SÁBADO, 19 DE MAYO DE 1945
Vivimos sin periódicos ni reloj. Nos orientamos, como las flores, por el sol. Después de ir a buscar agua y de reunir leña, salí a comprar. Lo primero que me dieron con la nueva cartilla fue sémola, carne de cerdo y azúcar. La sémola está llena de grumos. El azúcar está apelmazado porque se ha mojado. Y la carne está cubierta de sal. Sin embargo, es alimento. Estamos muy contentos con lo que tenemos. «Tengo curiosidad por saber si vendrá mañana tu Nikolái», me dice la viuda al poner yo los paquetitos y las bolsitas encima de la mesa.
Por la tarde hubo limpieza general de la casa entre júbilos. El disparo de salida lo dio la viuda: «¡Pero mira esto!». El grifo goteaba. Caían gruesas gotas de agua de nuestras tuberías, tanto tiempo secas. Abrimos los grifos todo lo que pudimos; salió un chorro potente, primero de color marrón, pero, al poco rato, era ya clara y transparente. ¡Se acabó la escasez de agua, el interminable ir y venir con los cubos! Por lo menos para nosotras aquí en el primer piso, pues luego nos enteraríamos de que la bendición del agua acababa en el tercer piso. Sin embargo, los que viven en pisos más altos bajan a buscar el agua al patio, o en casa de algún conocido un piso más abajo. La famosa comunidad popular, familiar, aquella camaradería que había en el refugio antiaéreo, está comenzando a desmoronarse, todo hay que decirlo. Con buenos modales de urbanitas, cada cual se va encerrando de nuevo entre sus cuatro paredes y elige su entorno con mucho cuidado.
Pusimos el piso patas arriba y protagonizamos un fantástico día de limpieza. No me canso de ver el agua, a cada instante abro los grifos para comprobar si sale todavía. El chorro se agotó por la noche, pero entonces ya habíamos llenado la bañera hasta arriba.
Una sensación extraña. Nos vuelven a regalar una tras otra «las maravillas de la técnica», los logros de la era moderna. Me ilusiona volver a tener luz eléctrica.
Entretanto, cuando teníamos todo el piso empantanado, apareció la rubia, la que destinaron a nuestro refugio y a cuyo amante se llevaron ayer los rusos por ser un pez gordo del partido. Tuve que aguantar una historia de amor y de fidelidad de revista del corazón: «Algo parecido a éste, nuestro amor, me decía él, no lo he vivido nunca. Tiene que ser el amor de mi vida, me decía». Puede ser que el gran amor de tu vida se exprese en estos términos. Pero a mí esas frases me parecen horrendas, de novela y de película baratas. La mujer no hacía más que suspirar mientras yo fregaba los pasillos: «¿Dónde estará ahora? ¿Qué pensarán hacer con él?». Yo tampoco lo sé. Pero los suspiros no duraron mucho. Pronto volvió a hablar de sí misma: «¿Vendrán también por mí? ¿No sería mejor que me marchara lejos de aquí? Pero ¿adónde?».
«¡Tonterías! En ninguna parte había carteles avisando que los miembros del partido tienen que presentarse a las autoridades». Y yo le pregunté: «¿Quién se fue de la lengua?».
Se encogió de hombros: «Supongo que su esposa. Fue evacuada a Schwiebus con los hijos. Seguramente ha regresado entretanto a Berlín, a la casa que tienen en Treptow. Allí le habrán contado los vecinos que iba conmigo a menudo a buscar cosas».
«¿Conocía usted a la esposa?».
«Un poco. En otro tiempo fui la secretaria de él».
La típica «evasión alternativa», tal como el humor berlinés denominaba a la cama-refugio de los maridos que por orden de la autoridad —y a menudo no a disgusto— tenían que evacuar a esposa e hijos. También se contaban todo tipo de historias sobre la vida licenciosa de las madres con niño enviadas al campo durante los bombardeos en las ciudades. Al hombre medio, con su debilidad moral, no se le puede cambiar de lugar sin sufrir las consecuencias. El acostumbrado entorno de parentela, vecindario, muebles pulidos y actividad que llena las horas, es un fuerte corsé moral. Puedo imaginarme que, con toda probabilidad, fue la esposa furiosa quien denunció a su marido… Quizás porque suponía que la compañera de su «evasión alternativa» sería también condenada.
«¡Ay, era tan encantador!», me aseguró cuando por fin la pude conducir a la puerta. Y se enjugó una lágrima.
(Julio de 1945, escrito en el margen: Fue la primera mujer de la casa que tuvo a un soldado norteamericano: cocinero, barrigón, cogotudo, abastece con paquetes la casa).