MIÉRCOLES, 30 DE MAYO DE 1945

El último día en la lavandería. A partir de mañana somos libres todas nosotras. Los rusos hacían sus maletas, por todas partes se podía palpar el ambiente de partida. Por debajo de la caldera del lavadero habían hecho fuego. Un oficial quería darse un baño. Los soldados se aseaban al aire libre, con palanganas colocadas encima de las sillas. Se restregaban las amplias cajas torácicas con toallas húmedas.

Hoy he hecho una conquista. Con gestos y algunas palabras chapurreadas en alemán, nuestros jóvenes besucones me dieron a entender que «ese de ahí» se había enamorado de mí y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por mí si yo… «Ese de ahí» resultó ser un soldado alto y corpulento. Un rostro de campesino con ojos azules candorosos y las sienes ya canas. Miró hacia otra parte avergonzado cuando le dirigí la mirada. Luego se acercó a pasitos muy cortos, me quitó el cubo de agua de las manos y me lo llevó hasta la tina de la lavandería. ¡Un nuevo espécimen! Esta fantástica idea no se le había ocurrido a ninguno hasta el momento. Luego, una sorpresa todavía mayor. Dijo en alemán sin ningún acento ruso: «Mañana partimos lejos, muy lejos de aquí». Lo dijo muy clarito. Enseguida me hice una composición de lugar. Un descendiente de alemanes emigrantes. Me lo confirmó. Tenía su residencia en el Volga. El alemán —aunque ligeramente oxidado— es su lengua materna. Estuvo todo el día dando vueltas a mi alrededor, me lanzó amistosas miradas. No tiene la manía del besuqueo, es más bien tímido, un campesino. Y siempre con esa mirada de perro fiel con la que intentaba expresar todo lo posible. Durante el tiempo que estuvo cerca de mí, cesaron por completo los pellizcos y los empujoncitos de los hombres en torno a nuestra tina de lavado.

Somos de nuevo tres las que nos matamos trabajando de buena fe. La pequeña Gerti estaba hoy muy contenta, cantaba y tarareaba todo el tiempo. Está tan alegre porque desde hoy sabe que no habrá ningún rusito producto de aquel incidente de entonces en el sofá. Y a mí me viene a la cabeza que ya hace más de una semana que debería tener la regla. Sin embargo, no tengo ningún tipo de presentimiento. Sigo creyendo que gracias a mi «no» mental pude cerrar a cal y canto mi interior.

La feliz Gerti tiene fuertes dolores. Tratamos de cuidarla un poco, lavamos por ella. El día fue gris y bochornoso. Las horas pasaban muy lentamente. Al atardecer vinieron los rusos uno tras otro a recoger sus prendas ya secas. Uno oprimió contra su corazón un pañuelo fino de mujer bordado al ganchillo, y pronunció una sola palabra al tiempo que ponía una mirada de éxtasis: «Landsberg», un nombre de lugar. Me parece que es otro Romeo. Quizás Petka, en sus bosques de Siberia, oprima también sus manazas de leñador contra el pecho y pronuncie mi nombre con los ojos así de exaltados… si es que a la postre no me maldice cortando leña.

Con el jaleo de la partida, el cocinero se olvidó de traernos hoy el rancho. Tuvimos que zamparnos la sopa de cebada en la cantina. Allí corría el rumor de que el sueldo prometido de 8 marcos por día no se nos pagaría nunca, que todo el dinero se lo habían embolsado los rusos. Y luego otro rumor todavía peor: en la radio dicen que sobre Berlín se cierne un torbellino mongol que ni el mismo Stalin ha podido reprimir, y ha acabado concediéndoles tres días para que saqueen y violen a su antojo. Se aconseja a todas las mujeres que se mantengan ocultas en sus casas… Una verdadera locura, sin duda. Pero las mujeres se lo creen y parlotean y se lamentan todas a la vez, hasta que interviene nuestra intérprete. Se trata de una mujer robusta, de armas tomar. Nos tutea a todas y toca al mismo son que nuestros capataces, aunque en realidad ésa no es su tarea. La enviaron aquí a trabajar, como a todas, hasta que gracias a sus escasos conocimientos de ruso (es de la Alta Silesia polaca) ascendió a la categoría de intérprete. Sus conocimientos lingüísticos los tengo yo de sobra. Pero estoy contentísima de no haberlo declarado. No me habría encontrado a gusto traduciendo órdenes y gritos de arriero. Le tenemos todas miedo a esta intérprete. Tiene los colmillos afilados y una mirada penetrante, maliciosa. Así me imagino yo a las vigilantes en los campos de concentración.

Por la tarde, en la cantina, se nos notificó el despido. Dijeron que preguntáramos por nuestro salario la semana que viene en el ayuntamiento, habitación noséqué nosécuántos, en la caja. Quizás haya realmente un salario, quizás no. Ya veremos, paciencia. Les deseé a la pequeña Gerti y a la otra lavandera todo lo mejor en la vida y nos dimos la mano, pero con cuidado. Las tres tenemos las manos reblandecidas. Gerti quiere regresar a Silesia, donde viven sus padres. O vivían. Nadie sabe nada.