9

Mientras ella estaba en el cuarto de baño, se vistió y salió. El aire aún era fresco, las calles estaban vacías, y la panadería y el café ni siquiera habían abierto. Se subió al coche y se puso en marcha.

Se dirigió a los montes de Luberon, tomando las bifurcaciones y los cruces de la carretera que parecían ascender a las montañas. Cuando no pudo continuar el ascenso, aparcó el coche y fue siguiendo hasta lo alto y a lo largo de la pendiente las marcas de ruedas, ya medio cubiertas de vegetación.

¿Por qué no decía simplemente que sí, que se había acostado con Therese? ¿Qué era lo que le hacía resistirse a decirlo? ¿El hecho de que no era verdad? Hasta entonces mentir no le había creado grandes problemas si servía para evitar un conflicto. ¿Por qué ahora le resultaba tan difícil? ¿Sería porque en aquellos casos sólo servía para hacerle las cosas algo más cómodas y ahora empeoraría aún más su situación?

Se acordó de que, cuando era niño y había hecho algo que no debía, su madre no le dejaba en paz hasta que reconocía cuáles eran los malos deseos que le habían llevado a cometer la mala acción. Y más tarde había leído cosas sobre el ritual de crítica y autocrítica habitual dentro del partido comunista con quienes se apartaban de la línea marcada, hasta que se arrepentían de sus inclinaciones burguesas; eso era lo que su madre hacía con él y eso era también lo que le hacía Anne. ¿No sería que estaba buscando a su madre y la había encontrado en Anne?

Nada de confesiones falsas. Fin de la historia con Anne. ¿No se pasaban demasiado tiempo peleando? ¿No estaba harto de que le gritara? ¿No estaba harto, también, de que fisgara en su portátil, en su móvil, en su mesa de trabajo y en su armario? ¿No estaba harto de que esperara que fuese a estar con ella siempre que lo necesitaba? ¿No le resultaba excesiva su efusividad? Es verdad que era muy agradable dormir con ella, pero ¿por qué tenía que ser algo tan cargado de significado y emociones? ¿No podrían ser las cosas con otra mujer más livianas, más lúdicas, más físicas? Y en cuanto a los viajes… Al principio, eso de pasar tres o cuatro semanas en primavera en un college norteamericano de la zona oeste y otro tanto en otoño, en una universidad de la costa australiana, y entre una cosa y otra vivir algunos meses en Ámsterdam tenía su aliciente, pero a esas alturas ya se le hacía un poco pesado. Los bocadillos de arenques que se podían comprar en los puestos callejeros de Ámsterdam eran muy ricos, pero bueno…

Pasó junto a los restos del muro de un establo o pajar y se sentó. ¡Cuánto había subido! Ante él había una pendiente cubierta de olivos que descendía hasta un valle llano; detrás había montañas más bajas, y más allá se extendía la llanura con algunos pueblos, de los cuales uno podía ser Cucuron. ¿Se vería desde allí el mar en los días claros? Oyó el canto de las cigarras y los balidos de unas ovejas que en vano buscó con la vista. El sol estaba alto, le calentaba el cuerpo y hacía que el romero exhalara su perfume.

Anne… A pesar de todo lo que no funcionaba en su relación con ella, cuando hacían el amor por la tarde, a la luz del día, y de nuevo después, al anochecer, no se cansaban de mirarse y sentirse, y cuando estaban tumbados uno junto al otro, agotados y satisfechos, la conversación surgía sola. Y con qué placer la veía nadar en un lago o en el mar: maciza, fuerte y elástica como una nutria marina. Con qué gusto la veía jugar con los niños o con los perros, ensimismada, olvidada de todo, entregada a aquel momento. Qué feliz se sentía cuando ella intervenía en alguna reflexión suya y, con ligereza y aplomo, daba en el quid de la cuestión. Cómo se enorgullecía cuando estaban con amigos, suyos o de ella, y resultaba deslumbrante con su agudeza y su ingenio. Qué protegido se sentía cuando se apoyaban mutuamente.

Recordó haber leído un informe sobre unos soldados alemanes, japoneses e italianos hechos prisioneros por los rusos. Éstos intentaban adoctrinarlos utilizando el método de la crítica y la autocrítica. Los alemanes, habituados a obedecer a su jefe pero privados de éste, participaban en el ritual. Los japoneses preferían que los mataran a colaborar con el enemigo. Los italianos les seguían el juego, pero sin tomárselo en serio, vitoreando y aplaudiendo como si estuvieran en la ópera. ¿Debía también él participar en el juego de la crítica y la autocrítica de Anne sin tomárselo en serio? ¿Debía admitir de buen grado todo aquello que Anne quería que admitiera?

Pero sólo con admitirlo no sería suficiente. Ella querría saber cómo había podido pasar y no descansaría hasta averiguar dónde estaba el problema y hasta que él también lo reconociese. Y la conclusión a la que se llegase serviría en adelante como explicación y para formular acusaciones en el futuro.

Mentiras de verano
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