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—Así fue cuando volvimos a estar juntos. Nos sacudía y nos arrastraba. Era como un veneno. A veces se calmaba, pero no nos fiábamos el uno del otro. Nos espiábamos el uno al otro, hasta que uno de los dos no podía aguantar más. Y entonces todo se volvía frialdad y resentimiento, y nos gritábamos y nos insultábamos.

¿Ya estaba hablando de nuevo? Pero ¿de qué hablaba? «Les sacudía y arrastraba»… ¿El qué?

—Nos parecía igual que esto. Como la tormenta que está sacudiendo el avión. Con una energía más fuerte que nosotros. En la sala de lectura caímos uno en brazos del otro, y yo me pasé toda la noche apoyándola (sosteniéndola, abrazándola). Esa primera noche y las siguientes. Nos fuimos a vivir juntos, cosa que antes no nos habíamos atrevido a hacer, y pensamos que todo se iba a arreglar. Pero ella no quería hacer el amor conmigo. Al principio pensé que estaría traumatizada, como tras una violación, y que necesitaría tiempo y delicadeza y ternura, pero más adelante empecé a preguntarme si aún me querría. ¿Habría dejado un pedazo de su corazón con el agregado? ¿Quizá no le había ido tan mal con él?

—¿Con el agregado?

—Sí, él fue quien mandó secuestrarla.

—¿El agregado? ¿Es que se volvió loco?

—Como para volar de Ginebra a Berlín necesitaba un pasaporte provisional, fuimos a ver al embajador alemán en Berna y le contamos todo. Habló con la policía suiza y le dijeron que eso se lo teníamos que explicar a la policía alemana. Pero la policía alemana nos dijo que era asunto de la policía suiza. Nadie quería crearse un conflicto diplomático con Kuwait. Es cierto que podríamos haber hecho que intervinieran los medios de comunicación y, tras un reportaje en Bild y una entrevista en Stern, quizá la policía y el Ministerio de Asuntos Exteriores hubieran hecho algo, pero no queríamos ponernos en manos de la prensa.

—¿Sospechaba usted de su novia, a pesar de que…?

—¿A pesar de que había huido? —Asintió con la cabeza un par de veces—. Comprendo lo que dice. Yo también me planteé una y otra vez esa pregunta. Pero ser tomada por la fuerza y ser utilizada puede tener su morbo sexual, tanto para las mujeres como para los hombres. Ella había coqueteado con él, igual que él con ella. Como no quería pasarse la vida en su harén, tuvo que huir, pero eso no quiere decir que no tuviese con él la vivencia sexual más intensa de su vida. Pero no se trataba sólo de que ella me rechazara y que yo sospechase de ella. Ella también sospechaba de mí, que si la había puesto en peligro al ir de viaje a Kuwait, que si no había hecho todo lo posible tras su secuestro…

La luces interiores del aparato se encendieron y las azafatas se ocuparon de la señora que había vomitado al otro lado del pasillo, del pasajero que gemía en la fila de delante de la mía y de los equipajes que habían caído al suelo detrás de mí. Mi vecino de asiento continuó hablando, pero yo me puse a escuchar el zumbido del motor, que hacía un ruido raro, y dejé de prestar atención a su relato, hasta que le oí decir:

—Pero estaba muerta.

—¿Muerta?

—Sólo era un segundo piso y yo pensé que se habría roto algo, una pierna o un brazo. Pero estaba muerta. Había caído de cabeza.

—Pero ¿cómo…?

—Yo la empujé, pero es que ella me había abofeteado. Yo sólo quería apartarla para que no siguiese pegándome. Ya sé que no debería haberla empujado y que no deberíamos haber discutido. Pero era una época en la que discutíamos mucho. Realmente no hacíamos otra cosa. Tampoco era la primera vez que llegábamos a las manos, pero fue la primera vez que lo hicimos en el balcón, y ella era alta y la barandilla baja. La agarré por los brazos e intenté sujetarla, pero ella me apartó las manos —dijo moviendo la cabeza de un lado al otro—. Creo que no sabía qué era lo que la amenazaba ni qué hacía, pero no lo sé con seguridad. ¿Qué la hacía preferir la muerte a permitir que yo la salvara?

Mentiras de verano
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