empequeñecido en comparación con la montaña de hielo que se alzaba amenazador a su
lado, tal como, por cierto, la Goliath estaba empequeñecida en ese mismo instante. Qué increíble, había pensado Chandler a menudo, que nada más que un solo período largo de vida salvara el abismo entre esa primitiva Discovery y la nave homónima que había viajado a Júpiter. ¿Y qué habrían pensado aquellos exploradores antárticos de antaño de la vista que él tenía desde su puente? Ciertamente se habrían sentido desorientados, pues la muralla de hielo al lado de la cual flotaba la Goliath se extendía hacia arriba y hacia abajo hasta donde alcanzaba la vista. Y era un hielo de aspecto extraño, carente por completo de los azules y blancos inmaculados de los gélidos mares polares. De hecho, parecía estar sucio, y lo estaba en verdad, ya que nada más que el noventa por ciento era agua-hielo; el resto era una mescolanza de compuestos de carbono y azufre, la mayor parte de los cuales sólo era estable a temperaturas que no superaran mucho el cero absoluto. Descongelarlos podría producir desagradables sorpresas: tal como había dicho un astroquímico, en un ahora famoso comentario: "Los cometas tienen mal aliento". —Capitán a todo el personal —anunció Chandler—. Hubo un ligero cambio de programa: se nos pidió que demoremos las operaciones para investigar un blanco que captó el radar de Guardián Espacial.
—¿Dieron detalles? —preguntó alguien, cuando se hubo acallado el coro de quejidos que se hizo oír por el intercomunicador de la nave. —No muchos, pero infiero que se trata de otro proyecto de la Comisión del Milenio que se olvidaron de cancelar.
Más quejidos: la tripulación estaba sinceramente hastiada de todos los festejos planeados para celebrar el fin de los 2000. Hubo un suspiro general de alivio cuando el de enero de 3001 transcurrió sin novedad, y la especie humana pudo reanudar sus actividades normales.
—De todos modos, es probable que sea otra falsa alarma como la última. Volveremos al trabajo lo más pronto que podamos. Capitán fuera. Ésa era la tercera búsqueda inútil en la que había intervenido durante su carrera, pensó Chandler de mal humor. A pesar de los siglos de exploración, el Sistema Solar todavía podía producir sorpresas, y era de suponer que Guardián Espacial tenía buenos motivos para hacer ese pedido. Chandler sólo albergaba la esperanza de que algún idiota imaginativo no hubiera avistado, una vez más, el mítico Asteroide Dorado. Si existía en verdad —cosa que Chandler no creía en absoluto—, no sería más que una curiosidad mineralógica: tendría mucho menos valor real que el hielo que ahora estaban empujando en dirección del Sol, para dar vida a mundos estériles. Había una posibilidad, empero, a la que Chandler sí tomaba en serio: la especie humana ya había esparcido sus sondas robot a través de un volumen de espacio de cien años luz de ancho... y el monolito de Tycho era recordatorio suficiente de que civilizaciones mucho más antiguas ya se habían dedicado a actividades similares. Muy bien podría haber otros artefactos alienígenas en el Sistema Solar, o en viaje hacia él. El capitán Chandler sospechaba que Guardián Espacial tenía algo así en mente. Caso contrario, difícilmente habría hecho salir de curso a un remolcador espacial Clase I para ir a perseguir una señal no identificada de radar. Cinco horas después, la Goliath captó el eco con alcance extremo; aun tomando en cuenta la distancia, parecía tener una pequeñez decepcionante. No obstante, a medida que se volvía más claro y fuerte, empezó a dar el registro de un objeto metálico, quizá de algunos metros de largo. Estaba viajando en una órbita que se alejaba del Sistema Solar, por lo que casi con seguridad, decidió Chandler, era uno de los innumerables trozos de desechos espaciales que la humanidad había lanzado hacia las estrellas durante el milenio pasado... y que algún día podrían proporcionar la única prueba de que la especie humana había existido.