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Mikael está sentado en su cuarto viendo la tele con Berzelius. Reidar baja la escalera y a través de la hilera de ventanas contempla la nieve que cubre los campos con un resplandor gris. Hoy el sol no ha llegado a salir, han estado casi a oscuras desde primera hora de la mañana.
La leña de abedul arde amarilla en la chimenea y sobre la mesa de la biblioteca está el correo del día. Por los altavoces suena una sonata para piano de Beethoven.
Reidar se sienta y echa un vistazo rápido al montón de cartas. La traductora japonesa de Reidar necesita saber los títulos exactos de sus obras y las edades de los distintos personajes para el largometraje manga que van a hacer de sus libros y un productor de una empresa de televisión estadounidense quiere discutir un nuevo proyecto. Al final del montón hay un sobre sin remitente. Parece que la dirección de Reidar la haya escrito un crío.
No sabe por qué su corazón empieza a palpitar incluso antes de abrir el sobre y leer la nota:
Ahora mismo Felicia está durmiendo. Me mudé al 1B del pasaje Kvastmakarbacken hace un año. Felicia lleva aquí mucho más tiempo que yo. Me he cansado de darle comida y agua. Te la puedo devolver si quieres.
Reidar se levanta y llama a Joona con manos temblorosas. Tiene el teléfono apagado. Reidar sale al recibidor. Sabe perfectamente que puede tratarse de otro mentiroso, pero tiene que ir, ya. Coge las llaves del coche del cuenco que hay en la mesita del recibidor, comprueba que la botellita de nitroglicerina esté en el bolsillo del abrigo y sale disparado por la puerta.
Mientras conduce a Estocolmo intenta llamar a Joona otra vez y encuentra a su compañera Magdalena Ronander.
—¡Sé dónde está Felicia! —grita—. Está en el barrio de Södermalm, en un piso del pasaje Kvastmakarbacken.
—¿Es usted Reidar? —pregunta ella.
—¡¿Por qué coño es tan difícil encontrar a alguien?! —ruge Reidar.
—¿Está diciendo que sabe dónde está Felicia? —pregunta Magdalena.
—En el 1B del pasaje Kvastmakarbacken —dice Reidar en un intento de parecer que está sereno y lúcido—. Esta mañana me ha llegado una carta.
—Nos gustaría verla…
—Necesito hablar con Joona —la interrumpe Reidar, y se le cae el teléfono.
Se cuela por el hueco al lado del asiento, Reidar suelta un taco y golpea estresado el volante mientras adelanta a un tráiler. El parabrisas se llena de nieve sucia y el coche da un bandazo con la corriente de aire.