Poole se había adaptado tanto a la
baja gravedad, que las zancadas que estaba dando
le parecían perfectamente normales. Medio G, había estimado: justo lo suficiente como para brindar sensación de bienestar. En su caminata encontraron nada más que unas pocas personas, todas ellas extrañas, pero todas les brindaban una sonrisa de reconocimiento. "En estos momentos", se dijo Poole con un dejo de arrogancia, "debo de ser una de las celebridades más populares de este mundo. Eso debería serme de gran ayuda... una vez que decida qué hacer con el resto de mi vida: por lo menos otro siglo, si he de creerle a Anderson..."
El corredor por el cual estaban caminando carecía por completo de detalles destacados, con la salvedad de ocasionales puertas numeradas, cada una ostentando uno de los paneles de recon universal. Poole había seguido a Indra durante doscientos metros, quizá, cuando se paró en seco, conmocionado por no haberse dado cuenta de algo que saltaba a la vista:
—¡Esta estación espacial debe de ser enorme! —exclamó, Indra le devolvió la sonrisa. —¿No tenían ustedes un dicho: "Y todavía no vieron todo"? —No vieron nada... —corrigió distraídamente: todavía estaba tratando de estimar la escala de esa estructura, cuando recibió otra sorpresa: ¿quién habría imaginado una estación espacial suficientemente grande como para jactarse de tener un tren subterráneo en miniatura, había que admitirlo, con un solo coche con capacidad para nada más que una docena de pasajeros.
—Sala de Observación Tres —ordenó Indra, y se alejaron de la terminal silenciosa y velozmente.
Poole controló la hora en la compleja pulsera cuyas funciones todavía estaba explorando. Una de las sorpresas menores había sido que todo el mundo ahora tenía Hora Universal: el confuso emparchado de los Husos Horarios había sido eliminado, de un plumazo, por el advenimiento de las comunicaciones globales. Mucho se había hablado sobre eso, allá por el siglo XXI, y hasta se había sugerido que se debía reemplazar la hora solar por la sideral. Después, en el transcurso del año, el Sol se desplazaría siguiendo el reloj, fijándose en la hora a la que había salido seis meses antes. Sin embargo, nada había surgido de esa propuesta sobre "Hora igual en el Sol"... ni de los aún más vociferados intentos por modificar el almanaque. Ese trabajo en particular, se había sugerido con cinismo, tendría que esperar a que se produjeran algunos avances de importancia en la tecnología. Seguramente algún día se corregiría uno de los errores de menor importancia cometidos por Dios, y la órbita de la Tierra se adecuaría para que cada año tuviera doce meses de treinta días exactamente iguales... Tanto como Poole podía juzgar por la velocidad y el tiempo transcurrido, debían de haber viajado tres kilómetros, cuando menos, antes de que el vehículo se detuviera en silencio, las portezuelas se abrieran y una suave voz automática salmodiara: —Que tengan una buena vista. Hay treinta y cinco por ciento de nubosidad. "Por fin", pensó Poole, "nos estamos acercando a la pared exterior." Pero aquí se planteaba otro misterio: a pesar de la distancia recorrida, ¡ni la potencia ni la dirección de la gravedad se habían alterado! Poole no podía imaginar una estación espacial rotatoria tan inmensa como para que el vector G no se modificara por tal desplazamiento... ¿Podía ser que estuviera en un planeta, después de todo? Pero entonces se sentiría más liviano (mucho más liviano, por lo común) en cualquier otro mundo habitable del Sistema Solar. Cuando la puerta exterior de la terminal se abrió, y Poole se halló ingresando en una pequeña esclusa de aire, se dio cuenta de que en verdad debía de estar en el espacio. Pero, ¿dónde estaban los trajes espaciales? Miró en derredor con angustia: iba contra todos sus instintos estar tan cerca del vacío, desnudo y desprotegido. Una experiencia de esas había sido suficiente...
