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Segunda carta, 28 de mayo de 1920
Querido pequeño Bebé del Ibis:
La carta que recién te escribí y que ya despaché en el correo no contiene, como ya te he dicho al final de ella, todo lo que te quería decir. El caso es que, cuando ya iba casi por el final (por suerte no fue antes) apareció mi primo por el Café Arcada, donde yo estaba escribiendo, y donde también estoy escribiendo ahora. Tuve que interrumpir la carta y me quedé irritado, no contra él, por supuesto, que estaba lejos de tener la culpa (incluso había quedado en ir a esa hora, a las seis), sino contra el Destino, que dispuso así de mal las cosas.
Como te digo en esa carta, tenía que estar de vuelta en la Baixa a las nueve. Pues, con el retraso de mi primo al conversar conmigo, se hicieron las siete menos cuarto; se marchó, acabé de prisa tu carta, la eché en el correo… y sólo entonces recordé que aún tenía que afeitarme.
Resultado: no tengo tiempo de ir a cenar a casa y estar de vuelta en la Baixa a las nueve. Por eso he vuelto al Café Arcada a comer algo.
Mi pequeño Bebé: lo que quería decirte en la otra carta, y no tuve tiempo, pero que te digo ahora, es lo siguiente, y te pido que aprendas bien la lección y, si me amas, que escuches este consejo:
El Destino es como una persona y deja de molestarnos si mostramos que no nos importa lo que nos haga. Por eso, tú debes tener la fuerza de pensar sólo en esto: quiero a Fernando, nada más.
Al muchacho, y a lo que él dice, trátalos con desprecio, pero con desprecio auténtico y verdadero: no pienses en él. ¿Te parece difícil? No me extraña, porque eres muy joven; ahora bien, ¿no serías capaz, si yo te lo pido, de concentrar tu espíritu en una actitud de indiferencia hacia todo cuanto no sea tu Nininho? Si no puedes hacer esto es porque todavía no sabes amar.
Lo sé bien: te importunan por todas partes, te molestan, te cansan. Ocúpate de ti misma (¿entiendes?) y no te fijes en nada de eso.
¿Me quieres a mí, al Ibis, al Nininho?
Soy muy nervioso, pero tengo ya el espíritu educado hasta el punto de aceptar con sangre fría lo peor y lo más complicado. Si tuviese diez años menos —¿qué digo?, dos años menos—, hubiera quedado muy confundido con lo que me contaste.
Me quedé fastidiado por ti, pero en cuanto a mí no imaginas lo calmo y tranquilo que estoy. Te quiero inmensamente, Bebé, créeme; esto no quiere decir que no te ame, quiere decir en todo caso que sólo le doy importancia a ti y a mí, lo demás no me importa.
¿Eres capaz de hacerme un favor? Procura estar tranquila, sentir desprecio, indiferencia. De otro modo le estarás proporcionando al muchacho un placer inmenso. Mira: de mí no saca placer alguno…
Mañana debo verte. Lo natural es que vaya a conversar contigo a Belem durante la hora del almuerzo, un poco después del mediodía. Procuraré estar en Santos a la hora de tu partida para ponernos de acuerdo.
No lo imaginas: siento una verdadera alegría. Es que me estorban, y no me disgusta que me estorben si puedo evitar los obstáculos.
¡Sécate las lágrimas, Bebé malo! ¡Hoy tienes de tu parte a mi viejo amigo Alvaro de Campos, quien por lo general siempre ha estado solo en contra tuya! Sólo vale la pena lo que se consigue con esfuerzo.
Mil besitos, besos y abrazos-corazones de tu, siempre tuyo,
Fernando
P.S.: Puede pasar que, por alguna razón contraria a mi voluntad, no pueda ir por la mañana. En ese caso, espérame en Belem pasado el mediodía. Acecha mi llegada y sube para hablarme. No es probable que tu padre esté, ¿verdad? En cuanto al muchacho, puede venir si quiere, no tiene importancia. F.