pensamiento nostálgico: "¡Ojalá
pudieran verme ahora mis amigos judíos!" Después de
unos minutos quedó tan cómodo, que ni advertía que lo tenía puesto. Poole ya estaba listo para la instalación, proceso que —ahora se daba cuenta, con una sensación próxima al asombro reverencial— había sido el Rito de Transición para casi toda la especie humana durante más de medio milenio. —No es necesario que cierre los ojos: —dijo el técnico, al que habían presentado con el pretensioso título de "Ingeniero en Cerebros", casi siempre convertido en "Hombre de los Sesos" en la conversación cotidiana—. Cuando comience la colocación, todos los ingresos de información quedarán dominados: aun si mantuviera los ojos abiertos, no vería cosa alguna.
"Me gustaría saber si todos se sienten así de nerviosos", se preguntó Poole. "¿Es éste el último momento en el que tendré el control de mi propia mente? Así y todo, aprendí a confiar en la tecnología de esta época. Hasta ahora no me defraudó... claro que, como dice el antiguo proverbio, siempre hay una primera vez..." Tal como se le prometió, no sintió nada, salvo un suave cosquilleo cuando la incontable cantidad de nanocables se abrió camino a través del cuero cabelludo. Todos los sentidos seguían estando perfectamente normales; cuando recorrió la habitación con la mirada, todo se hallaba exactamente donde debía estar. El Hombre de los Sesos (que llevaba su propio casquete conectado, como el de Poole, a un equipo que fácilmente se podría haber confundido con una computadora portátil del siglo XX), le sonrió con gesto tranquilizador: —¿Listo? —preguntó.
Había ocasiones en las que las antiguas frases hechas eran las más adecuadas: —Como nunca antes lo estuve —respondió Poole. Con lentitud, la luz se atenuó... o pareció hacerlo. Se hizo un gran silencio y hasta la suave gravedad de la Torre dejó de retener a Poole: era un embrión flotando en un vacío carente de formas, aunque no en una completa oscuridad. Había conocido una tenebrosidad así, apenas visible, próxima al ultravioleta y en el borde mismo de la noche, sólo una vez en la vida: cuando descendió más de lo que aconsejaba la inteligencia, por la ladera de un precipicio que caía a pico en el borde exterior de la Gran Barrera de Coral. Al mirar hacia abajo, a los centenares de metros de vacuidad cristalina, había sentido tal sensación de desorientación, que experimentó un breve momento de pánico y casi dispara su unidad de fuerza ascendente, antes de recuperar el control de sí mismo. Es innecesario decir que nunca mencionó el incidente a los médicos de la NASA... A una gran distancia, una voz habló desde el inmenso vacío que ahora parecía rodearlo. Pero no le llegó por los oídos: sonaba con suavidad en los retumbantes laberintos de su cerebro:
—Comienza calibración. De vez en cuando se le harán preguntas: puede responderlas en forma mental, pero puede ayudar que lo haga en forma verbal, ¿entiende? —Sí —repuso Poole, preguntándose si sus labios en verdad se movían. No había manera de que pudiera saberlo.
Algo estaba apareciendo en el vacío; una cuadrícula de líneas delgadas, como una hoja enorme de papel reticulado. Se extendía hacia arriba y hacia abajo, hacia la derecha y hacia la izquierda, hasta los límites de la visión. Trató de mover la cabeza, pero la imagen se rehusaba a cambiar.
De un extremo a otro de la cuadrícula empezaron a pasar números centelleantes, demasiado veloces como para que los leyera, pero era de suponer que algún circuito los estaba grabando. No pudo dejar de sonreír (¿se movían las mejillas?) ante lo familiar de todo eso: se parecía exactamente al examen ocular, guiado por computadora, que cualquier oculista de su época le habría hecho a un paciente.
unos minutos quedó tan cómodo, que ni advertía que lo tenía puesto. Poole ya estaba listo para la instalación, proceso que —ahora se daba cuenta, con una sensación próxima al asombro reverencial— había sido el Rito de Transición para casi toda la especie humana durante más de medio milenio. —No es necesario que cierre los ojos: —dijo el técnico, al que habían presentado con el pretensioso título de "Ingeniero en Cerebros", casi siempre convertido en "Hombre de los Sesos" en la conversación cotidiana—. Cuando comience la colocación, todos los ingresos de información quedarán dominados: aun si mantuviera los ojos abiertos, no vería cosa alguna.
"Me gustaría saber si todos se sienten así de nerviosos", se preguntó Poole. "¿Es éste el último momento en el que tendré el control de mi propia mente? Así y todo, aprendí a confiar en la tecnología de esta época. Hasta ahora no me defraudó... claro que, como dice el antiguo proverbio, siempre hay una primera vez..." Tal como se le prometió, no sintió nada, salvo un suave cosquilleo cuando la incontable cantidad de nanocables se abrió camino a través del cuero cabelludo. Todos los sentidos seguían estando perfectamente normales; cuando recorrió la habitación con la mirada, todo se hallaba exactamente donde debía estar. El Hombre de los Sesos (que llevaba su propio casquete conectado, como el de Poole, a un equipo que fácilmente se podría haber confundido con una computadora portátil del siglo XX), le sonrió con gesto tranquilizador: —¿Listo? —preguntó.
Había ocasiones en las que las antiguas frases hechas eran las más adecuadas: —Como nunca antes lo estuve —respondió Poole. Con lentitud, la luz se atenuó... o pareció hacerlo. Se hizo un gran silencio y hasta la suave gravedad de la Torre dejó de retener a Poole: era un embrión flotando en un vacío carente de formas, aunque no en una completa oscuridad. Había conocido una tenebrosidad así, apenas visible, próxima al ultravioleta y en el borde mismo de la noche, sólo una vez en la vida: cuando descendió más de lo que aconsejaba la inteligencia, por la ladera de un precipicio que caía a pico en el borde exterior de la Gran Barrera de Coral. Al mirar hacia abajo, a los centenares de metros de vacuidad cristalina, había sentido tal sensación de desorientación, que experimentó un breve momento de pánico y casi dispara su unidad de fuerza ascendente, antes de recuperar el control de sí mismo. Es innecesario decir que nunca mencionó el incidente a los médicos de la NASA... A una gran distancia, una voz habló desde el inmenso vacío que ahora parecía rodearlo. Pero no le llegó por los oídos: sonaba con suavidad en los retumbantes laberintos de su cerebro:
—Comienza calibración. De vez en cuando se le harán preguntas: puede responderlas en forma mental, pero puede ayudar que lo haga en forma verbal, ¿entiende? —Sí —repuso Poole, preguntándose si sus labios en verdad se movían. No había manera de que pudiera saberlo.
Algo estaba apareciendo en el vacío; una cuadrícula de líneas delgadas, como una hoja enorme de papel reticulado. Se extendía hacia arriba y hacia abajo, hacia la derecha y hacia la izquierda, hasta los límites de la visión. Trató de mover la cabeza, pero la imagen se rehusaba a cambiar.
De un extremo a otro de la cuadrícula empezaron a pasar números centelleantes, demasiado veloces como para que los leyera, pero era de suponer que algún circuito los estaba grabando. No pudo dejar de sonreír (¿se movían las mejillas?) ante lo familiar de todo eso: se parecía exactamente al examen ocular, guiado por computadora, que cualquier oculista de su época le habría hecho a un paciente.