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El tráfico se diluye a medida que avanza en dirección norte. Joona acelera todo lo que puede y piensa que después de todos esos años, de repente hay tres piezas del rompecabezas que encajan.

El padre de Jurek Walter trabajó y se suicidó en el piso donde vivían, en la misma cantera de grava.

Mikael dice que el hombre de arena olía a arena.

Y Reidar Frost se crió en una vieja cantera de grava en Rotebro.

«¿Y si se trata de la misma? No puede ser una coincidencia, las piezas deben de encajar. Si es así, allí es donde se encuentra Felicia y no donde están buscando mis compañeros», piensa.

El aguanieve entre los carriles hace que el coche se balancee. El agua encharcada salpica el parabrisas.

Joona sale de la carretera por delante de un aerobús del aeropuerto de Arlanda, baja por el desvío y pasa frente a un gran aparcamiento. Toca la bocina y a un hombre se le caen las bolsas del súper Willys cuando se aparta sobresaltado.

Dos coches han parado en un semáforo en rojo, pero Joona invade el carril contrario y gira a la izquierda con un volantazo. Los neumáticos resbalan en el pavimento mojado. Sube con el coche al césped cubierto de nieve y atraviesa un montículo blanco. Los montones apelmazados de nieve y los trozos de hielo raspan los bajos del coche y la carrocería del capó. Recupera la velocidad, cruza Rotebro y sube por la estrecha carretera de Norrviksleden, que avanza paralela a la alta colina.

La iluminación de la carretera se balancea con el viento y la nieve se precipita en la luz.

Joona llega a la cumbre y ve el desvío a la arenera un poco tarde, pega un giro brusco y frena delante de dos barreras pesadas de metal. Los neumáticos pierden agarre sobre la nieve, Joona gira el volante, el vehículo derrapa y el parachoques de atrás se empotra en una de las barreras. El plástico rojo de la luz de freno estalla en mil pedazos que se esparcen sobre el manto blanco.

Joona abre la puerta de un empujón, abandona el coche y pasa corriendo por delante de la caseta azul de la oficina.

Con la respiración agitada, baja por la empinada cuesta que conduce al enorme cráter que se ha ido abriendo con los años. Unos focos altísimos iluminan el extraño paisaje lunar, salpicado de bulldozers dormidos y grandes montículos de arena cribada.

Joona piensa que allí no hay nadie enterrado, allí no se puede esconder ningún cuerpo porque lo excavan todo. Una cantera es un gran boquete que se hace cada día más ancho y más profundo.

La fuerte nevada queda iluminada por los focos.

Joona corre al lado de grandes instalaciones trituradoras con cintas transportadoras elevadas.

Todavía está en la parte más nueva de la cantera. La arena está limpia y es evidente que allí se desarrolla una rutina diaria de trabajo.

Pasadas las máquinas, hay casetas de obra azules y tres caravanas.

La sombra de Joona lo adelanta en el suelo cuando la luz de otro foco queda al descubierto detrás de otra montaña de arena.

Quinientos metros más adelante, Joona ve zonas cubiertas de nieve delante de un gran despeñadero. Deben de ser las secciones más antiguas de la cantera.

Sube por una cuesta empinada donde la gente ha tirado basura, neveras viejas, muebles rotos y demás escombros. Resbala en la nieve pero sigue subiendo, las piedras bajan rodando a su paso, derriba una bicicleta oxidada y llega tropezando a la cima.

Ahora se encuentra al nivel original de la colina, más de cuarenta metros por encima del nuevo nivel del suelo, y puede contemplar el devastado paisaje. El aire frío le araña los pulmones cuando pasea la mirada por el iluminado cráter con la maquinaria, los caminos provisionales y las montañas de arena.

Empieza a correr por la estrecha lengua de hierba cubierta de nieve entre la abrupta pendiente y la carretera de Älvsundsvägen.

Hay un coche abollado en la cuneta, delante de una verja de la obra llena de carteles de peligro y emblemas de la empresa de vigilancia. Joona se detiene y entorna los ojos en la nevada. En la esquina más alejada de la parte más vieja de la cantera, hay una superficie asfaltada con una hilera de casas de una sola planta, estrechas y rectas, como barracas militares.

El hombre de arena
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