Mientras aguardaba a que empezara la ascensión, disfrutó del asombroso panorama
que se extendía dos mil kilómetros más abajo: era invierno en el Hemisferio Norte, pero el clima había cambiado drásticamente en verdad, pues se veía poca nieve al sur del Círculo Polar Ártico.
Europa estaba casi libre de nubes, y se apreciaban tantos detalles que el ojo quedaba abrumado. Una por una identificó las grandes ciudades cuyos nombres habían resonado a través de los siglos; se habían estado contrayendo ya desde la época de Poole, pues la revolución en las comunicaciones cambió la faz del mundo, y ahora habían menguado aún más. También había algunos cuerpos de agua en sitios improbables: el lago Saladino, en el Sahara boreal, casi era un pequeño mar. Poole estaba tan absorto en la observación, que olvidó el paso del tiempo. De pronto se dio cuenta de que habían transcurrido mucho más de cinco minutos y, sin embargo, el ascensor seguía estacionario. ¿Algo había salido mal, o estaban esperando que llegaran pasajeros rezagados?
Y fue entonces cuando advirtió algo tan extraordinario que, al principio, se negó a creer las pruebas que le daban sus ojos: ¡el panorama se había ampliado, como si ya hubieran ascendido centenares de kilómetros! Incluso mientras observaba, notó que en el marco del ventanal iban apareciendo, lentamente, nuevos rasgos del planeta que estaba abajo. Entonces Poole rió, cuando entendió cuál era la explicación obvia. —¡Pudiste engañarme, Indra!: creí que esto era real, y no una videoproyección. Indra lo miró con una sonrisa irónica.
—Piensa bien, Frank. Empezamos a desplazarnos hace unos diez minutos. Para estos momentos debemos de estar ascendiendo a... eh... mil kilómetros por hora, cuando menos. Aunque se me dijo que estos ascensores pueden alcanzar cien G en aceleración máxima, no tocaremos más que diez en este corto viaje. —¡Eso es imposible! Seis es lo máximo que me hayan dado en la centrífuga, y no disfruté pesando media tonelada. Sé que no nos hemos movido desde que entramos aquí.
Poole había alzado la voz levemente y, de pronto, se dio cuenta de que los demás pasajeros fingían no haberlo advertido.
—No entiendo cómo se hace, Frank, pero se lo llama campo inercial o, a veces, campo SHARP, la S por un famoso científico ruso, Sakharov; no sé quiénes fueron los otros. Lentamente, la comprensión llegó a la mente de Poole... y también una sensación de asombro anonadante. Ese era, en verdad, un ejemplo de "tecnología indiscernible de la magia".
—Algunos de mis amigos solían soñar con "impulsadores por el espacio", campos de energía que podían reemplazar los cohetes y permitir el desplazamiento sin sensación alguna de aceleración. La mayoría de nosotros pensaba que estaban locos, ¡pero parece que tenían razón! Apenas si puedo creerlo todavía y, a menos que yo esté equivocado, estamos empezando a perder peso.
—Sí, se está adecuando al valor lunar. Cuando salgamos sentirás que estamos en la Luna. Pero, por lo que más quieras, Frank... ¡olvídate de que eres ingeniero y disfruta del paisaje!
Fue un buen consejo, pero aun mientras veía fluir hacia adentro de su campo visual a África, Europa y gran parte de Asia, Poole no podía alejar su mente de la apabullante revelación. Sin embargo, no debió de haberse sorprendido por completo: sabía que desde su época se habían producido progresos de importancia en los sistemas de propulsión espacial, pero no se había dado por supuesto que tendrían aplicaciones tan espectaculares en la vida cotidiana, si es que esa expresión se le podía aplicar a la existencia en un rascacielos de treinta y seis mil kilómetros de alto. Y la era del cohete debió de haber terminado hacía siglos. Todos sus conocimientos sobre sistemas de propulsión y cámaras de combustión, propulsores iónicos y reactores