Un día, mientras daba sus zancadas
por una convincente, aunque escasamente
poblada, imitación de los Champs Élysées, de pronto divisó una cara familiar: —¡Danil! —exclamó.
El otro hombre no se dio por aludido en absoluto, aun cuando Poole volvió a llamarlo, más fuerte esta vez:
—¿No te acuerdas de mí?
Danil —y ahora que lo había alcanzado, Poole no tenía la más mínima duda de su identidad—, daba la impresión de estar sinceramente perplejo: —Lo siento —dijo—. Usted es el comandante Poole, claro, pero estoy seguro de que nunca nos vimos antes.
Ahora era el turno de Poole para sentirse avergonzado. —Qué estupidez la mía —se disculpó—. Debo de haberlo confundido con otra persona. Que tenga un buen día.
Estaba contento por el encuentro, y le agradaba saber que Danil estaba de vuelta en la sociedad normal. Ya fuera que su delito originario hubiera sido asesinar con un hacha o devolver tarde libros a la biblioteca, eso no era cuestión que le incumbiera a su ocasional empleador: las cuentas se habían saldado los libros, cerrado. Aunque Poole a veces extrañaba los dramas de policías y ladrones que a menudo disfrutaba durante su juventud, había llegado a aceptar la sabiduría actual: el excesivo interés en la conducta patológica era patológico en sí mismo.
Con la ayuda de la señorita Pringle Modelo III, Poole había podido organizar su vida de modo que incluso hubiera ocasionales momentos en blanco en los que se podía relajar y poner el casquete cerebral en búsqueda aleatoria, para recorrer sus zonas de interés. Fuera de su familia inmediata, su principal preocupación todavía estaba entre las lunas de Júpiter / Lucifer, no siendo la menor de las causas el que se lo reconociera como al principal experto en el tema, y miembro permanente de la Comisión Europa. Esa comisión se había creado casi mil años atrás, para examinar qué se podía hacer, si es que había algo que se pudiera y debiera hacer, respecto del misterioso satélite. En el transcurso de los siglos se había acumulado una vasta cantidad de información proveniente de los vuelos de circunvalación de las Voyager de 1979 y de las primeras exploraciones detalladas de las espacionaves Galileo colocadas en órbita en 1996, el mismo año del nacimiento de Poole.
Al igual que la mayoría de las organizaciones de larga duración, la Comisión Europa lentamente se había ido fosilizando y ahora solamente se reunía cuando se producían nuevos acontecimientos. Se había despertado sobresaltada después de la reaparición de Halman y nombró un enérgico presidente nuevo de la Comisión, cuyo primer acto fue el de codesignar a Poole.
Aunque había poco en lo que podía colaborar que ya no figurara en los registros, Poole se sintió muy feliz de estar en la Comisión. Evidentemente, su deber era hacerse asequible, y también le brindaba una posición oficial de la que, de otro modo, habría carecido. Con anterioridad, su condición social era lo que otrora se denominaba "tesoro nacional", lo que le resultaba ligeramente vergonzoso. Si bien lo alegraba que lo mantuviera viviendo en el lujo un mundo más rico que lo que jamás pudieron haber imaginado todos los sueños de las anteriores épocas devastadas por las guerras, sentía la necesidad de justificar su existencia. También experimentaba otra necesidad, que raramente expresaba, ni siquiera a sí mismo. Halman le había hablado, aunque con brevedad, durante el extraño encuentro de dos décadas atrás. Poole estaba seguro de que le resultaría fácil hacerlo otra vez, si así lo deseara. ¿Acaso los contactos con seres humanos ya no le interesaban? Poole albergaba la esperanza de que no fuera el caso; sin embargo, podría ser la única explicación de su silencio.
poblada, imitación de los Champs Élysées, de pronto divisó una cara familiar: —¡Danil! —exclamó.
El otro hombre no se dio por aludido en absoluto, aun cuando Poole volvió a llamarlo, más fuerte esta vez:
—¿No te acuerdas de mí?
Danil —y ahora que lo había alcanzado, Poole no tenía la más mínima duda de su identidad—, daba la impresión de estar sinceramente perplejo: —Lo siento —dijo—. Usted es el comandante Poole, claro, pero estoy seguro de que nunca nos vimos antes.
Ahora era el turno de Poole para sentirse avergonzado. —Qué estupidez la mía —se disculpó—. Debo de haberlo confundido con otra persona. Que tenga un buen día.
Estaba contento por el encuentro, y le agradaba saber que Danil estaba de vuelta en la sociedad normal. Ya fuera que su delito originario hubiera sido asesinar con un hacha o devolver tarde libros a la biblioteca, eso no era cuestión que le incumbiera a su ocasional empleador: las cuentas se habían saldado los libros, cerrado. Aunque Poole a veces extrañaba los dramas de policías y ladrones que a menudo disfrutaba durante su juventud, había llegado a aceptar la sabiduría actual: el excesivo interés en la conducta patológica era patológico en sí mismo.
Con la ayuda de la señorita Pringle Modelo III, Poole había podido organizar su vida de modo que incluso hubiera ocasionales momentos en blanco en los que se podía relajar y poner el casquete cerebral en búsqueda aleatoria, para recorrer sus zonas de interés. Fuera de su familia inmediata, su principal preocupación todavía estaba entre las lunas de Júpiter / Lucifer, no siendo la menor de las causas el que se lo reconociera como al principal experto en el tema, y miembro permanente de la Comisión Europa. Esa comisión se había creado casi mil años atrás, para examinar qué se podía hacer, si es que había algo que se pudiera y debiera hacer, respecto del misterioso satélite. En el transcurso de los siglos se había acumulado una vasta cantidad de información proveniente de los vuelos de circunvalación de las Voyager de 1979 y de las primeras exploraciones detalladas de las espacionaves Galileo colocadas en órbita en 1996, el mismo año del nacimiento de Poole.
Al igual que la mayoría de las organizaciones de larga duración, la Comisión Europa lentamente se había ido fosilizando y ahora solamente se reunía cuando se producían nuevos acontecimientos. Se había despertado sobresaltada después de la reaparición de Halman y nombró un enérgico presidente nuevo de la Comisión, cuyo primer acto fue el de codesignar a Poole.
Aunque había poco en lo que podía colaborar que ya no figurara en los registros, Poole se sintió muy feliz de estar en la Comisión. Evidentemente, su deber era hacerse asequible, y también le brindaba una posición oficial de la que, de otro modo, habría carecido. Con anterioridad, su condición social era lo que otrora se denominaba "tesoro nacional", lo que le resultaba ligeramente vergonzoso. Si bien lo alegraba que lo mantuviera viviendo en el lujo un mundo más rico que lo que jamás pudieron haber imaginado todos los sueños de las anteriores épocas devastadas por las guerras, sentía la necesidad de justificar su existencia. También experimentaba otra necesidad, que raramente expresaba, ni siquiera a sí mismo. Halman le había hablado, aunque con brevedad, durante el extraño encuentro de dos décadas atrás. Poole estaba seguro de que le resultaría fácil hacerlo otra vez, si así lo deseara. ¿Acaso los contactos con seres humanos ya no le interesaban? Poole albergaba la esperanza de que no fuera el caso; sin embargo, podría ser la única explicación de su silencio.