—Ya casi estamos ahí —dijo Indra, con tono tranquilizador.
le parecían perfectamente normales. Medio G, había estimado: justo lo suficiente como para brindar sensación de bienestar. En su caminata encontraron nada más que unas pocas personas, todas ellas extrañas, pero todas les brindaban una sonrisa de reconocimiento. "En estos momentos", se dijo Poole con un dejo de arrogancia, "debo de ser una de las celebridades más populares de este mundo. Eso debería serme de gran ayuda... una vez que decida qué hacer con el resto de mi vida: por lo menos otro siglo, si he de creerle a Anderson..."
El corredor por el cual estaban caminando carecía por completo de detalles destacados, con la salvedad de ocasionales puertas numeradas, cada una ostentando uno de los paneles de recon universal. Poole había seguido a Indra durante doscientos metros, quizá, cuando se paró en seco, conmocionado por no haberse dado cuenta de algo que saltaba a la vista:
—¡Esta estación espacial debe de ser enorme! —exclamó, Indra le devolvió la sonrisa. —¿No tenían ustedes un dicho: "Y todavía no vieron todo"? —No vieron nada... —corrigió distraídamente: todavía estaba tratando de estimar la escala de esa estructura, cuando recibió otra sorpresa: ¿quién habría imaginado una estación espacial suficientemente grande como para jactarse de tener un tren subterráneo en miniatura, había que admitirlo, con un solo coche con capacidad para nada más que una docena de pasajeros.
—Sala de Observación Tres —ordenó Indra, y se alejaron de la terminal silenciosa y velozmente.
Poole controló la hora en la compleja pulsera cuyas funciones todavía estaba explorando. Una de las sorpresas menores había sido que todo el mundo ahora tenía Hora Universal: el confuso emparchado de los Husos Horarios había sido eliminado, de un plumazo, por el advenimiento de las comunicaciones globales. Mucho se había hablado sobre eso, allá por el siglo XXI, y hasta se había sugerido que se debía reemplazar la hora solar por la sideral. Después, en el transcurso del año, el Sol se desplazaría siguiendo el reloj, fijándose en la hora a la que había salido seis meses antes. Sin embargo, nada había surgido de esa propuesta sobre "Hora igual en el Sol"... ni de los aún más vociferados intentos por modificar el almanaque. Ese trabajo en particular, se había sugerido con cinismo, tendría que esperar a que se produjeran algunos avances de importancia en la tecnología. Seguramente algún día se corregiría uno de los errores de menor importancia cometidos por Dios, y la órbita de la Tierra se adecuaría para que cada año tuviera doce meses de treinta días exactamente iguales... Tanto como Poole podía juzgar por la velocidad y el tiempo transcurrido, debían de haber viajado tres kilómetros, cuando menos, antes de que el vehículo se detuviera en silencio, las portezuelas se abrieran y una suave voz automática salmodiara: —Que tengan una buena vista. Hay treinta y cinco por ciento de nubosidad. "Por fin", pensó Poole, "nos estamos acercando a la pared exterior." Pero aquí se planteaba otro misterio: a pesar de la distancia recorrida, ¡ni la potencia ni la dirección de la gravedad se habían alterado! Poole no podía imaginar una estación espacial rotatoria tan inmensa como para que el vector G no se modificara por tal desplazamiento... ¿Podía ser que estuviera en un planeta, después de todo? Pero entonces se sentiría más liviano (mucho más liviano, por lo común) en cualquier otro mundo habitable del Sistema Solar. Cuando la puerta exterior de la terminal se abrió, y Poole se halló ingresando en una pequeña esclusa de aire, se dio cuenta de que en verdad debía de estar en el espacio. Pero, ¿dónde estaban los trajes espaciales? Miró en derredor con angustia: iba contra todos sus instintos estar tan cerca del vacío, desnudo y desprotegido. Una experiencia de esas había sido suficiente...
—Ya casi estamos ahí —dijo Indra, con tono tranquilizador.