43
29 de septiembre de 1929
Ophelinha pequeña:
Como no quiero que diga que no le he escrito, por no haberle escrito efectivamente, le estoy escribiendo. No será una línea, como prometí, pero tampoco serán muchas. Estoy enfermo, principalmente por causa de una serie de preocupaciones y disgustos que tuve ayer. Si no quiere creer que estoy enfermo, evidentemente no lo creerá. Pero le pido el favor de no decirme que no me cree. Ya tengo bastante con estar enfermo; no es preciso venir a dudar de ello, o a pedirme cuentas de mi salud como si dependiera de mi voluntad, o como si tuviese la obligación de dar cuentas a alguien de cualquier cosa.
Lo que le dije de trasladarme a Cascaes (Cascaes quiere decir un lugar indeterminado fuera de Lisboa pero cerca, puede ser Cintra o Caxias) es rigurosamente cierto; cierto al menos en cuanto a la intención. Alcancé la edad en que se tiene pleno dominio de las propias cualidades, y la inteligencia ha adquirido la fuerza y la destreza de que puede disponer. Es pues el momento de realizar mi obra literaria, completando unas cosas, reuniendo o escribiendo otras que están por ser escritas. Para realizar esa obra necesito tranquilidad y cierta soledad. Por desgracia no puedo abandonar las oficinas donde trabajo (no puedo, es obvio, porque no tengo rentas), pero puedo, reservando para las tareas de las oficinas dos días a la semana (miércoles y sábados), disponer para mí de los cinco días restantes. Eso significa el proyecto de Cascaes. Toda mi vida futura depende de si consigo hacer esto pronto.
Por lo demás, mi vida gira en torno a mi obra literaria, buena o mala que sea, o pueda ser. Todo el resto en mi vida tiene un interés secundario: naturalmente hay cosas que me gustaría tener y otras que tanto da si llegan o no. Es necesario que quienes me tratan se convenzan de que soy así, y de que exigirme los sentimientos, por lo demás dignos, de un hombre vulgar y banal es como exigirme que tenga los ojos azules y el cabello rubio. Y tratarme como si yo fuera otra persona no es la mejor manera de conservar mi afecto. Es preferible tratar así a quien así sea, y en ese caso «dirigirse a otra persona», o cualquier frase parecida.
Me gusta mucho —pero mucho— Ophelinha. Aprecio mucho —muchísimo— su índole y su carácter. De casarme, sólo lo haría con usted. Queda por saber si el matrimonio, el hogar (o como quieran llamarle) son cosas compatibles con mi vida interior. Lo dudo. Por ahora, quiero organizar a la brevedad esa vida interior y mi trabajo. Si no consigo organizarme, claro está que nunca pensaré siquiera en pensar en casarme. Si la organizara en términos de ver que el matrimonio sería un estorbo, claro que no me casaré. Pero es probable que no sea así. El futuro —y es un futuro próximo— lo dirá.
Ésta es, francamente, la verdad.
Adiós, Ophelinha. Duerma y coma, y no pierda gramos.
Su muy devoto,
Fernando