37

En la distancia, los edificios blancos del hospital Södersjukhuset parecen lápidas que asoman tras la cortina de nieve.

Reidar Frost se ha abrochado la camisa de camino a Estocolmo y se la ha metido por dentro del pantalón como un sonámbulo. Ha oído decir a la policía que el paciente identificado como Mikael Kohler-Frost ha sido trasladado de la unidad de cuidados intensivos a planta, pero todavía tiene la sensación de que todo está teniendo lugar al margen de la realidad.

En Suecia, si se considera probable que una persona ha fallecido, pasado un año, y a pesar de no haber encontrado el cuerpo, los familiares pueden solicitar la declaración de defunción. Cuando Reidar hubo esperado seis meses a que los cuerpos de sus hijos fueran encontrados, hizo la solicitud. La Seguridad Social se la aprobó y adquirió fuerza legal medio año más tarde.

Ahora, Reidar sigue a la agente vestida de civil por un largo pasillo. No recuerda en qué unidad están, él sólo la sigue, con la mirada fija en el suelo de linóleo y el crucigrama de marcas que han dejado las ruedas de las camillas.

Reidar intenta decirse que no se haga demasiadas ilusiones, que sólo es un error de la policía.

Hace trece años desaparecieron sus dos hijos, Felicia y Mikael, una tarde que salieron a jugar.

Buscaron con buzos y peinaron toda la ensenada de Lilla Värtan, desde Lindskär hasta Björndalen. Organizaron batidas y, los primeros días, un helicóptero estuvo rastreando desde el aire.

Reidar entregó fotografías, huellas dactilares, radiografías dentales y muestras de ADN de los dos niños para facilitar la búsqueda.

Interrogaron a criminales fichados, pero según la teoría determinante de la policía provincial, el primer hermano cayó a las frías aguas de marzo y el segundo acabó cayendo también al intentar salvar al primero.

En secreto, Reidar se puso en contacto con un despacho de detectives para que investigaran otras pistas posibles, empezando por todas las personas del entorno de los niños: cada profesor y monitor de recreo, entrenador de fútbol y vecino, cartero, conductores de autobús, jardineros, ayudantes de comercios, personal de cafeterías y todo aquel con quien los niños hubiesen mantenido contacto por teléfono o internet. Fueron investigados los padres de sus compañeros de clase e incluso los familiares de Reidar.

Mucho después de que la policía hubo dejado de buscar y cuando hasta la última persona de la periferia de los niños hubo sido escudriñada, Reidar comenzó a entender que se había acabado. Pero durante varios años continuó paseando a diario por la playa con la esperanza de que las olas del mar empujaran a sus hijos a tierra.

Reidar y la policía de coleta rubia esperan a que una anciana en una camilla entre en el ascensor. Se acercan a las puertas de la unidad y se envuelven los zapatos con las fundas de plástico azul que hay a disposición del público.

A Reidar le da un vahído y se apoya en la pared. Se ha preguntado varias veces si no debe de estar soñando y no se atreve a dejar fluir los pensamientos.

Continúan avanzando por la unidad y pasan al lado de unas enfermeras con uniformes blancos. Reidar se siente sereno, tenso por dentro, fuerte por dentro, pero aun así comienza a acelerar demasiado el paso.

En algún lugar oye el bullicio de otras personas, pero en su interior reina un silencio absoluto.

La habitación número cuatro está al fondo a la derecha. Topa sin querer con uno de los carritos de la cena y derriba una torre de tazas.

Cuando entra en la habitación y ve al joven que yace en la cama, siente como si se desconectara de la realidad. Tiene un catéter en el pliegue del codo y le suministran oxígeno por la nariz. Del gotero cuelga una bolsa de suero, y un pulsioxímetro está pinzado a su dedo índice izquierdo.

Reidar se detiene, se pasa la mano por la boca y siente que pierde el control de su cara. La realidad lo aborda de nuevo, como un torrente ensordecedor de sentimientos.

—Mikael —dice con cuidado.

El joven abre los ojos lentamente y Reidar se da cuenta de lo mucho que se parece a su madre. Pone la mano con delicadeza sobre la mejilla de Mikael y la boca le tiembla tanto que le cuesta hablar.

