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Para el estadounidense que había de liberarlo París era un enigma. En la roulotte de su C. G. de operaciones, disperso dentro de un bosque anegado de lluvia, a dos kilómetros de la playa normanda de Granville, el general Dwight Eisenhower había llegado finalmente a una decisión, quizá la más importante después del desembarco: París sería liberado lo más tarde posible. Los Ejércitos bajo su mando no marcharían de inmediato sobre la capital francesa. Antes contornearían y rodearían su objetivo. París no sería liberado antes de dos meses, como mínimo, hasta mediados de setiembre.
No era aquélla una resolución que el comandante supremo hubiese tomado a la ligera. Eisenhower sabía mejor que nadie la enorme repercusión emocional que la liberación de París tendría sobre los franceses, sobre sus propios soldados y sobre el mundo entero. Conocía perfectamente la creciente impaciencia de tres millones y medio de parisienses.
Sin embargo, la fría argumentación de un informe militar de veinticuatro páginas mecanografiadas había pesado más sobre su espíritu que la palabra mágica, «París».
Se trataba de la carpeta que llevaba por título: Ultra Secreto —Operación Post-Neptuno—[4] Cruce del Sena y toma de París. Los autores de la misma eran los consejeros militares del SHAEF[5], tres oficiales cuyo trabajo consistía en suministrar al comandante en jefe toda clase de informes y recomendaciones que le permitieran luego determinar su propia estrategia.
Eisenhower sabía ya que los alemanes defenderían París a ultranza. «Todas las razones geográficas y estratégicas les obligan a ello», diría más tarde.
Y la conquista de París constituía precisamente una batalla que el general estadounidense no quería entablar. El informe de veinticuatro hojas que descansaba sobre la mesa de madera que le hacía las veces de escritorio explicaba el porqué:
Si los alemanes deciden hacerse fuertes en París —advertían los consejeros del SHAEF—, para desalojarlos, habría que librar una dura y costosa batalla en sus calles, como en Stalingrado, batalla que acarrearía la destrucción de la capital francesa.
Eisenhower se negaba a correr este riesgo E igualmente se negaba a correr el riesgo de enviar sus tropas blindadas al avispero de París, cuando podían desplegarse casi libremente por toda la campiña francesa.
Pero, por encima de todo, una consideración primordial le había forzado a tomar su decisión. Constaba en uno de los párrafos del informe.
La liberación prematura de París haría recaer sobre nuestras fuerzas graves problemas de aprovisionamiento y transporte. Las obligaciones civiles que tal liberación nos obligaría a asumir representarían el mantenimiento de ocho divisiones combatientes[6].
O sea, para decirlo de otro modo, la liberación de París representaba para Eisenhower arriesgarse a que una cuarta parte de su ejército quedara inmovilizado por falta de gasolina. Tal riesgo no lo aceptaría jamás. En aquel verano, la gasolina era la cosa más preciada que existía en el mundo. «La pérdida de un solo litro —diría más tarde—, me resultaba insoportable». Y París podía hacerle perder centenares de miles.
Porque era indudable que el liberador de París tendría la obligación moral de socorrer a los tres millones y medio de parisienses. Era un problema angustioso.
Sólo para el avituallamiento y los medicamentos —decía el informe del SHAEF—, las necesidades de la población civil de París ascienden a setenta y cinco mil toneladas en los dos primeros meses. Además de quinientas toneladas de carbón diarias para los servicios públicos.
Puesto que los ferrocarriles estaban inutilizados, tendría que echarse mano de millares de camiones para el transporte a París, desde los únicos puertos disponibles y ya saturados —Cherburgo y las playas de desembarco—, o sea, unos seiscientos cincuenta kilómetros entre ida y vuelta, del enorme tonelaje que necesitaban los parisienses. «Avoid that commitment… and liberating París». Evite cargar con tales responsabilidades… y liberar París por tanto tiempo como sea posible, preconizaban los consejeros del SHAEF.
Habían sugerido otro plan al comandante supremo. Consistía en ejecutar un gran movimiento de tenaza, por el norte y el sur de París, a través de las grandes llanuras, que se prestaban a la evolución masiva de los carros de combate y al empleo intensivo de la aviación.
Con este mismo movimiento, los aliados podrían apoderarse de las rampas de lanzamiento de las V-1 y V-2, situadas en el norte de Francia. Los consejeros de Eisenhower estimaban que «la destrucción de estas rampas era tan urgente que, por sí sola, justificaba aceptar unos riesgos superiores a los normales».
El Grupo 21 de Ejércitos ingleses, mandado por Montgomery, atacaría por el bajo Sena, entre el Oise y el mar. Se apoderaría del puerto de El Havre y de las rampas de lanzamiento de las V-1 y V-2 y avanzaría en dirección Norte, hasta Amiens, situado a ciento treinta y ocho kilómetros al norte de París. Después, desde Amiens, lanzaría dos Cuerpos de ejército hacia el Éste, en dirección a Reims. Durante este tiempo, al sur de París, el Grupo 12 de Ejércitos estadounidenses pasaría el Sena a la altura de Melun y atacaría hacia el Nordeste en dirección a Reims. Ingleses y estadounidenses se juntarían entonces, encerrando en una bolsa gigantesca a los Ejércitos alemanes, 1.º, 7.º y 15.º. Según todas las previsiones, París caería por sí misma entre el 15 de setiembre y el 1 de octubre.
Este plan tenía para Eisenhower una triple ventaja: salvaba a París de la destrucción, al evitar una batalla en sus calles, representaba la eliminación de importantes fuerzas alemanas; y, sobre todo, economizaba cada gota del precioso combustible, en vistas a este objetivo primordial: una brecha en la Línea Sigfrido y una cabeza de puente al otro lado del Rin, antes del invierno.
Una noche de bruma, en Normandía, Dwight Eisenhower, había decidido finalmente la adopción de este plan. E, inmediatamente, la máquina bien engrasada que tenía bajo su mando se había puesto en marcha para ejecutarlo.
Cierto que aquella máquina podía ser obstaculizada por un solo grano de arena. La sublevación del pueblo de París, por ejemplo. Sin embargo, Eisenhower no sentía preocupación alguna a este respecto. Las instrucciones «muy severas» que había dirigido al general Pierre Koenig, jefe de las Fuerzas Francesas del Interior (FFI), determinaban que, ni en París, ni tampoco en ninguna otra parte debía producirse ninguna acción armada sin su consentimiento. Había advertido claramente a Koenig que era esencial «que no se produjera en París ningún acontecimiento de tal naturaleza que pudiera trastornar nuestros planes».
Eisenhower se daba cuenta de que, para los parisienses, impacientes por ser liberados, suponía una prueba difícil de soportar; pero, según dijo más tarde al general Walter Bedell-Smith, su brillante jefe de Estado Mayor, si pudiesen «vivir unos cuantos días más con los alemanes, su sacrificio nos permitiría, quizás, acabar antes la guerra».
Animar a los franceses a que aceptasen este último sacrificio fue el motivo de que un agente del Servicio de Inteligencia, llamado Alain Perpezat, saltase sobre la Francia ocupada, una noche sin luna.
PLAN INICIAL DE EISENHOWER: RODEO DE PARÍS
El Grupo 21.º de Ejércitos Británicos, al cargar hacia el Norte y Nordeste en dirección a Soissons, y el Grupo 12.º de Ejército de estadounidenses, al avanzar en dirección a Reims, tienen por misión desbordar París por el Norte y el Sur, encerrando en un círculo a los Ejércitos alemanes 1.º, 7.º y 15.º. La caída de la capital está prevista entre el 15 de setiembre y el 1 de octubre.