Capítulo 123

Joan fue a visitar al padre de Anna al día siguiente para pedirle que le permitiera cortejarla. El hombre le hizo pasar a la casa y le invitó a un vaso de vino. Anna correspondió a su saludo como si se tratara de un desconocido y se recogió en una habitación contigua para que los hombres hablaran a solas. Como Joan esperaba, mosén Roig dio su aprobación, pero dijo que requería el consentimiento de su hija y que no lo anticipaba fácil. Le haría saber el resultado. Joan pasó aquella noche entre el insomnio y los rezos, pero en la mañana siguiente un mozalbete apareció con una nota diciendo que Anna quería más tiempo. Joan fue a ver al joyero con un regalo para su hija; era El libro del Amor. Sabía que ella no podría resistir el leerlo de nuevo. Aquella sería una espera llena de tensión pero también esperanza, sabía que su libro trabajaba en su favor.

Pero los días pasaron sin que Joan tuviera noticias y volvió a frecuentar los alrededores de la joyería para verla. Saludaba a los padres, mantenía una corta conversación con ellos y si coincidía con Anna, ella le devolvía el saludo seria y distante. Joan estaba angustiado, la observaba desde la lejanía atendiendo el mostrador y la veía muy hermosa a pesar de su embarazo, aunque indiferente a su presencia. Él se repetía que el hijo de su vientre no podía ser de Ricardo, que tenía que ser suyo. Esperaba que sus miradas se encontraran, que ella le hiciera un gesto, que le dedicara una sonrisa como cuando eran adolescentes, pero nada de aquello ocurría.

Procuraba distraerse conversando con Antonello, escribiendo cartas a Roma y a Barcelona y visitando la Santa Eulalia, que permanecía casi siempre anclada junto al resto de la flota, ya que era tiempo de tormentas. Saludaba a sus antiguos camaradas y mantenía largas charlas con su amigo Genis, que se alegró muchísimo al conocer el rescate de María y Eulalia.

—Díselo al almirante —le recomendó—. Él también se alegrará.

—No quiero hablar con Vilamarí —repuso Joan—. Hazlo tú si así lo deseas.

Joan se decía angustiado que ella no le quería ver, que había fracasado. Antonello habló con el joyero, pero el hombre no sabía a qué atenerse con respecto a Anna. Ella le dijo que ya cumplió una vez como hija aceptando a su pretendiente y que no lo haría una segunda.

Joan recordaba lo que Abdalá le decía en una de sus cartas:

Nuestras mayores virtudes llevadas al extremo son también nuestros mayores defectos. Tú, hijo, eres determinado y persistente. Gracias a esas virtudes creciste en la vida situándote donde estás. Pero te pueden hacer obstinado y obsesivo. Y Anna es tu obsesión. Ella comparte contigo esas mismas virtudes y defectos. Que no te destruya, hijo. También hay que saber cuándo renunciar, cuándo someterse al destino, conformarse con él y ser feliz.

Joan pensaba que su maestro tenía razón. Que quizá había llegado el momento de desistir, de continuar con su vida lejos de Anna. Aunque jamás sería feliz sin ella. Y de nuevo sintió un coraje profundo.

Escribió en su libro: «Vuestra terquedad destrozará un futuro maravilloso. ¡Maldita seáis, Anna! Pronto no me veréis más».

Sin embargo, una mañana, cuando él la contemplaba a distancia, ella le mantuvo la mirada un tiempo, estaba seria. Pero de pronto sus ojos verdes tomaron un brillo especial y los hoyuelos se formaron en sus mejillas a la vez que una sonrisa asomaba en sus labios. Después desvió la mirada.

Joan quedó con el corazón acelerado y de inmediato abandonó su idea de regresar a Roma, aunque el día siguiente ella evitó mirarle. Él comprendió que en su corazón se libraba una lucha. Era El libro del Amor contra su culpa. La redención contra el pecado. No había aún ganador. Y supo que debía ser paciente.

Se repitieron las sonrisas y los intervalos en que Joan era ignorado. Con todo, llegó el momento en que él no pudo esperar más, ardía en impaciencia, la veía a distancia y deseaba abrazar su cuerpo, hablar con ella, acariciarla. Una tarde en que ella estaba en el mostrador, él se acercó y plantándose delante esperó a que le mirara. Cuando lo hizo, Joan no dijo nada, pero Anna leyó la pregunta en sus ojos. Transcurrieron unos instantes eternos en los que él quiso penetrar en el interior de sus pupilas para conocer la respuesta, temía que de nuevo se negara, que destruyera definitivamente su amor.

—Sí —dijo ella al final de aquel tiempo infinito.

Él se quedó inmóvil unos instantes aún incrédulo mientras veía cómo se iba dibujando la sonrisa en el rostro de ella. Después brincó por encima del mostrador para abrazarla. Un jarrón y varios cubiertos de plata cayeron al suelo, Anna le miró alarmada, pero su sonrisa regresó de inmediato mientras su mano buscaba la nuca de él para acariciarla suavemente al tiempo que se dejaba envolver por sus brazos. Joan notaba el avanzado embarazo de ella separándolos, pero no le importaba, era inmensamente feliz. Soltó un suspiro al notar la cálida mejilla de ella contra la suya, aspiró su suave perfume a espliego y se mantuvo en silencio gozando del instante, imaginando un futuro maravilloso.

Todos celebraron la decisión de Anna y los siguientes días los jóvenes los emplearon en pasear y hablar. Tenían mucho que decirse y Joan supo pronto que aún quedaban puntos de fricción.

