VIERNES, 15 DE JUNIO DE 1945
Fui a buscar a primera hora de la mañana mis seis panecillos diarios. Están húmedos y son negros. Antes no los había así. Ya no me atrevo a comprar un pan. Acabaría robándome entonces la ración del día siguiente antes de tiempo.
Hoy era el día del robo en los sótanos de mi antiguo jefe. El húngaro, el ingeniero y yo nos colamos a escondidas en la casa por el lavadero. Ya habíamos forzado la caja que estaba intacta en una estantería, cuando apareció arriba en la escalera del sótano la mujer de nuestro apoderado, que sigue alojándose aquí. Yo balbuceé algo de actas y papeles que había dejado aquí. Los dos hombres se habían agazapado detrás de la caja. Luego rompimos los marcos, sacamos las imágenes —fotos firmadas de jóvenes titulares de la cruz de caballero— y apilamos los cristales. Habíamos traído papel de embalar y cordel. Pudimos escapar sin ser vistos por la puerta trasera. No me importa nada que la gente descubra los destrozos. Al fin y al cabo yo también tuve que sacrificar mi cámara y sus accesorios en el bombardeo total que sufrió la empresa. Y eso fue por deseo explícito del jefe de que dejara allí mis cosas. ¿Qué importancia tienen los cristales en comparación? Salimos volando de allí con nuestro botín, todo lo rápido que pudimos. Cada uno cargó con una pesada pila de cristales hasta mi casa, donde los dos hombres habían dejado las valiosas bicicletas de la empresa. Como comisión recibí cuatro cristales. Con ellos podría acristalar una ventana de mi buhardilla si tuviera masilla.
Por la tarde anduve buscando qué leer en la biblioteca bastante caótica del propietario de la casa. Encontré el Poliushka de Tolstói y lo leí por enésima vez. Luego me afané en un tomo de los dramas de Esquilo y descubrí Los persas. Los lamentos de los vencidos encajaban bien con nuestra derrota. Sí, pero no. Nuestra desgracia alemana tiene un regusto a náusea, enfermedad y locura. No se puede comparar con nada histórico. Hace un momento radiaron otro reportaje de un campo de concentración. Lo monstruoso en todo ello es el orden metódico y la economía: millones de personas convertidas en abono, en relleno de colchones, en jabón, en felpudos de fieltro… Esquilo no conoció nada semejante.