JUEVES, 17 DE MAYO DE 1945

Me levanté temprano. Fui por agua a la nueva boca de riego. En un escaparate puede verse colgado un periódico llamado Tägliche Rundschau, una hoja del Ejército Rojo para la «población de Berlín». Ya no somos ni pueblo, sólo somos población. Seguimos presentes, pero ya no representamos nada. En otros idiomas se da también esta diferencia de valor: peuple y population, people y population. Sentimiento de amargura al leer las celebraciones por la victoria en Moscú, Belgrado y Varsovia. El conde Schwerin-Krosigk parece que se ha dirigido a los alemanes exhortándoles a mirar de frente los acontecimientos. Nosotras, mujeres, ya lo hacemos desde hace mucho. ¿Qué sucedería si tuvieran que hacer lo mismo los titulares de la cruz de caballero, y los generales, y los jefes nazis de distrito? Me gustaría conocer la cifra exacta de suicidios entre la población alemana en estos días.

El señor Pauli pone una nota de optimismo en este día de hoy. Habla de un rápido crecimiento económico, de la inserción de Alemania en el comercio mundial, de democracia verdadera y de una cura en Bad Oeynhausen, que será lo primero que se permita. Cuando yo, armada con los conocimientos de Nikolái, le agüé sus planes, se puso a rabiar y me prohibió entrometerme en cosas de las que no tenía ni la más remota idea. Sentí que su cólera iba más allá de la estúpida anécdota que la provocó. Sencillamente le caigo gorda. Antes tenía a la viuda sólo para él. Le cuidaba solícitamente a todas horas. Yo estoy de más.

Tras la comida —había sopa de guisantes, y yo me atiborré— Pauli se apaciguó de nuevo. La viuda incluso me conminó a servirme más. Siento cómo mi valor bursátil vuelve a ascender en esta economía doméstica. El alza la ha ocasionado Nikolái. ¿Debo arrugarme por ello? ¿Debo fijar el listón moral según el de mis compañeros de piso? No lo hago. Homo homini lupus, eso es así siempre y en todas partes. Incluso entre parientes de sangre será así en los tiempos que corren. A lo sumo puedo imaginarme que las madres pasan hambre para calmar el apetito de sus hijos, quizás porque los sienten como su propia carne. Pero ¿a cuántas madres no se ha condenado en estos últimos años por haber vendido las cartillas de racionamiento de la leche para sus hijos o por haberlas cambiado por cigarrillos? El elemento lobuno predomina en el ser humano hambriento. Estoy esperando el momento en el que yo, por primera vez en mi vida, le quite de las manos su pedazo de pan a una persona más débil que yo. A veces creo que ese momento no llegará nunca. Me imagino que me debilitaría tanto con el paso del tiempo, me quedaría tan aletargada y postrada, que no me quedarían fuerzas para robar y saquear a nadie. ¡Curiosos pensamientos con la panza llena y un nuevo proveedor ruso a la vista!

En la escalera circula una novedad: en nuestra casa han descubierto oculto en su guarida a un antiguo pez gordo del partido, un alto cargo estatal, Reichsamtsleiter, o algo parecido, no conozco muy bien la jerarquía nazi. En el refugio lo vi a menudo. Me acuerdo de la rubia a la que destinaron a nuestro refugio, a quien nadie conocía de verdad y que se pasaba todo el tiempo cogida de la mano de su realquilado, igualmente desconocido… dos tortolitos. Así que el palomo era un pez gordo. Pues no tenía ese aspecto con sus ropas raídas. Hablaba poco, sólo decía tonterías. A eso se le llama camuflarse bien.

Me gustaría saber cómo se ha llegado a saber. No fue su amante quien le denunció. Está ahí arriba sentada, dice la librera, aullando desconsoladamente en su vivienda del tercer piso, en la que no recibió más daño que la visita de dos Ivanes durante la primera noche. Apenas se atreve a salir a la calle. Teme que la vengan a buscar también a ella. Al hombre se lo llevaron en un coche militar.

Sentimientos disonantes entre nosotros al hablar de este asunto. No se puede negar la alegría por el mal ajeno. Los nazis se daban muchos aires. Fastidiaron muchísimo al pueblo, sobre todo en los últimos años, cometieron todo tipo de vejaciones. Y ahora les toca expiar por la derrota colectiva. Sin embargo, no seré yo quien denuncie a voz en grito. Quizás la cosa sería muy distinta si me hubiera afectado personalmente, si hubieran matado a alguna persona cercana a mí. Pero ahora no asistimos, la mayor parte de las veces, a un desfogue provocado por el ímpetu de la venganza, sino a un ajuste de cuentas por pequeñas infamias: ése me miraba por encima del hombro, su mujer le soltó a la mía su estridente «Heil Hitler!», además ganaba más dinero, fumaba puros más gordos que yo…, así que ahora le voy a hacer inclinar la cabeza. Ahora le taparé la boca, a él y a los padres que lo engendraron…

En la escalera me enteré también, dicho sea de paso, de que el domingo que viene es la Pascua de Pentecostés.