en el tibio légamo de un mar fenecido. Y sus maravillosos instrumentos todavía
continuaban funcionando, vigilando los experimentos comenzados tantas eras atrás. Pero esos experimentos ya no eran siempre obedientes a los mandatos de sus creadores: al igual que todas las cosas materiales, no eran inmunes a las corrupciones del Tiempo y de su paciente, insomne servidora, Entropía. Y, en ocasiones, descubrían y buscaban metas propias. I - Ciudad de las estrellas
1 - Arreador de cometas
El capitán Dimitri Chandler [M2973.04.21/93.106// Marte//Acad Espacial3005] —o "Dim" para sus amigos más apreciados— estaba comprensiblemente molesto: el mensaje de la Tierra había tardado seis horas en llegar al remolcador espacial Goliath, que aquí estaba más allá de la órbita de Neptuno. Si hubiera llegado diez minutos más tarde, Chandler podría haber respondido:
—Lo siento, no puedo partir ahora: acabamos de empezar el despliegue de la pantalla solar.
La excusa habría sido perfectamente válida: envolver el núcleo de un cometa con una lámina de película reflectora de nada más que unas moléculas de espesor, pero de kilómetros de lado, no era la clase de trabajo que se podía abandonar cuando estaba semicompletado. Así y todo, sería buena idea obedecer esa ridícula solicitud: a Chandler ya no lo apreciaban en las regiones que daban hacia el Sol, aunque no por culpa de él. La recolección del hielo de los anillos de Saturno y su posterior acarreo hacia Venus y Mercurio, donde se lo necesitaba realmente, había comenzado en la década del 2700: tres siglos atrás. El capitán Chandler nunca logró ver diferencia real alguna en las imágenes de "antes y después" que los conservacionistas solares siempre estaban mostrando para respaldar sus acusaciones de vandalismo celeste, pero el gran público, todavía sensible a los desastres ecológicos de siglos anteriores, había opinado de manera diferente, y la propuesta de "No tocar Saturno" se había aprobado por considerable mayoría. Como resultado, Chandler ya no era un Cuatrero de los Anillos, sino un Arreador de Cometas.
Así que ahí estaba, a una apreciable fracción de la distancia a Alfa del Centauro, reuniendo trozos rezagados provenientes del Cinturón de Kuiper. Por cierto que aquí había suficiente hielo como para cubrir a Mercurio y Venus con océanos de kilómetros de profundidad, pero podría llevar siglos extinguir las erupciones volcánicas de esos planetas y hacer que fueran aptos para habitarlos. Los conservacionistas solares, claro está, todavía protestaban contra esto, aunque ya no con tanto entusiasmo: los millones de muertos causados por la ola sísmica que generó el asteroide que se estrelló en el Pacífico en 2034 —¡qué irónico que el impacto, de haberse producido en tierra firme, habría ocasionado mucho menos daño!— les habían recordado a todas las generaciones futuras que la especie humana tenía demasiados huevos en una sola y frágil canasta. "Bueno", se dijo Chandler, "pasarán cincuenta años antes de que este paquete en particular llegue a destino, así que la demora de una semana apenas si significaría mucha diferencia. Pero todos los cálculos sobre rotación, centro de masa y vectores de impulsión se tendrían que rehacer y retransmitir a Marte para que los corroboren." Era una buena idea hacer las sumas con cuidado, antes de empujar miles de millones de toneladas de hielo a lo largo de una órbita que podría ponerlo a una distancia tal que bombardeara la Tierra con granizo.
Tal como lo había hecho tantas veces antes, la mirada del capitán Chandler erró hacia la antigua fotografía que tenía sobre el escritorio: mostraba un vapor de tres mástiles,