VIERNES, 1 DE JUNIO DE 1945
De las macetas del balcón están brotando en forma de rizo el perifollo y en forma de hoja redonda la borraja. Por la mañana me hace ilusión ver crecer esa pequeña vida verde. Para desayunar había tres trozos de pan untados con un engrudo que he conseguido mezclando levadura seca y agua. Reina la escasez.
No obstante, me puse de nuevo en marcha. Hice una larga caminata hasta Steglitz, a casa de una joven secretaria de mi antigua empresa.
Berlín se asea. A los niños se les ve de nuevo limpios. Por todas partes se ven familias con carretillas… Son refugiados en los alrededores de Berlín que regresan a casa. Aquí y allá, en muros y en los postes de las farolas hay carteles pegados llamando a silesios y a prusianos orientales para la repatriación colectiva a su tierra natal. En dirección al oeste la cosa parece que está más difícil, dicen. El Elba sigue estando intransitable. Allí se han encontrado rusos y americanos, y siguen confraternizando, tal como dicen en la radio.
De camino pasé al lado de largas cadenas de mujeres que desembocaban, azuladas y grisáceas, sobre montañas de escombros. Iban cubos de mano en mano. Regreso a la época de las pirámides, sólo que nosotros no construimos sino que derribamos.
La casa seguía en pie, pero estaba fuertemente agrietada y agujereada. En el piso había grietas y huellas de incendio. El papel pintado de las paredes colgaba en jirones. En la pequeña habitación de Hilde había flores en jarrones. Hablé yo, pues Hilde se quedó extrañamente en silencio. Me dirigía a ella arrebatadamente, buscando todo tipo de recuerdos divertidos que la hicieran reír. Hasta que ella comenzó a hablar. Y entonces me callé yo, confusa.
Hilde llevaba puesto un vestido de color azul oscuro porque no tiene ninguno negro. El 26 de abril perdió a su único hermano. Mientras la madre y la hermana permanecían en el refugio, él subió a la calle a reconocer el terreno. La metralla de una granada le desgarró la sien. Algunos alemanes desvalijaron y dejaron en cueros al muerto. Otros llevaron el cadáver desnudo a un cine cercano. Al cabo de dos días encontró allí Hilde al hermano al que había estado buscando por todas partes. Madre e hija lo condujeron en una carretilla al Volkspark, donde, con ayuda de una laya, excavaron una sepultura plana y enterraron al muchacho de diecisiete años envuelto en su gabardina. Allí yace todavía. La madre se acababa de ir a llevarle unas lilas a la tumba.
Ni a la madre ni a la hija les hicieron nada los rusos. Las cuatro plantas hasta llegar a su vivienda fueron su protección. Además, el pasamanos de la escalera está roto a partir del tercer piso. Resultaba difícil imaginar que viviera todavía alguien más arriba. Hilde contó que en su refugio, con las prisas, «abusaron» de una chica espigada de doce años. Por suerte había un médico al alcance que acudió después en su ayuda. A otra mujer de la casa, un ruso precipitado le legó un pañuelo sucio de bolsillo en el que había anudadas todo tipo de joyas… un tesoro sobre cuyo fabuloso valor corrían los más disparatados rumores.
Todo esto lo cuenta Hilde sin emoción ninguna. Tiene otra cara, parece deshidratada. Está marcada para toda la vida.
De regreso di un rodeo para acercarme hasta la casa de mi amiga Gisela. Sigue teniendo en su casa a las dos ex estudiantes abandonadas de Breslau. Tres chicas sucias. Por la mañana estuvieron varias horas retirando escombros en la cadena de mujeres. La rubia Hertha estaba echada en el sofá con la cara como un tomate. La doctora que vive al lado ha diagnosticado inflamación de ovarios. Además, es más que probable que esté embarazada. Vomita por la mañana el escaso pan seco que come. El mongol que la forzó lo hizo cuatro veces seguidas.
Para almorzar, las tres mujeres tenían una sopa clara de harina. Tuve que comer con ellas para no hacerles un feo. También porque tenía muchísima hambre. Gisela nos puso en la sopa unas ortigas cortadas de las que crecen silvestres en el balcón.
De vuelta a casa, y arriba, a mi buhardilla. Imagen de camino: encima de una carretilla un ataúd negro que desprendía un olor muy fuerte ya que estaba alquitranado, amarrado con cordel. Marido y mujer empujaban la carretilla; un niño sentado encima. Otra imagen: un camión de la basura del ayuntamiento de Berlín. Seis ataúdes arriba; uno le servía de asiento al conductor. Desayunaban en marcha. Se pasaban una botella de cerveza que iba de boca en boca.