesa.
Reidar Frost tiene sesenta y dos años y es autor de tres bestsellers internacionales, la llamada serie «Sanctum».
Se mudó de la casa de Tyresö ocho años atrás, cuando compró la finca Råcksta, a las afueras de Norrtälje. Doscientas hectáreas de bosque, campos de cultivo, cuadras y un paddock muy bonito donde, a veces, entrena a sus cinco caballos. Trece años atrás, Reidar Frost se quedó solo debido a unas circunstancias que nadie debería sufrir. Su hijo y su hija desaparecieron sin dejar rastro una tarde cuando salieron a escondidas de casa para verse con un amigo. Las bicicletas de Mikael y Felicia fueron halladas en un sendero cerca de Badholmen. Salvo un comisario con acento finlandés, todo el mundo dio por hecho que los niños habían jugado demasiado cerca del agua y se habían ahogado en la ensenada de Erstaviken.
La policía dejó de buscar a pesar de no haber encontrado los cuerpos. Al final, Roseanna, la esposa de Reidar, ya no lo soportaba más, ni a él ni su propia nostalgia. Pasado un tiempo, se mudó a casa de su hermana, pidió el divorcio y con el dinero de la repartición de bienes se fue al extranjero. Apenas dos meses después de la separación, la encontraron en la bañera de un hotel en París. Se había suicidado. En el suelo había un dibujo que Felicia le había hecho para el día de la madre.
Los niños fueron declarados muertos. Sus nombres están inscritos en una lápida que Reidar visita muy de vez en cuando. El mismo día que se hizo oficial, invitó a sus amigos a una fiesta en su casa y, desde entonces, ha procurado mantenerla con vida, igual que se alimenta un fuego.
Reidar Frost está convencido de que beberá hasta morir, pero al mismo tiempo sabe que se quitaría la vida si lo dejaran solo.