VIERNES, 8 DE JUNIO DE 1945
La máquina de caminar volvió a ponerse en marcha. Hoy me tocó vivir algo curioso. Los trenes de cercanías están haciendo pruebas en algunos tramos cortos. Vi arriba en el andén los vagones rojos y amarillos parados. Corrí escaleras arriba, saqué un billete por dos de nuestros viejos pfennigs y subí al tren. Dentro la gente estaba sentada en los bancos con aire de solemnidad. Nada más entrar, dos personas se apretaron un poco para hacerme sitio. Fue un viaje a todo tren bajo el sol, a través de lugares en ruinas. Mis interminables y fatigosos minutos a pie se me pasaron volando. Me dio realmente mucha pena tener que bajarme de nuevo tan pronto. El viaje fue tan precioso como un regalo.
Hoy he trabajado a tope. Junto con Ilse he hecho un resumen de contenidos para el primer número de la proyectada revista para mujeres. Todavía no hemos decidido el título de nuestras hojas. Nos estuvimos devanando los sesos las dos. En cualquier caso, en el título tiene que aparecer la palabra «nuevo».
Fue un día extraño, como un sueño. Veía a las personas y las cosas como a través de un velo. Regresé a casa con los pies desollados. Me encuentro decaída por culpa del hambre. En casa de Ilse sólo hay ahora un plato de sopa de guisantes. Para alargar las reservas sólo tocan dos cucharones de sopa por cabeza. Me parecía que las personas que pasaban a mi lado me miraban con los ojos cavernosos del hambre. Mañana voy a ir de nuevo a recoger ortigas. Por el camino me fui fijando dónde había manchas verdes.
Por todas partes se percibe la angustia por el sustento, por la vida, el trabajo, el sueldo, por el día de mañana. Amarga, amarga derrota.