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Saga hace un nuevo intento de desatar la correa de su muñeca derecha, pero no lo consigue y se deja caer agotada en la cama.
«Jurek Walter se está fugando», piensa.
El pánico empieza a hervir en su pecho.
Tiene que avisar a Joona.
Saga gira el cuerpo a la derecha, pero no le queda más remedio que rendirse.
Suena un estrépito al fondo.
Saga contiene la respiración y escucha.
Oye un chirrido y varios golpes sordos. Luego todo queda en silencio.
Saga entiende, de pronto, que Jurek en ningún momento necesitaba las pastillas, lo único que quería era atraer al médico a su celda. Jurek había calado a Anders Rönn y conocía sus intenciones, sabía que el chico no podría resistir la tentación de entrar en la celda de Saga si ella le pedía somníferos.
Ése era su plan.
Por eso asumió la culpa de la paliza que ella le había propinado a Bernie, por eso tenía que ocultar la peligrosidad real de Saga.
Era una sirena, tal como Jurek le dijo el primer día.
Jurek necesitaba meter al médico en su celda sin que éste estuviera acompañado de un guardia o cuidador que supervisara el proceso.
Los dedos de Saga están tan resentidos que no puede reprimir un gemido de dolor cuando se estira hacia un lado para abrir el cierre de la correa que le inmoviliza los hombros.
Ahora puede moverlos, levantar la cabeza.
«Hemos caído todos en su trampa —piensa—. Creíamos que lo estábamos engañando, pero él me estaba utilizando. Sabía que vendría alguien y hoy ha visto claro que yo era su caballo de Troya».
Se queda quieta unos segundos y respira, siente las endorfinas en el cuerpo, reúne fuerzas y se tuerce hacia la derecha, con la boca alcanza la mano derecha e intenta coger la cinta de sujeción con los dientes.
Vuelve exhausta a la posición inicial, piensa que tiene que dar con alguien del personal y decirle que avise a la policía.
Saga toma aire y hace un segundo intento. Lucha por incorporarse, tensa los músculos del tronco para mantener la postura, consigue morder la cinta, la suelta y logra hacerla ceder unos centímetros. Se desploma, está a punto de vomitar, dobla y tuerce la mano en diferentes sentidos y al fin la libera.
Ahora no necesita demasiados segundos para quitarse el resto de las correas. Junta las piernas y se baja de la cama. Le duelen las ingles y le tiemblan los muslos cuando se pone los pantalones.
Sale descalza al pasillo. Uno de los zapatos del médico está encajonado en el umbral de la puerta de seguridad, evitando que se cierre.
La abre con cuidado, escucha y sigue avanzando a toda prisa. Un silencio fantasmal reina en el módulo. Parece vacío. Saga oye el sonido pegajoso de sus pies en la alfombra cuando se cuela en la habitación de la derecha y se acerca al puesto de la operadora. Las pantallas están negras y los pilotos de la instalación de alarma están apagados. Han cortado la corriente en todo el módulo.
Pero en algún sitio tiene que haber un teléfono o una alarma que funcione. Saga sigue a través de unas cuantas puertas cerradas y entra en la cocinita. Los cajones de los cubiertos están abiertos y hay una silla volcada.
En el fregadero hay un pelador y trozos de piel de manzana oxidados. Saga coge el pequeño cuchillo, comprueba que esté afilado y continúa.
Se oye un extraño siseo.
Saga hace un alto, agudiza el oído y luego sigue avanzando.
Su mano derecha aprieta el cuchillo con demasiada fuerza.
Ahí debería haber personal de seguridad y cuidadores, pero no se atreve a gritar. Teme que Jurek la oiga.
El ruido procede del pasillo. Suena como una mosca pegada a un trozo de celo. Saga pasa a hurtadillas por delante de la sala de inspección y siente que una angustia creciente la atosiga cada vez más.
Parpadea en la oscuridad y se detiene de nuevo.
El siseo está cada vez más cerca.
Da unos pasos más, con cuidado. La puerta de la sala de personal está entreabierta. Hay una lámpara encendida. Saga alarga la mano y empuja la puerta.
Todo está en silencio, pero al momento se oye un leve silbido, el mismo siseo de antes.
Saga empieza a entrar y ve los pies de la cama. Hay alguien tumbado en ella, está moviendo los dedos. Dos pies con calcetines blancos.
—¿Hola? —dice Saga en voz baja.
Antes de entrar del todo en la habitación, le da tiempo a pensar que la persona está escuchando música con los auriculares puestos y que no se ha enterado de nada.
La cama está bañada en sangre.
La chica con piercings en las mejillas está tumbada boca arriba temblando de los pies a la cabeza, tiene la mirada clavada en el techo, pero quizá ya haya perdido el conocimiento.
Mueve la cara con pequeños espasmos y de sus labios cerrados brota sangre y aire con un leve silbido.
—Dios…
La chica tiene una decena de puñaladas concentradas en el pecho, punzadas directas en los pulmones y el corazón. No hay nada que Saga pueda hacer, la única opción que le queda es pedir ayuda lo antes posible.
Gotas de sangre caen al suelo al lado del teléfono pisoteado de la chica.
—Voy a buscar ayuda —dice Saga.
Un susurro se abre paso entre los labios e infla una burbuja de sangre.