54

El saco de boxeo suelta un gemido seco y la cadena restalla. Saga Bauer se aparta suavemente, acompaña el movimiento del saco con el cuerpo y lanza otro golpe. Se oyen dos chasquidos y luego el eco, que rebota en las paredes de la vacía sala de boxeo.

Está entrenando una combinación de dos ganchos de izquierda, uno alto y otro bajo, seguidos de uno fuerte de derecha.

El saco negro se balancea, la cadena chirría. La sombra se desliza por la cara de Saga y ella lanza otro combo. Tres golpes rápidos. Hace rodar los hombros, retrocede, rodea el saco y golpea.

Su melena, larga y rubia, salta hacia un lado con el rápido movimiento de cadera y le toca la cara.

Saga se olvida del tiempo cuando está entrenando y todo pensamiento es expulsado de su cabeza. Lleva dos horas sola en el local. Los últimos salieron del club cuando ella estaba saltando a la cuerda. La iluminación del ring está apagada, pero la luz blanca de la máquina de bebidas llega desde la entrada. Al otro lado de las ventanas se arremolinan los copos de nieve, en el resplandor del rótulo de la lavandería y a lo largo de toda la acera.

Con el rabillo del ojo, Saga percibe un coche que se detiene en la calle, delante del club de boxeo, pero ella sigue practicando la combinación, intentando aumentar la fuerza con cada golpe. Las gotas de sudor salpican el suelo delante de una pera de boxeo que se ha soltado de la sujeción.

Stefan entra. Se quita la nieve de los zapatos taconeando sobre el felpudo y luego se queda un rato en silencio. Lleva el abrigo abierto y se puede ver el traje claro y la camisa blanca.

Saga sigue lanzando ganchos y ve a Stefan quitarse los zapatos y entrar.

El único ruido que se oye son los golpes en el saco y el restallido de la cadena.

Saga quiere seguir entrenando, aún no está dispuesta a romper la concentración. A pesar de que Stefan se pone detrás del saco, baja la frente y lanza su rápida serie a ritmo constante.

—Más fuerte —dice él.

Saga lanza un recto de derecha tan fuerte que Stefan tiene que dar un paso atrás para compensar la fuerza. Ella no puede dejar de reír y antes de que él recupere el equilibrio, golpea otra vez.

—Aguanta —le dice ella con un atisbo de impaciencia en la voz.

—Tenemos que irnos.

La cara de Saga irradia calor y seriedad cuando lanza un combo potente. Le resulta tan fácil llenarse de su propia rabia… La rabia la hace sentirse débil, pero también es lo que la hace seguir luchando y golpear cuando los demás se han rendido.

Los duros golpes hacen temblar el saco y la cadena. Se obliga a parar a pesar de que podría continuar un buen rato más.

Entre jadeos, da un par de pasos atrás. El saco sigue balanceándose. Un polvillo fino de cemento cae de la sujeción del techo.

—Me conformo —sonríe ella, y se quita los guantes con la boca.

Él la acompaña al vestuario de las chicas y la ayuda a quitarse las vendas de las muñecas.

—Te has hecho daño —susurra él.

—No es nada —dice ella echando un vistazo a la mano.

La ropa de deporte desgastada está empapada de sudor. Se le marcan los pezones en el sujetador húmedo y tiene los músculos hinchados y llenos de sangre.

Saga Bauer es comisaria de la policía secreta y ha colaborado con Joona Linna en dos casos importantes de la policía judicial. No sólo es boxeadora de élite, sino que también es una tiradora excelente y está especializada en técnicas avanzadas de interrogatorio.

Tiene veintisiete años, sus ojos son azules como un cielo de verano, lleva algunas cintas de colores trenzadas en su melena larga y rubia y su belleza roza lo inverosímil. La mayoría de las personas que la ven se sienten invadidas por una misteriosa e impotente nostalgia. Verla es enamorarse fatalmente.

El vapor mana del agua caliente de la ducha y los espejos ya se han empañado. Saga se queda quieta con las piernas separadas y los brazos caídos a los lados mientras el agua corre por todo su cuerpo. En un muslo tiene un gran cardenal que está amarilleando y le sangran los nudillos de la mano derecha.

Levanta la cabeza, se quita el agua de la cara y ve que Stefan la está mirando concentrado.

—¿En qué piensas? —pregunta Saga.

—En que la primera vez que tuvimos sexo estaba lloviendo —dice en voz baja.

Ella recuerda muy bien aquella tarde. Habían ido al cine en pleno día y cuando salieron, en la plaza Medborgarplatsen, llovía a raudales. Corrieron por la calle Sankt Paulsgatan hasta el estudio de él, pero aun así acabaron empapados. Stefan ha comentado varias veces la forma en que ella se quitó la ropa sin reparos, la tendió sobre un radiador y se puso a jugar con el piano. Decía que sabía que no debía mirarla fijamente, pero que ella iluminaba la habitación como una esfera de cristal fundido en una vidriería oscura.

—Métete en la ducha —dice ahora Saga.

—No tenemos tiempo.

Ella lo mira con el entrecejo fruncido.

—¿Estoy sola? —pregunta Saga de pronto.

—¿Qué quieres decir? —pregunta él con una sonrisa.

—¿Estoy sola?

Stefan abre una toalla y dice con calma:

—Venga, vamos.

El hombre de arena
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