Tampoco esa vez hubo sensación de
movimiento, hasta que súbitamente apareció un
campo de estrellas netamente definido por el borde curvo de ese disco que tenía el tamaño de un mundo: el efecto era, exactamente, como si hubieran estado mirando por encima del horizonte de un planeta sin aire y perfectamente liso. No, no era perfectamente liso...
—Qué interesante —comentó el astrónomo que, hasta ese momento, había hablado con tono notablemente desapasionado, como si esa clase de acontecimiento fuera cosa de todos los días— el borde parece dentado... pero en forma muy regular, como una sierra circular.
—Una sierra circular —murmuró Poole entre dientes—. ¿Nos va a dividir? No sea ridículo...
—Esto es lo máximo que podemos aumentar antes que la difracción arruine la imagen... La procesaremos más tarde y obtendremos mucho mayor detalle. El aumento era ahora tan grande, que todo vestigio de circularidad del disco había desaparecido. De un extremo al otro de la videopantalla se extendía una banda, serrada a lo largo de su borde con triángulos tan idénticos que a Poole le resultaba difícil evitar la ominosa analogía con una sierra circular. Y, sin embargo, algo más lo estaba molestando en lo profundo de su mente...
Al igual que los demás habitantes de Ganimedes, observaba las estrellas que estaban a distancia infinitamente mayor, y que derivaban hacia adentro y hacia afuera de esos valles geométricamente perfectos. Era muy probable que muchas otras personas hubieran sacado precipitadamente la misma conclusión, aun antes que lo hiciera Poole. Si se intenta hacer un disco con bloques rectangulares, ya sea que la relación de proporciones sea 1:4:9 o cualquier otra, no es posible tener un borde liso. Por supuesto, se puede lograr que sea un círculo casi tan perfecto como se quiera, mediante el empleo de bloques cada vez más pequeños. No obstante, ¿por qué tomarse tantas molestias, si lo que se busca no es más que construir una pantalla lo suficientemente grande como para eclipsar un sol?
El alcalde tenía razón: el eclipse fue temporario. Pero su culminación fue exactamente lo opuesto de uno solar.
Primero, la luz irrumpió en el centro exacto, no en el collar visual de Cuentas de Bailey, a lo largo del borde mismo. Líneas serradas irradiaban desde un agujero minúsculo pero deslumbrante... y ahora, bajo el aumento máximo, se revelaba la estructura del disco: estaba compuesto por millones de rectángulos idénticos, quizá del mismo tamaño que la Gran Muralla de Europa, que se estaban separando: era como se estuviera desarmando, pieza por pieza, un gigantesco rompecabezas. Su luz de día perpetua, pero ahora brevemente interrumpida, estaba volviendo con lentitud a Ganimedes, cuando el disco se fragmentó y los rayos de Lucifer pasaron a raudales a través de las brechas que cada vez se hacían más grandes. Para esos momentos los componentes en sí se estaban evaporando, casi como si necesitaran el contacto mutuo para mantener la realidad. Aunque pareció que habían transcurrido horas para los angustiados observadores de Ciudad Anubis, todo el acontecimiento duró menos de quince minutos. No fue sino hasta que todo hubo terminado, que se le prestó atención a Europa mismo. La Gran Muralla había desaparecido, y pasó casi una hora antes de que llegaran las noticias, desde la Tierra, Marte y la Luna, de que hasta el Sol pareció titilar unos segundos, antes de retomar sus actividades de la manera habitual. Había sido un conjunto de eclipses selectivos en grado sumo, evidentemente dirigidos contra la humanidad. En ninguna otra parte del Sistema Solar se habría advertido algo. En la excitación general se tardó un poco más antes que el mundo se diera cuenta de que tanto la AMT-0 como la AMT-1 habían desaparecido, dejando nada más que sus improntas de cuatro millones de años de antigüedad en Tycho y en África.
campo de estrellas netamente definido por el borde curvo de ese disco que tenía el tamaño de un mundo: el efecto era, exactamente, como si hubieran estado mirando por encima del horizonte de un planeta sin aire y perfectamente liso. No, no era perfectamente liso...
—Qué interesante —comentó el astrónomo que, hasta ese momento, había hablado con tono notablemente desapasionado, como si esa clase de acontecimiento fuera cosa de todos los días— el borde parece dentado... pero en forma muy regular, como una sierra circular.
—Una sierra circular —murmuró Poole entre dientes—. ¿Nos va a dividir? No sea ridículo...
—Esto es lo máximo que podemos aumentar antes que la difracción arruine la imagen... La procesaremos más tarde y obtendremos mucho mayor detalle. El aumento era ahora tan grande, que todo vestigio de circularidad del disco había desaparecido. De un extremo al otro de la videopantalla se extendía una banda, serrada a lo largo de su borde con triángulos tan idénticos que a Poole le resultaba difícil evitar la ominosa analogía con una sierra circular. Y, sin embargo, algo más lo estaba molestando en lo profundo de su mente...
Al igual que los demás habitantes de Ganimedes, observaba las estrellas que estaban a distancia infinitamente mayor, y que derivaban hacia adentro y hacia afuera de esos valles geométricamente perfectos. Era muy probable que muchas otras personas hubieran sacado precipitadamente la misma conclusión, aun antes que lo hiciera Poole. Si se intenta hacer un disco con bloques rectangulares, ya sea que la relación de proporciones sea 1:4:9 o cualquier otra, no es posible tener un borde liso. Por supuesto, se puede lograr que sea un círculo casi tan perfecto como se quiera, mediante el empleo de bloques cada vez más pequeños. No obstante, ¿por qué tomarse tantas molestias, si lo que se busca no es más que construir una pantalla lo suficientemente grande como para eclipsar un sol?
El alcalde tenía razón: el eclipse fue temporario. Pero su culminación fue exactamente lo opuesto de uno solar.
Primero, la luz irrumpió en el centro exacto, no en el collar visual de Cuentas de Bailey, a lo largo del borde mismo. Líneas serradas irradiaban desde un agujero minúsculo pero deslumbrante... y ahora, bajo el aumento máximo, se revelaba la estructura del disco: estaba compuesto por millones de rectángulos idénticos, quizá del mismo tamaño que la Gran Muralla de Europa, que se estaban separando: era como se estuviera desarmando, pieza por pieza, un gigantesco rompecabezas. Su luz de día perpetua, pero ahora brevemente interrumpida, estaba volviendo con lentitud a Ganimedes, cuando el disco se fragmentó y los rayos de Lucifer pasaron a raudales a través de las brechas que cada vez se hacían más grandes. Para esos momentos los componentes en sí se estaban evaporando, casi como si necesitaran el contacto mutuo para mantener la realidad. Aunque pareció que habían transcurrido horas para los angustiados observadores de Ciudad Anubis, todo el acontecimiento duró menos de quince minutos. No fue sino hasta que todo hubo terminado, que se le prestó atención a Europa mismo. La Gran Muralla había desaparecido, y pasó casi una hora antes de que llegaran las noticias, desde la Tierra, Marte y la Luna, de que hasta el Sol pareció titilar unos segundos, antes de retomar sus actividades de la manera habitual. Había sido un conjunto de eclipses selectivos en grado sumo, evidentemente dirigidos contra la humanidad. En ninguna otra parte del Sistema Solar se habría advertido algo. En la excitación general se tardó un poco más antes que el mundo se diera cuenta de que tanto la AMT-0 como la AMT-1 habían desaparecido, dejando nada más que sus improntas de cuatro millones de años de antigüedad en Tycho y en África.