esparcir su influencia más rápido
que la velocidad de la luz. Así que la especie humana
tendría casi un milenio para aprontarse para el próximo encuentro... si es que lo había. A lo mejor, para ese entonces estaría mejor preparada. Algo estaba surgiendo del túnel: el robot semihumanoide, montado sobre rieles, que había transportado la tablilla al interior de la bóveda. Casi resultaba cómico ver una máquina encerrada en la clase de traje de aislación que se usaba como protección contra gérmenes letales... ¡y aquí, en la Luna, que carecía de aire! Pero nadie iba a correr el menor riesgo, no importaba lo improbables que pudieran parecer. Después de todo, el robot se había desplazado entre esas pesadillas secuestradas con todo cuidado y, aunque según sus cámaras de televisión todo parecía estar en orden, siempre existía el peligro de que alguna ampolla hubiera tenido una filtración o de que se hubiera roto el sello de algún recipiente. La Luna era un ambiente muy estable pero, en el transcurso de los siglos, había conocido muchos sismos e impactos de meteoros. El robot hizo un alto, cincuenta metros afuera del túnel. Con lentitud, el macizo tapón que lo cerraba en forma hermética volvió a caer en posición, y empezó a rotar en sus rieles, como si fuera una tuerca gigantesca a la que se atornillaba en la montaña. —¡Todos los que no lleven anteojos oscuros, por favor cierren los ojos o desvíen la vista del robot! —dijo una voz urgente a través de la radio del vehículo lunar. Poole giró en el asiento, justo a tiempo para ver una explosión de luz en el techo del vehículo. Cuando volvió a mirar a Pico, todo lo que quedaba del robot era un montón de escoria incandescente. Incluso para alguien que había pasado mucho de su vida rodeado por el vacío, parecía ser completamente erróneo que no hubiera volutas de humo alzándose con lentitud de esa masa de metal.
—Esterilización completada —anunció la voz del controlador de la misión—. Gracias a todos. Ahora regresamos a Ciudad Platón. ¡Qué irónico que a la especie humana la hubiera salvado el habilidoso despliegue de sus propias demencias! ¿Qué moraleja, se preguntaba Poole, sería posible extraer de eso?
Volvió a mirar a la hermosa y azul Tierra, que se arrebujaba debajo de su rasgada manta de nubes, para protegerse del frío del espacio. Allá arriba, dentro de unas semanas a partir de ahora, tenía la esperanza de acunar en los brazos a su primer nieto. Cualesquiera que fueran los poderes y principados cuasi divinos que acechaban más allá de las estrellas, se recordó Poole, para los seres humanos comunes y corrientes únicamente dos cosas eran importantes: Amor y Muerte. Su cuerpo todavía no había envejecido cien años: todavía tenía tiempo en abundancia para ambas cosas.
Epílogo
"Su pequeño universo es muy joven, y su dios todavía es un niño. Pero es demasiado pronto para juzgarlos. Cuando Nosotros regresemos en los Últimos Días, consideraremos lo que se debe salvar."
Fuentes y agradecimientos
FUENTES
CAPÍTULO 1: ARREADOR DE COMETAS
tendría casi un milenio para aprontarse para el próximo encuentro... si es que lo había. A lo mejor, para ese entonces estaría mejor preparada. Algo estaba surgiendo del túnel: el robot semihumanoide, montado sobre rieles, que había transportado la tablilla al interior de la bóveda. Casi resultaba cómico ver una máquina encerrada en la clase de traje de aislación que se usaba como protección contra gérmenes letales... ¡y aquí, en la Luna, que carecía de aire! Pero nadie iba a correr el menor riesgo, no importaba lo improbables que pudieran parecer. Después de todo, el robot se había desplazado entre esas pesadillas secuestradas con todo cuidado y, aunque según sus cámaras de televisión todo parecía estar en orden, siempre existía el peligro de que alguna ampolla hubiera tenido una filtración o de que se hubiera roto el sello de algún recipiente. La Luna era un ambiente muy estable pero, en el transcurso de los siglos, había conocido muchos sismos e impactos de meteoros. El robot hizo un alto, cincuenta metros afuera del túnel. Con lentitud, el macizo tapón que lo cerraba en forma hermética volvió a caer en posición, y empezó a rotar en sus rieles, como si fuera una tuerca gigantesca a la que se atornillaba en la montaña. —¡Todos los que no lleven anteojos oscuros, por favor cierren los ojos o desvíen la vista del robot! —dijo una voz urgente a través de la radio del vehículo lunar. Poole giró en el asiento, justo a tiempo para ver una explosión de luz en el techo del vehículo. Cuando volvió a mirar a Pico, todo lo que quedaba del robot era un montón de escoria incandescente. Incluso para alguien que había pasado mucho de su vida rodeado por el vacío, parecía ser completamente erróneo que no hubiera volutas de humo alzándose con lentitud de esa masa de metal.
—Esterilización completada —anunció la voz del controlador de la misión—. Gracias a todos. Ahora regresamos a Ciudad Platón. ¡Qué irónico que a la especie humana la hubiera salvado el habilidoso despliegue de sus propias demencias! ¿Qué moraleja, se preguntaba Poole, sería posible extraer de eso?
Volvió a mirar a la hermosa y azul Tierra, que se arrebujaba debajo de su rasgada manta de nubes, para protegerse del frío del espacio. Allá arriba, dentro de unas semanas a partir de ahora, tenía la esperanza de acunar en los brazos a su primer nieto. Cualesquiera que fueran los poderes y principados cuasi divinos que acechaban más allá de las estrellas, se recordó Poole, para los seres humanos comunes y corrientes únicamente dos cosas eran importantes: Amor y Muerte. Su cuerpo todavía no había envejecido cien años: todavía tenía tiempo en abundancia para ambas cosas.
Epílogo
"Su pequeño universo es muy joven, y su dios todavía es un niño. Pero es demasiado pronto para juzgarlos. Cuando Nosotros regresemos en los Últimos Días, consideraremos lo que se debe salvar."
Fuentes y agradecimientos
FUENTES
CAPÍTULO 1: ARREADOR DE COMETAS