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La inquietud por lo que tuvo lugar en la salita de recreo es aún peor a la mañana siguiente. Saga no tiene apetito y se limita a quedarse en la cama hasta la hora del almuerzo.
Su mente se corroe con la idea de fracaso.
En lugar de generar confianza, ha provocado un nuevo conflicto. Ha apaleado al otro paciente y Jurek Walter ha pagado los platos rotos.
Debe de odiarla y seguro que intentará vengarse por el castigo que le hayan aplicado.
No está especialmente asustada debido al elevado nivel de seguridad que se cierne sobre el módulo.
Pero debe andar muy atenta.
Dispuesta, sin mostrar miedo.
Cuando suena el zumbido eléctrico de la puerta y la cerradura chasquea, Saga se levanta y va directa a la salita de recreo sin dejar que ningún pensamiento fluya por su cabeza. La tele ya está encendida, tres personas en un estudio hablan de jardines de invierno.
Es la primera en entrar en la salita y, sin dudarlo, se sube a la cinta para correr.
Nota las piernas torpes, los dedos entumecidos y a cada paso que da, las hojas de la palmera tiemblan.
Bernie grita en su celda, pero en seguida se calla.
Alguien ha limpiado la sangre del suelo de linóleo.
De pronto, la puerta de Jurek se abre. Una sombra anticipa su aparición. Saga se obliga a no mirarlo. Con pasos lentos, Jurek cruza el suelo de linóleo y va directo a la cinta para correr.
Saga para la máquina, se baja y se hace a un lado para dejar pasar a Jurek. Le da tiempo de ver que tiene heridas negras en los labios y que el color de su cara recuerda a la ceniza. Jurek sube a la cinta, pero luego se queda allí de pie.
—Te han echado la culpa por lo que hice yo —dice ella.
—¿Tú crees? —pregunta él sin mirarla.
Cuando enciende la máquina, Saga observa que le tiemblan las manos. El silbido de la cinta vuelve a llenar la habitación. Toda la máquina se mueve a cada paso que da. Saga nota las vibraciones en el suelo. La palmera con el micrófono se balancea y con cada bote se acerca unos milímetros a la cinta.
—¿Por qué no lo mataste? —pregunta él, y la mira con el rabillo del ojo.
—Porque no quise —dice ella con sinceridad.
Lo mira a los ojos claros y siente que se le acelera la sangre en las venas cuando cae en la cuenta de que está manteniendo contacto directo con Jurek Walter.
—Habría sido interesante ver cómo lo hacías —dice él relajado.
Saga siente que la está observando con una curiosidad genuina. Quizá debería ir a sentarse al sofá, pero decide quedarse un poco más donde está.
—Estás aquí, así que supongo que has matado a gente —dice él.
—Sí, he matado —responde ella al cabo de un rato.
—Es inevitable —asiente él con la cabeza.
—No quiero hablar de ello —murmura Saga.
—Matar no es ni bueno ni malo —continúa Jurek igual de tranquilo—. Pero resulta extraño las primeras veces…, como cuando comes algo que no creías comestible.
Saga recuerda de pronto cuando mató a una persona. Su sangre salpicó el tronco de un abedul con una rapidez sincopada. A pesar de que no era necesario, Saga apretó el gatillo por segunda vez y vio por la mira telescópica que la bala entraba apenas unos centímetros por encima del primer orificio.
—Sólo hice lo que debía —susurra.
—Igual que ayer.
—Sí, pero no quería que te echaran la culpa a ti.
Jurek detiene la cinta y se queda mirando a Saga.
—Llevo esperando esto… bastante tiempo, la verdad —le cuenta Jurek—. Evitar que la puerta se cerrara de nuevo fue todo un placer.
—Tus gritos atravesaban las paredes —dice Saga en voz baja.
—Sí, los gritos —responde él en tono lúgubre—. Los gritos se debían a que nuestro nuevo médico me dio una sobredosis de Cisordinol… Fue la reacción natural al dolor… Duele y el cuerpo grita, a pesar de que no sirva para nada… y de que en este caso incluso fuera algo descarado… Yo sabía que la puerta se había cerrado, si no…
—¿Qué puerta?
—Dudo mucho que me den la oportunidad algún día de ver a un abogado, así que esa puerta está cerrada…, pero puede que haya otras.
La mira a los ojos. La mirada de Jurek es singularmente clara y le recuerda al metal.
—Crees que yo puedo ayudarte… —susurra ella—. Por eso cargaste con la culpa de lo que hice.
—No puedo dejar que el médico te coja miedo —le explica.
—¿Por qué?
—Todos los que acaban aquí son violentos —dice Jurek—. El personal sanitario sabe que eres peligrosa, lo pone en los informes y en el historial psiquiátrico… Pero eso no es lo que uno ve cuando te mira…
—No soy especialmente peligrosa.
A pesar de no haber dicho nada de lo que se arrepienta —se ha limitado a decir la verdad y no ha revelado nada—, Saga se siente desnuda ante Jurek.
—¿Por qué estás aquí? ¿Qué has hecho? —pregunta él.
—Nada —responde escueta.
—¿Qué dijeron que habías hecho… en el juicio?
—Nada.
Un atisbo de sonrisa asoma en su mirada.
—Eres una auténtica sirena.