Mi agradecimiento a IBM por obsequiarme la hermosa maquinita Thinkpad 755CD, en
la que se compuso este libro. Durante muchos años me avergonzó el rumor, por completo carente de fundamento, de que el nombre HAL provenía del desplazamiento en una letra de IBM. En un intento por exorcizar este mito de la era de las computadoras, hasta me tomé la molestia de hacer que el doctor Chandra, inventor de HAL, lo negara en 2010: Odisea dos. Sin embargo, hace poco me tranquilizaron cuando supe que, lejos de estar
molesto por la asociación, el "Gigante Azul" ahora está muy orgulloso con ella. Así que abandonaré cualquier intento futuro por poner en claro las cosas, y enviaré mis felicitaciones a todos aquellos que participaron de la "fiesta de cumpleaños" de HAL en (claro está) la Universidad de Illinois, Urbana, el 12 de marzo de 1997. Desconsolada gratitud a mi editora de Del Rey Books, Shelly Shapiro, por diez páginas de fruslerías que, una vez que fueron analizadas, mejoraron notablemente el producto final. (Sí, yo mismo fui editor, y no adolezco de la habitual convicción de los autores, de que los miembros de esa profesión son carniceros frustrados.) Por último, y lo más importante de todo: mi profundo agradecimiento a mi antiguo amigo Cyril Gardner, presidente del directorio del Galle Face Hotel, por la hospitalidad de su magnífica (y enorme) suite personal, que mientras yo escribía este libro me brindó una Base Tranquilidad en un momento de serios problemas. Me apresuro a añadir que, aun cuando puede no proporcionar tan extensos paisajes imaginarios, las instalaciones del Galle Face son muy superiores a las que brindaba el Granomedes y nunca, en toda mi vida, trabajé en un ambiente más agradable. O, si es por eso, en uno más inspirador, pues una gran placa en la entrada enumera más de cien de las cabezas de Estado y otros visitantes distinguidos a los que se atendió aquí; entre ellos figuran Yuri Gagarin, la tripulación de la Apolo 12 —la segunda misión a la superficie de la Luna—, y un excelente conjunto de estrellas de teatro y cine: Gregory Peck, Alee Guinness, Noel Coward; Carrie Fisher, de La Guerra de las Galaxias... así como Vivien Leigh y Laurence Olivier, que hacen una breve aparición en 2061: Odisea tres (capítulo 37). Me honra que entre los de ellos figure mi nombre.
Parece lógico que un proyecto que comenzó en un famoso hotel —el Chelsea de Nueva York, aquel semillero de genio legítimo y de imitación— se deba concluir en otro que está a medio mundo de distancia. Pero resulta extraño oír el Océano Indico, castigado por los monzones, rugiendo a nada más que unos pocos metros de mi ventana, en vez del tránsito que fluye por la lejana y entrañablemente recordada calle 23. IN MEMORIAM: 18 DE SEPTIEMBRE DE 1996
Fue con la más profunda pena que me enteré, literalmente cuando estaba corrigiendo estos agradecimientos, de que Cyril Gardner había muerto pocas horas antes. Proporciona algo de consuelo saber que él ya había visto el tributo que le dediqué más arriba, y que le había gustado mucho.
Despedida
"Nunca explicar, nunca disculparse" puede ser un excelente consejo para políticos, magnates de Hollywood y poderosos empresarios industriales, pero un escritor debe tratar a sus lectores con la mayor consideración. Así que, aunque no tengo la más mínima intención de disculparme por algo, quizá la complicada génesis de la tetralogía de Odisea exija un poco de explicación.
Todo empezó en la Navidad de 1948 —¡sí, 1948!—, con un cuento corto de cuatro mil palabras que escribí para un certamen patrocinado por la British Broadcasting Corporation. "El centinela" describía el descubrimiento de una pequeña pirámide en la