El descubrimiento de la AMT-1 había
puesto fin, paradójicamente, a esa lamentable
tontería, al demostrar que aunque en verdad existía inteligencia en otros sitios, en apariencia no se había preocupado por la especie humana durante varios millones de años. La AMT-1 también había refutado, de manera convincente, al puñado de científicos que argüía que la vida por encima del nivel bacteriano era un fenómeno tan improbable, que la especie humana estaba sola en esta galaxia... si es que no en todo el cosmos. La tripulación de la Goliath estaba más interesada en la tecnología que en la política y la economía de la época de Poole, y le fascinaba, de modo particular, la revolución que había tenido lugar en los propios tiempos de él: el fin de la era de los combustibles fósiles, desencadenado por el aprovechamiento de la energía del vacío. A la tripulación le resultaba difícil imaginar las ciudades ahogadas por el smog del siglo XX; y el desperdicio, la codicia y los consternadores desastres ambientales de la Era del Petróleo. —No me culpen a mí —dijo Poole, defendiéndose resueltamente después de una rueda de críticas—. De todos modos, vean el desaguisado que produjo el siglo XXI. Hubo un coro de "¿Qué quiere decir?" por toda la mesa. —No bien la así llamada Era de la Energía Infinita se puso en movimiento, y que todos tuvieron miles de kilovatios de energía limpia y barata con la que jugar... ¡ya saben lo que ocurrió!
—Ah, se refiere a la Crisis Térmica. Pero eso se reparó. —Con el paso del tiempo... después que ustedes cubrieron la mitad de la Tierra con reflectores para hacer que el calor del Sol rebotara al espacio. De otro modo, el planeta habría estado tan sancochado como lo está Venus ahora. El conocimiento que la tripulación tenía de la historia del tercer milenio era tan sorprendentemente escaso, que Poole, merced a la educación intensiva recibida en la Ciudad de las Estrellas, a menudo los podía asombrar con detalles de acontecimientos ocurridos siglos después de su propia época. Sin embargo, lo halagó descubrir lo bien informados que estaban sobre el cuaderno de bitácora de la Discovery: se había convertido en uno de los registros clásicos de la Edad Espacial. Lo veían del mismo modo que Poole habría mirado una saga de los antiguos vikingos, y a menudo tenía que recordarse que estaba a mitad de camino, en el tiempo, entre la Goliath y las primeras naves que cruzaron el océano occidental. —En el día ochenta y seis —le hizo recordar Estrellas durante la cena de la quinta noche—, ustedes pasaron a dos mil kas del asteroide 7794... y lanzaron una sonda hacia él. ¿Se acuerda?
—Claro que sí —respondió Poole, con bastante brusquedad—, para mí sucedió hace menos de un año.
—Hmmm, lo siento... Bueno, mañana estaremos aún más cerca, a trece mil cuatrocientos cuarenta y cinco. ¿Querría echar un vistazo? Con autoguía y congelación de imagen, tendremos que contar con una ventana de diez milisegundos completos de ancho.
¡Una centésima de segundo! Que pasaran unos minutos en la Discovery ya le había parecido bastante agitado, pero ahora todo iba a ocurrir cincuenta veces más rápido... —¿Cómo es de grande? —preguntó Poole.
—Treinta por veinte por quince metros cúbicos —respondió Estrellas—. Parece un ladrillo estropeado.
—Lamento que no tengamos un tarugo de prueba para disparárselo —terció Prop—. ¿Alguna vez se preguntaron si el 7794 iba a devolver el golpe? —Nunca se nos ocurrió. Pero sí les brindó a los astrónomos una gran cantidad de información útil, así que el riesgo valió la pena... Sea como fuere, por una centésima de segundo difícilmente parece que valga la pena molestarse. Gracias de todos modos. —Entiendo: una vez que se vio un asteroide, se los vio todos... —No es cierto, Cables. Cuando estuve en Eros...
tontería, al demostrar que aunque en verdad existía inteligencia en otros sitios, en apariencia no se había preocupado por la especie humana durante varios millones de años. La AMT-1 también había refutado, de manera convincente, al puñado de científicos que argüía que la vida por encima del nivel bacteriano era un fenómeno tan improbable, que la especie humana estaba sola en esta galaxia... si es que no en todo el cosmos. La tripulación de la Goliath estaba más interesada en la tecnología que en la política y la economía de la época de Poole, y le fascinaba, de modo particular, la revolución que había tenido lugar en los propios tiempos de él: el fin de la era de los combustibles fósiles, desencadenado por el aprovechamiento de la energía del vacío. A la tripulación le resultaba difícil imaginar las ciudades ahogadas por el smog del siglo XX; y el desperdicio, la codicia y los consternadores desastres ambientales de la Era del Petróleo. —No me culpen a mí —dijo Poole, defendiéndose resueltamente después de una rueda de críticas—. De todos modos, vean el desaguisado que produjo el siglo XXI. Hubo un coro de "¿Qué quiere decir?" por toda la mesa. —No bien la así llamada Era de la Energía Infinita se puso en movimiento, y que todos tuvieron miles de kilovatios de energía limpia y barata con la que jugar... ¡ya saben lo que ocurrió!
—Ah, se refiere a la Crisis Térmica. Pero eso se reparó. —Con el paso del tiempo... después que ustedes cubrieron la mitad de la Tierra con reflectores para hacer que el calor del Sol rebotara al espacio. De otro modo, el planeta habría estado tan sancochado como lo está Venus ahora. El conocimiento que la tripulación tenía de la historia del tercer milenio era tan sorprendentemente escaso, que Poole, merced a la educación intensiva recibida en la Ciudad de las Estrellas, a menudo los podía asombrar con detalles de acontecimientos ocurridos siglos después de su propia época. Sin embargo, lo halagó descubrir lo bien informados que estaban sobre el cuaderno de bitácora de la Discovery: se había convertido en uno de los registros clásicos de la Edad Espacial. Lo veían del mismo modo que Poole habría mirado una saga de los antiguos vikingos, y a menudo tenía que recordarse que estaba a mitad de camino, en el tiempo, entre la Goliath y las primeras naves que cruzaron el océano occidental. —En el día ochenta y seis —le hizo recordar Estrellas durante la cena de la quinta noche—, ustedes pasaron a dos mil kas del asteroide 7794... y lanzaron una sonda hacia él. ¿Se acuerda?
—Claro que sí —respondió Poole, con bastante brusquedad—, para mí sucedió hace menos de un año.
—Hmmm, lo siento... Bueno, mañana estaremos aún más cerca, a trece mil cuatrocientos cuarenta y cinco. ¿Querría echar un vistazo? Con autoguía y congelación de imagen, tendremos que contar con una ventana de diez milisegundos completos de ancho.
¡Una centésima de segundo! Que pasaran unos minutos en la Discovery ya le había parecido bastante agitado, pero ahora todo iba a ocurrir cincuenta veces más rápido... —¿Cómo es de grande? —preguntó Poole.
—Treinta por veinte por quince metros cúbicos —respondió Estrellas—. Parece un ladrillo estropeado.
—Lamento que no tengamos un tarugo de prueba para disparárselo —terció Prop—. ¿Alguna vez se preguntaron si el 7794 iba a devolver el golpe? —Nunca se nos ocurrió. Pero sí les brindó a los astrónomos una gran cantidad de información útil, así que el riesgo valió la pena... Sea como fuere, por una centésima de segundo difícilmente parece que valga la pena molestarse. Gracias de todos modos. —Entiendo: una vez que se vio un asteroide, se los vio todos... —No es cierto, Cables. Cuando estuve en Eros...