—Me esperan en Roma para abrir la librería y vos esperáis a mi hijo —le dijo en una de sus primeras conversaciones—. No tenemos todo el tiempo que quisiera…

—¡No es vuestro hijo! —repuso ella tajante—. Es de Ricardo, y no insistáis en ello.

Joan comprendió que su deseo le acababa de traicionar haciéndole cometer un grave error. El bebé era el argumento usado astutamente en su libro como penitencia al mal infligido a Ricardo. Era la clave de su futura relación. Sabía que ella estaba obligada a creer que era hijo de su marido, pues lo contrario le causaba una culpabilidad insoportable, pero Joan estaba convencido de que era suyo. ¿Cómo iba a saber ella de quién era si la diferencia de tiempo en el que pudo ser engendrado eran pocas semanas, quizá solo días? Además, Ricardo Lucca tuvo más de un año para dejarla embarazada y no lo hizo, y tampoco tuvo hijos con su anterior esposa. No, Joan estaba seguro de que el padre era él.

—Quise decir que será como mi hijo —rectificó—. Que lo cuidaré y lo educaré como mío. Con él pagaremos nuestra deuda y redimiremos nuestras culpas con cariño y amor.

—Gracias —dijo ella con una sonrisa.

Joan aguardaba cada día impaciente el momento de encontrarse con Anna. Los largos paseos, lentos por el avanzado embarazo de ella, y sus intensas conversaciones marcaban una fase muy distinta en su relación y Joan gozaba al comprobar lo bien que se entendían. Anna tenía una esmerada educación, sabía latín, algo de oratoria y tocaba el laúd. Y además de amar la lectura, era una espléndida conversadora. A él le divertía su afición por la polémica; era un ameno contrincante y a Joan solo le inquietaba que ella pretendiera siempre ganar todos los debates. Anna torcía a veces los argumentos y adoptaba posturas irreductibles. Era algo terca, tal como decía Abdalá, pero incluso eso, aun preocupándole a veces, la hacía adorable a sus ojos. Al principio él temía que el trato diario desluciera sus ilusiones, pero no fue así, al menos para él. No hablaban de matrimonio, aunque al cabo de diez días Joan decidió proponérselo. No las tenía todas consigo, sentía un temor profundo a una reacción inesperada de ella. Aun así, nervioso y tragando saliva, después de repetirle cuánto la amaba, le propuso que se casaran.

Ella se detuvo y le miró seria para después continuar el paseo sin responder. Joan se alarmó. ¿Hizo o dijo algo aquellos días que la decepcionara?

—¿Qué decís? —inquirió él al rato.

Ella continuó silenciosa unos momentos y él la siguió ansioso.

—Os he amado mucho, Joan —dijo ella al fin.

—¿Y ya no?

—También os odié. Sufrí lo indecible desde la última noche que pasamos juntos. Y gran parte fue por vuestra culpa.

—Yo también he sufrido.

—Gracias por el libro. Es el regalo más hermoso que yo pudiera recibir. Lo he leído mil veces, me ha hecho recordar, me ha hecho llorar, me ha dado paz…

Él se la quedó mirando. Y ella le devolvió la mirada y, levantando su mano derecha lentamente, le acarició la mejilla.

—Es mi amigo, me gusta acariciarlo, acunarlo, me tranquiliza, parece estar vivo. —Los ojos de ella se llenaron de lágrimas—. Y sé que lo hicisteis con vuestras propias manos, que sus letras son vuestras, que sentíais intensamente las palabras al escribirlo y que en él está vuestro amor. Lo noto al tocarlo.

Anna hizo una pausa para apretarse contra él y Joan la abrazó feliz.

—Solo por ese libro ya querría ser vuestra esposa —continuó ella—. Pero es que además os amo. Mucho.

—Yo os he amado, siempre —dijo él—. Hasta en los peores momentos. Y os amaré más allá de la muerte —dijo Joan, y tomó la mano que le acariciaba para besarla.

—Cumpliré la penitencia de vuestro Libro del Amor —prosiguió Anna—. La respuesta es sí, Orlando. Quiero vivir el resto de mi vida con vos y con vuestros libros.

Las lágrimas resbalaban por las mejillas de Joan mientras la estrechaba.

En pocos días lo dispuso todo para viajar a Roma con la intención de estar de vuelta en Nápoles antes de que el niño naciera. Anna quería tenerlo siendo aún la viuda de Ricardo. A continuación celebrarían la boda.

Prométeme que serás libre
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
aviso.xhtml
mapa.xhtml
primera.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
segunda.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
tercera.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
Section0101.xhtml
Section0102.xhtml
Section0103.xhtml
cuarta.xhtml
Section0104.xhtml
Section0105.xhtml
Section0106.xhtml
Section0107.xhtml
Section0108.xhtml
Section0109.xhtml
Section0110.xhtml
Section0111.xhtml
Section0112.xhtml
Section0113.xhtml
Section0114.xhtml
Section0115.xhtml
Section0116.xhtml
Section0117.xhtml
Section0118.xhtml
Section0119.xhtml
Section0120.xhtml
Section0121.xhtml
Section0122.xhtml
Section0123.xhtml
Section0124.xhtml
Section0125.xhtml
Section0126.xhtml
Section0127.xhtml
apendice.xhtml
plano.xhtml
galeria.xhtml
otros.xhtml
agradecimientos.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml