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23 de mayo de 1920
Mi pequeño Bebé:
Hoy, luego de pasar por tu calle y verte, volví atrás para preguntarte una cosa, pero ya no estabas. Quería saber qué harías mañana, dada la huelga de tranvías, que naturalmente no durará sólo hoy. ¿No pensarás ir a pie hasta Belem? Lo mejor es que le escribas al dueño de la fábrica explicándole por qué razón evidente no puedes ir. Además de ser una distancia enorme para cualquiera, es imposible para ti, que no eres fuerte.
Acabo de escribir este párrafo y recuerdo que hay trenes a Belem. Irás en tren, Bebé. ¿Dónde lo tomarás? ¿En Santos, en el apeadero? Tal vez allí no puedas encontrar sitio, pues mucha gente irá al Cais do Sodré —la gente que por la mañana suele llenar los tranvías que van hacia Belem—. No sé qué hacer, pequeño Bebé. Ya he preguntado aquí en el Café Arcada, donde estoy escribiéndote, pero no saben el horario de los trenes de la línea de Cascaes. No querría dejar de verte, pero tampoco querría (pues mañana tengo mucho que hacer) perder el tiempo inútilmente yendo a buscarte o a esperarte a cualquier lugar donde no estuvieras, o por donde no pasaras.
Escríbeme mañana diciéndome algo, pero sin olvidar que tengo unos días muy ocupados. Sea como fuere, mañana paso por tu calle entre las diez y las diez y cuarto, o —lo que es más seguro— a las siete y media de la tarde. ¿Quedamos así, Bebé? Así, salvo que alguna complicación me impida aparecer.
Muchos besitos de tu,
Fernando