—Es una buena noticia. Aquí todos me han tratado muy bien, pero estaré feliz de
contar con un lugar propio.
—Necesitarás ropa nueva y alguien que te muestre cómo usarla. Y para que te ayude con los centenares de pequeñas tareas cotidianas que pueden hacer perder tanto tiempo. Por eso nos tomamos la libertad de disponer un asistente personal para ti. Entra, Danil... Danil era un hombre pequeño, de tez marrón claro, que promediaba la treintena y que sorprendió a Poole al no hacerle el saludo normal de contacto de palmas, con su intercambio automático de información. En verdad, pronto dio la impresión de que Danil no poseía una Ident: toda vez que se la necesitaba, extraía un pequeño rectángulo de plástico que, en apariencia, cumplía las mismas funciones que las "tarjetas inteligentes" del siglo XXI.
—Danil también será tu guía y... ¿cuál era esa palabra que nunca puedo recordar...? rima con ballet. Se lo instruyó especialmente para el trabajo. Estoy segura de que lo habrás de encontrar plenamente satisfactorio. Aunque Poole agradecía el gesto, lo hacía sentir un tanto incómodo: ¡un valet, de todas las cosas! No podía recordar haber llegado a conocer uno jamás: en su época ya eran una especie rara y en vías de extinción. Empezó a sentirse como el personaje de una novela inglesa de comienzos del siglo XX. —Y mientras Danil organiza tu mudanza, haremos un viajecito hacia arriba... al nivel lunar.
—Espléndido. ¿Está muy lejos?
—Pues... alrededor de doce mil kilómetros. —¡Doce mil! ¡Eso tomará horas! Indra pareció sorprendida ante la observación, y después sonrió.
—No tanto como crees. No, todavía no tenemos un transportador como el de Viaje a las estrellas, ¡aunque creo que siguen trabajando para conseguirlo! Así que puedes optar,
aunque sé por cuál te decidirás: podemos subir con un ascensor externo y admirar la vista... o podemos hacerlo por uno interno, y disfrutar de comida y algo de entretenimiento liviano.
—No puedo concebir que alguien quiera permanecer adentro. —Pues te sorprenderías. Es demasiado vertiginoso para algunos, en especial para los visitantes de allá abajo. Incluso montañistas que dicen estar habituados a las grandes alturas, pueden empezar a ponerse verdes cuando esas alturas se miden en miles de kilómetros, en vez de metros.
—Correré el riesgo —respondió Poole, sonriendo—. He estado a mayor altura. Cuando hubieron traspuesto un conjunto doble de esclusas de aire en la pared exterior de la Torre (¿fue su imaginación, o entonces Poole tuvo una curiosa sensación de desorientación?), ingresaron en lo que podría haber sido el auditorio de un teatro muy pequeño: filas de diez asientos estaban dispuestas en cinco hileras; todas miraban hacia uno de los enormes ventanales de observación que Poole seguía hallando desconcertantes, ya que nunca podía olvidar del todo los centenares de toneladas de presión de aire que pugnaban por hacer estallar el ventanal y lanzarlo al espacio. Los otros doce, o algo así, pasajeros, que probablemente nunca habían pensado en esa cuestión, parecían estar perfectamente cómodos. Todos sonrieron cuando lo reconocieron, saludaron cortésmente con una inclinación de cabeza, y después se volvieron para admirar la vista.
—Bienvenidos a la Sala Espacial —dijo la inevitable voz automática—. El ascenso comienza dentro de cinco minutos. Encontrarán refrescos y baños en el piso inferior. "¿Exactamente cuánto durará este viaje?", se preguntó Poole. "Vamos a recorrer más de veinte mil klicks de ida y vuelta: esto no se va a parecer a viaje alguno en ascensor que yo haya hecho en la Tierra..."