Aparte de los posibles peligros, extender desde el trasbordador cargas unidas a traíllas
se parece más a pescar con moscas: no es tan fácil como parece. Pero, con el tiempo, se dará el "salto gigantesco" final... hasta alcanzar el ecuador. Mientras tanto, el descubrimiento de la tercera forma del carbono, la buckminsterfullereno (C60) hizo que el concepto de ascensor espacial fuera mucho más plausible. En 1990, un grupo de químicos de la Universidad Rice, de Houston, produjo una forma tubular de C60, que tiene una resistencia a la tracción mucho mayor que la del diamante. El jefe del grupo, doctor Smalley, llegó hasta el punto de afirmar que era el material más fuerte que podría existir jamás, y agregó que haría posible la construcción del ascensor espacial. (Paren las rotativas: me encanta anunciar que por su trabajo, el doctor Smalley compartió el premio Nobel de Química 1996.) Y ahora vayamos a la coincidencia verdaderamente asombrosa... una tan misteriosa que me hace preguntarme Quién Es el Jefe. Buckminster Fuller murió en 1983, así que nunca vivió para ver el descubrimiento de las "buckybolas" y los "buckytubos", que le han dado mucha mayor fama póstuma. Durante uno de los últimos de sus muchos viajes por el mundo, tuve el placer de llevarlos volando a él y a su esposa, Anne, por Sri Lanka, y les mostré algunos de los escenarios reales que aparecen en Las fuentes del paraíso. Poco tiempo después hice una grabación de la novela en un disco de larga duración de veintisiete centímetros (¿los recuerdan?) (Caedmon TC 1606), y Bucky fue tan gentil de escribir los artículos del sobre. Terminaban con una revelación sorprendente, que muy bien puede haber dado pábulo a mi propia idea sobre la Ciudad de las Estrellas:
En 1951 diseñé un puente-anillo con tensión integral, que flotaba libremente, para que se lo instalara bien en lo alto, y alrededor, del ecuador de la Tierra. Dentro de este puente que formaba un "halo", la Tierra seguiría rotando, mientras que el puente circular giraría a su propia velocidad. Preví tráfico terrestre que ascendía en forma vertical al puente, y que giraba y descendía en sitios preferidos de la Tierra. No tengo duda de que si la especie humana decide hacer tal inversión (trivial, según algunas estimaciones de crecimiento económico), la Ciudad de las Estrellas se podría construir. Además de las nuevas maneras de vivir, y de brindar a los visitantes de mundos con poca gravedad, como Marte y la Luna, un mejor acceso al Planeta Madre, eliminaría todo el uso de cohetes de la superficie de la Tierra y lo relegaría al espacio profundo, que es donde debe estar. (Aunque espero que haya ocasionales representaciones por aniversarios en Cabo Kennedy, para traer de vuelta la emoción de los días pioneros.) Casi con certeza, la mayor parte de la ciudad estaría constituida por andamiajes vacíos, y nada más que una pequeña fracción estaría ocupada o se utilizaría para propósitos científicos o tecnológicos. Después de todo, cada una de las Torres sería el equivalente de un rascacielos de diez millones de pisos... ¡y la circunferencia del anillo que rodearía la órbita geoestacionaria sería más de la mitad de la distancia a la Luna! Muchas veces, toda la población de la especie humana se podría alojar en tal volumen de espacio, si estuviera íntegramente cerrado. (Esto plantearía algunos problemas interesantes de logística, a los que me contento con dejar como "tarea para hacer en casa".)
Para leer una excelente historia del concepto de "árbol que llega hasta el cielo" (así como muchas otras ideas aún más descabelladas, tales como la antigravedad y la curvatura del tiempo) véase Indistingishable from Magic, por Robert L. Forward, Baer, 1995.
CAPÍTULO 5. EDUCACIÓN
Quedé atónito al leer en los diarios locales del 19 de julio de 1966, que el doctor Chris Winter, jefe del Equipo de Vida Artificial de British Telecom, cree que el dispositivo de