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Saga inspecciona las esquinas y los rincones a punta de pistola y cruza de puntillas el pasillo que da a la escalera del recibidor.
Tiene que subir a buscar a Mikael y a Reidar y llevarlos al coche.
El cielo debe de haberse aclarado un poco porque ahora ya es posible distinguir los cuadros en las paredes y el contorno de los muebles.
La adrenalina le agudiza todos los sentidos.
El ruido de sus pasos desaparece cuando pisa una alfombra y pasa junto al piano de cola negro. Ve un destello con el rabillo del ojo. Gira la cabeza en el acto y reconoce un chelo con la pica desplegada.
Las paredes crepitan como si la temperatura de fuera, de repente, hubiera caído en picado.
Saga avanza a hurtadillas con la pistola apuntando al suelo. Despacio, desplaza el dedo hasta el gatillo y lo aprieta suavemente hasta que la primera muesca del recorrido salta.
Se detiene en mitad de un paso y escucha. La casa se encuentra en silencio total. El pasillo que tiene delante está más oscuro que el resto de las habitaciones, la puerta doble está casi cerrada.
Saga sigue recto y de pronto oye un frufrú detrás de sí. Se da la vuelta y ve la nieve que se ha desprendido del saliente del tejado y se precipita delante de la ventana.
Su corazón se acelera.
Cuando se vuelve de nuevo en dirección al pasillo, ve una mano en la puerta. Alguien está agarrando el canto de la hoja con unos dedos delgados.
Saga apunta a la puerta, dispuesta a disparar a través de la madera cuando un grito estridente rompe la noche.
La mano suelta la puerta y desaparece, algo se desploma en el suelo y las dos puertas se abren de golpe.
Hay un hombre tirado en el suelo. Una pierna se sacude por los espasmos.
Saga se acerca y ve que es Wille Strandberg, el actor. Está sollozando y se aprieta el estómago.
Un chorro de sangre borbotea entre sus dedos.
Mira desconcertado a Saga y parpadea rápido.
—Soy policía —dice ella y oye que la escalera cruje por el peso de una persona—. La ambulancia está en camino.
—Quiere llevarse a Mikael —gime el actor.