—¿Dónde has estado? —pregunta Reidar, y nota que las lágrimas ya han empezado a correr por sus mejillas.

—Papá —susurra Mikael.

La palidez de su cara asusta y sus ojos están muy cansados. Han pasado trece años y la cara de niño que Reidar ha escondido en su memoria se ha convertido en la de un hombre, pero su delgadez le recuerda el momento en que nació y cuando estuvo en la incubadora.

—Ahora ya puedo volver a ser feliz —susurra Reidar, y le acaricia la cabeza a su hijo.

El hombre de arena
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
Prologo.html
Cap_001.html
Cap_002.html
Cap_003.html
Cap_004.html
Cap_005.html
Cap_006.html
Cap_007.html
Cap_008.html
Cap_009.html
Cap_010.html
Cap_011.html
Cap_012.html
Cap_013.html
Cap_014.html
Cap_015.html
Cap_016.html
Cap_017.html
Cap_018.html
Cap_019.html
Cap_020.html
Cap_021.html
Cap_022.html
Cap_023.html
Cap_024.html
Cap_025.html
Cap_026.html
Cap_027.html
Cap_028.html
Cap_029.html
Cap_030.html
Cap_031.html
Cap_032.html
Cap_033.html
Cap_034.html
Cap_035.html
Cap_036.html
Cap_037.html
Cap_038.html
Cap_039.html
Cap_040.html
Cap_041.html
Cap_042.html
Cap_043.html
Cap_044.html
Cap_045.html
Cap_046.html
Cap_047.html
Cap_048.html
Cap_049.html
Cap_050.html
Cap_051.html
Cap_052.html
Cap_053.html
Cap_054.html
Cap_055.html
Cap_056.html
Cap_057.html
Cap_058.html
Cap_059.html
Cap_060.html
Cap_061.html
Cap_062.html
Cap_063.html
Cap_064.html
Cap_065.html
Cap_066.html
Cap_067.html
Cap_068.html
Cap_069.html
Cap_070.html
Cap_071.html
Cap_072.html
Cap_073.html
Cap_074.html
Cap_075.html
Cap_076.html
Cap_077.html
Cap_078.html
Cap_079.html
Cap_080.html
Cap_081.html
Cap_082.html
Cap_083.html
Cap_084.html
Cap_085.html
Cap_086.html
Cap_087.html
Cap_088.html
Cap_089.html
Cap_090.html
Cap_091.html
Cap_092.html
Cap_093.html
Cap_094.html
Cap_095.html
Cap_096.html
Cap_097.html
Cap_098.html
Cap_099.html
Cap_100.html
Cap_101.html
Cap_102.html
Cap_103.html
Cap_104.html
Cap_105.html
Cap_106.html
Cap_107.html
Cap_108.html
Cap_109.html
Cap_110.html
Cap_111.html
Cap_112.html
Cap_113.html
Cap_114.html
Cap_115.html
Cap_116.html
Cap_117.html
Cap_118.html
Cap_119.html
Cap_120.html
Cap_121.html
Cap_122.html
Cap_123.html
Cap_124.html
Cap_125.html
Cap_126.html
Cap_127.html
Cap_128.html
Cap_129.html
Cap_130.html
Cap_131.html
Cap_132.html
Cap_133.html
Cap_134.html
Cap_135.html
Cap_136.html
Cap_137.html
Cap_138.html
Cap_139.html
Cap_140.html
Cap_141.html
Cap_142.html
Cap_143.html
Cap_144.html
Cap_145.html
Cap_146.html
Cap_147.html
Cap_148.html
Cap_149.html
Cap_150.html
Cap_151.html
Cap_152.html
Cap_153.html
Cap_154.html
Cap_155.html
Cap_156.html
Cap_157.html
Cap_158.html
Cap_159.html
Cap_160.html
Cap_161.html
Cap_162.html
Cap_163.html
Cap_164.html
Cap_165.html
Cap_166.html
Cap_167.html
Cap_168.html
Cap_169.html
Cap_170.html
Cap_171.html
Cap_172.html
Cap_173.html
Cap_174.html
Cap_175.html
Cap_176.html
Cap_177.html
Cap_178.html
Cap_179.html
Cap_180.html
Cap_181.html
Cap_182.html
Cap_183.html
Epilogo.html
autor.xhtml