Todas las cosas más importantes de la
vida ocurren por accidente, y Poole había fijado
el exhibidor de la pantalla mural en posición de exploración aleatoria y silenciosa, cuando una llamativa imagen atrajo su atención. —¡Alto exploración! ¡Sonido! —gritó, con tono innecesariamente alto. Reconoció la música, pero transcurrieron unos minutos antes que la identificara. El hecho de que su pared estuviera llena con seres humanos alados que se movían con elegancia unos alrededor de otros describiendo círculos, indudablemente ayudó. Pero Tchaikowski habría quedado por completo atónito al ver esa versión de El lago de los cisnes, en la que las bailarinas realmente volaban...
Poole observó, extático, durante varios minutos, hasta que estuvo suficientemente convencido de que era realidad y no una simulación; aun en sus propios tiempos nunca se podía estar seguro del todo. Era de suponer que el ballet se estaba ejecutando en uno de los muchos ambientes de baja gravedad; uno muy grande, a juzgar por algunas de las imágenes. Hasta podría ser allí, en la Torre África. "Quiero intentar eso", decidió. Nunca había perdonado del todo a la Agencia Espacial por prohibirle uno de sus más grandes placeres, salto en formación con paracaídas, aun cuando podía comprender el punto de vista de ese organismo, de no querer arriesgar una valiosa inversión. Los médicos habían sentido bastante desagrado por el accidente anterior sufrido al practicar volovelismo; por suerte, sus huesos de adolescente se habían soldado por completo.
"Bueno", pensó. "No hay quien me detenga ahora... a menos que sea el profe Anderson."
Para alivio de Poole, el médico lo consideró una excelente idea y también le agradó descubrir que cada una de las torres tenía su propio aviario, con un nivel de hasta un décimo de G.
Al cabo de unos pocos días se lo medía por sus alas, que no eran, en absoluto, como las elegantes versiones que lucían los bailarines de El lago de los cisnes. En vez de plumas había una membrana flexible y, cuando tomó las agarraderas que había unidas a las costillas de sostén, se dio cuenta de que su aspecto debía de estar mucho más cerca del de un murciélago que del de un pájaro. Sin embargo, su "¡Muévete, Drácula!" se desperdició por completo ante su instructor, que aparentemente no tenía el más mínimo conocimiento sobre vampiros.
Para sus primeras lecciones estaba sujeto por un arnés liviano, de modo que no se moviera a parte alguna mientras se le enseñaban los aleteos básicos y, lo más importante de todo, aprendía control y estabilidad. Al igual que muchas destrezas adquiridas, no era tan sencilla como parecía.
Se sentía ridículo en ese arnés de seguridad (¿cómo podía alguien lastimarse con un décimo de la gravedad?), y estuvo contento de necesitar nada más que unas pocas lecciones: era indudable que su preparación de astronauta ayudaba. Era, según le dijo el maestro de vuelo con alas, el mejor alumno que había tenido jamás... pero quizás a ellos les decía lo mismo.
Después de varios vuelos libres en una cámara de cuarenta metros de lado, entrecruzada por diversos obstáculos que Poole evitó con facilidad, se le dio el visto bueno para su primer vuelo solo... y volvió a sentirse de diecinueve años, a punto de despegar en aquella antigüedad de Cessna del Aeroclub de Flagstaff. El nada emocionante nombre de El Aviario no lo había preparado para el territorio de su vuelo de bautismo. Aunque parecía aún más enorme que el espacio que contenía los bosques y jardines en el nivel de gravedad lunar, tenía casi el mismo tamaño, ya que también ocupaba todo un piso de la torre suavemente ahusada. Un vacío circular, de medio kilómetro de alto y más de cuatro de ancho, parecía ser realmente enorme, ya que no había detalles en los que la mirada pudiera detenerse. Debido a que las paredes tenían un color azul uniforme, contribuían a la impresión de espacio infinito.
el exhibidor de la pantalla mural en posición de exploración aleatoria y silenciosa, cuando una llamativa imagen atrajo su atención. —¡Alto exploración! ¡Sonido! —gritó, con tono innecesariamente alto. Reconoció la música, pero transcurrieron unos minutos antes que la identificara. El hecho de que su pared estuviera llena con seres humanos alados que se movían con elegancia unos alrededor de otros describiendo círculos, indudablemente ayudó. Pero Tchaikowski habría quedado por completo atónito al ver esa versión de El lago de los cisnes, en la que las bailarinas realmente volaban...
Poole observó, extático, durante varios minutos, hasta que estuvo suficientemente convencido de que era realidad y no una simulación; aun en sus propios tiempos nunca se podía estar seguro del todo. Era de suponer que el ballet se estaba ejecutando en uno de los muchos ambientes de baja gravedad; uno muy grande, a juzgar por algunas de las imágenes. Hasta podría ser allí, en la Torre África. "Quiero intentar eso", decidió. Nunca había perdonado del todo a la Agencia Espacial por prohibirle uno de sus más grandes placeres, salto en formación con paracaídas, aun cuando podía comprender el punto de vista de ese organismo, de no querer arriesgar una valiosa inversión. Los médicos habían sentido bastante desagrado por el accidente anterior sufrido al practicar volovelismo; por suerte, sus huesos de adolescente se habían soldado por completo.
"Bueno", pensó. "No hay quien me detenga ahora... a menos que sea el profe Anderson."
Para alivio de Poole, el médico lo consideró una excelente idea y también le agradó descubrir que cada una de las torres tenía su propio aviario, con un nivel de hasta un décimo de G.
Al cabo de unos pocos días se lo medía por sus alas, que no eran, en absoluto, como las elegantes versiones que lucían los bailarines de El lago de los cisnes. En vez de plumas había una membrana flexible y, cuando tomó las agarraderas que había unidas a las costillas de sostén, se dio cuenta de que su aspecto debía de estar mucho más cerca del de un murciélago que del de un pájaro. Sin embargo, su "¡Muévete, Drácula!" se desperdició por completo ante su instructor, que aparentemente no tenía el más mínimo conocimiento sobre vampiros.
Para sus primeras lecciones estaba sujeto por un arnés liviano, de modo que no se moviera a parte alguna mientras se le enseñaban los aleteos básicos y, lo más importante de todo, aprendía control y estabilidad. Al igual que muchas destrezas adquiridas, no era tan sencilla como parecía.
Se sentía ridículo en ese arnés de seguridad (¿cómo podía alguien lastimarse con un décimo de la gravedad?), y estuvo contento de necesitar nada más que unas pocas lecciones: era indudable que su preparación de astronauta ayudaba. Era, según le dijo el maestro de vuelo con alas, el mejor alumno que había tenido jamás... pero quizás a ellos les decía lo mismo.
Después de varios vuelos libres en una cámara de cuarenta metros de lado, entrecruzada por diversos obstáculos que Poole evitó con facilidad, se le dio el visto bueno para su primer vuelo solo... y volvió a sentirse de diecinueve años, a punto de despegar en aquella antigüedad de Cessna del Aeroclub de Flagstaff. El nada emocionante nombre de El Aviario no lo había preparado para el territorio de su vuelo de bautismo. Aunque parecía aún más enorme que el espacio que contenía los bosques y jardines en el nivel de gravedad lunar, tenía casi el mismo tamaño, ya que también ocupaba todo un piso de la torre suavemente ahusada. Un vacío circular, de medio kilómetro de alto y más de cuatro de ancho, parecía ser realmente enorme, ya que no había detalles en los que la mirada pudiera detenerse. Debido a que las paredes tenían un color azul uniforme, contribuían a la impresión de espacio infinito.