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Después de la visita del médico la noche anterior, nota un malestar que corre como la lluvia en una ventana, no lo siente del todo cerca, pero aun así la mantiene encerrada.
La medicación deja a Saga ausente de la realidad, pero tiene el fuerte presentimiento de que en poco tiempo se delatará.
«El médico me habría violado si hubiese estado dormida de verdad —piensa—. No puedo dejar que me toque otra vez».
Sólo necesita un poco más de tiempo para terminar la infiltración. Está tan cerca… Jurek habla con ella de sus planes de fuga. Y a menos que la delaten, pronto le dará un sitio, una pista o algo que conduzca a Felicia.
Ayer estuvo a punto de hacerlo. A lo mejor es hoy.
Siempre y cuando el micrófono funcione.
Siempre es el recuerdo de Felicia lo que más ayuda a Saga.
Debe concentrarse en lo que la ha llevado allí. Sin compadecerse de sí misma.
Va a salvar a la niña encerrada.
Las reglas son claras. Bajo ninguna circunstancia puede ayudar a Jurek a darse a la fuga, pero puede planearla con él, puede interesarse y hacerle preguntas.
El error más frecuente de las fugas es que una vez fuera uno no tiene dónde meterse. Jurek no cuenta con ese problema. Él sabe adónde irá.
Suena el zumbido eléctrico de la cerradura de la salita de recreo. Saga se levanta de la cama, hace rodar los hombros como antes de un combate y luego sale.
Jurek Walter la está esperando en la pared contraria. Saga no logra entender cómo ha podido llegar tan rápido a la salita.
No hay excusa para permanecer cerca de la cinta para correr ahora que no tiene cable. Sólo le queda cruzar los dedos para que el micrófono tenga suficiente alcance.
La tele no está puesta, pero Saga se sienta en el sofá.
Jurek está delante de ella.
Le da la sensación de no tener piel en el cuerpo, como si él contara con la inaudita capacidad de verle la carne al descubierto.
Jurek se sienta a su lado y ella le pasa la pastilla discretamente.
—Sólo necesitamos cuatro más —dice él, y sus ojos claros se cruzan con los de Saga.
—Sí, pero…
—Después podremos dejar atrás este sitio.
—Es que a lo mejor no quiero.
Cuando Jurek Walter alarga la mano y la posa sobre el brazo de Saga, ella casi da un respingo. Él se percata de su miedo y la mira inexpresivo.
—Tengo un sitio que creo que te encantará —dice—. No está muy lejos de aquí. Sólo es una vieja casa detrás de una antigua fábrica de cemento abandonada, pero por las noches puedes salir a columpiarte.
—¿Hay un columpio de cuerda? —pregunta Saga e intenta sonreír.
«Jurek tiene que seguir hablando conmigo», piensa. Sus palabras son pequeñas piezas que crearán una forma en el rompecabezas que Joona está montando.
—Sólo es un columpio normal —responde él—, pero te puedes balancear sobre el agua.
—¿Es un lago o un…?
—Ya verás, es bonito.
—También me gustan los manzanos —dice ella en voz baja.