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22 de marzo de 1920
Mi Bebé angelito:
No tengo mucho tiempo para escribirte, ni hay en verdad, mi pequeño amor malo, mucho que decirte que no pueda decirte mejor hablando mañana, durante el tiempo, desgraciadamente breve, que dura el recorrido desde la rua do Arsenal a la casa de tu hermana.
No quiero que te aflijas; quiero verte contenta, como es natural en ti. ¿Prometes no afligirte, o hacer lo posible para no dejar que te aflijan? No tienes razón alguna para ello, créeme.
Mira, pequeño Bebé… En tus oraciones pide una cosa que en el pasado me pareció dudosa por culpa de mi poca suerte, pero que ahora me parece mucho más posible: pide que el Sr. Crosse acierte en uno de los premios grandes, uno de los premios de mil libras en los que ha concursado. ¡No imaginas la importancia que tendría para nosotros dos si eso ocurriera! Mira, desde que he visto en el periódico inglés que recibí hoy, que él iba ya por una libra (y acabo de comprobar que había sido en un concurso donde sus gracias no habían sido muy buenas) todo me parece posible. Actualmente él se encuentra en la doceava posición entre cerca de 20.000 (veinte mil) concursantes. ¿Acaso es imposible que algún día llegue al primer puesto? ¡Oh, si eso sucediera, amor mío, y fuera uno de los concursos grandes! (de mil libras y no de trescientas, que no resolverían nada). ¿Comprendes?
He llegado hace poco de la Estrela, de ver el 3.er piso de los 70.000 reis (mejor dicho, como no había nadie en el 3.er piso he visto el 2.º que tiene, claro está, las mismas habitaciones). Al final he resuelto el cambio. Es una casa más que buena, magnífica. Basta y sobra para mi madre, mis hermanos, la enfermera y la tía, y también para mí (sobre este asunto hay otra cosa que mañana te diré).
Adiós, amor; no te olvidarás del Sr. Crosse, ¿verdad? Mira que él es muy amigo nuestro y nos puede ser (a nosotros) de mucha ayuda.
Muchos besos de todos los tamaños de tu, siempre tuyo,
Fernando