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Una vez Erdmann hubo explicado a qué se refería, Matthiessen se levantó de un salto.
—Tenemos que registrar su casa. Ahora mismo.
Ahora también ella parecía agitada.
—Pero no quiero que advierta nada. Si no logramos encontrar algo que nos sirva de ayuda, tenemos que intentar que nos conduzca al lugar en el que se encuentran las mujeres.
Se dirigió a Diederich.
—¿Puedes averiguar si se encuentra en casa? Llama para comprobarlo.
Y le explicó cómo debía proceder.
Mientras Matthiessen se dirigía a hablar con Stohrmann, Erdmann formó un equipo de apoyo con cuatro agentes.
Stohrmann les dio luz verde. Él mismo se ocuparía de obtener la orden de registro mientras los demás se ponían en camino. Por primera vez desde que se había formado aquella unidad todos sus miembros cayeron en ese estado de excitación que suele producirse cuando aparece una pista fiable.
Diederich no tuvo éxito con sus intentos telefónicos, pero Matthiessen le rogó que no cesara en su empeño.
A las siete y media se sentaron en el coche; los cuatro agentes de refuerzo les seguían en un Audi A4. Llevaban dos minutos conduciendo cuando Matthiessen recibió una llamada en el móvil. Se trataba de Christian Zender que, al parecer, había logrado obtener una lista de los alumnos matriculados en el curso de lengua castellana de Nina Hartmann; la misma que ellos tenían. Matthiessen le dio las gracias y colgó.
—Zender se esfuerza al máximo para encontrar a su novia. Anoche fue a visitar a una de las chicas del curso y le hizo redactar la lista, que ahora pretendía enviarnos por correo electrónico para que pudiéramos investigarla.
—¿Pero no le resulta conocido ninguno de los nombres?
—Al parecer no.
Cuando casi habían llegado ya a su destino, volvió a sonar el teléfono, pero en esta ocasión se trataba del móvil de Erdmann. Se lo pasó a Matthiessen sin mediar palabra, que fue quien descolgó. Diederich les informaba de que aún no había logrado averiguar nada nuevo con sus llamadas. Matthiessen le devolvió a Erdmann su teléfono.
—Si no se encuentra en casa, sólo podemos confiar en que no se haya decidido justo en este mismo momento a acabar con su pérfido juego y asesinar a esas mujeres.
Erdmann apagó el motor.
—En cualquier caso, es mejor que nos demos prisa.
El Audi aparcó justo detrás de ellos. Matthiessen le rogó a uno de los agentes que esperara fuera para poder comunicarles de inmediato si llegaba la dueña de la casa.
No les costó nada entrar en la vivienda. Matthiessen le asignó a cada uno de los hombres que la acompañaban una zona de registro, ocupándose ella misma del pequeño cuarto de baño. Erdmann y el subinspector Josef Winkler, uno de los agentes que les habían acompañado, se dispusieron a registrar el dormitorio. A pesar de las indicaciones de Matthiessen, que había insistido en que no debía advertirse que el piso había sido revisado, no se esforzaron demasiado en tener cuidado, pues era valioso cada minuto. Si lograban encontrar algo, sería inevitable revelar la existencia de ese registro; incluso Matthiessen era consciente de ello.
En primer lugar se ocuparon de la cama de matrimonio: manipularon el colchón y lo levantaron para mirar en la base sobre la que se apoyaba, a continuación Winkler se dirigió al tocador con espejo mientras Erdmann se dedicaba al armario. La ropa acabó sobre la cama, a fin de acelerar el registro, ya que una parte del armario estaba compuesto de baldas que eran difíciles de revisar de otro modo. Erdmann sacó jerséis, camisetas y otras prendas que depositó sobre la cama, asegurándose de que nada se ocultaba entre ellas.
A continuación se ocupó de los cajones que guardaban la ropa interior. En el primero de ellos encontró braguitas, y pese a que ya poseía una amplia experiencia en registros, se sintió de nuevo incómodo examinando las prendas más íntimas de una mujer desconocida para él.
Ya casi había terminado de revisarlo todo cuando entró Matthiessen, con algo en la mano que parecía un álbum de fotos.
—Esto estaba en el salón, escondido debajo de un armario. Muy revelador.
Colocó el álbum sobre la cama y lo abrió. Aunque se trataba de un álbum de fotos, en él sólo había recortes de periódicos, todos ellos relacionados con el crimen de Colonia. Un perturbado pinta sobre un cadáver desnudo indicaba el titular de la primera página. En el artículo no se mencionaba en ningún momento la novela de Jahn, algo que cambiaba ya en la segunda página. Novelista inspira al retratista nocturno, indicaban las gruesas letras rojas que enmarcaban otro artículo. Un par de páginas más allá encontraron Instrucciones para un asesinato se convierten en éxito de ventas.
De ese modo continuaban las noticias en todas las páginas, hasta el final del álbum. Mientras aún permanecían allí, de pie ante la cama, contemplado aquellos recortes, se acercó un agente con más periódicos en la mano.
—Continúa aquí —dijo, entregándoselos a Matthiessen—. También estaban bajo el armario, al otro lado. Parece que acaban de ser recortados.
Erdmann no tuvo dificultad en imaginar de qué recortes podía tratarse, aun antes de leer el primero. Curiosamente procedían del Hamburger Allgemeine Tageszeitung, la fecha del sábado anterior. Desaparece la hija del propietario del periódico.
—Mierda —se le escapó a Erdmann.
—Según se mire —dijo Matthiessen señalando el artículo—. Al menos se confirman nuestras sospechas. Continuemos. —Le devolvió al agente los recortes y le señaló el álbum que había sobre la cama—. Dedíquense a esto. Revisen los artículos uno a uno. Busquen anotaciones a mano, subrayados, algo. Lo que sea.
Desapareció del dormitorio tras aquellas palabras y Erdmann continuó con su revisión del armario. Le faltaban por registrar únicamente dos cajones. En el penúltimo encontró medias de nailon y calcetines. Los sacó, colocándolos sobre la mesa, revisó bien el cajón y, finalmente, sacó el último. Estaba completamente atestado de sujetadores. Lo vació sobre la cama también y… se detuvo. Por debajo del cajón alguien había pegado con cinta adhesiva una carpeta transparente de plástico, en la que se veía algún tipo de documento. Erdmann apoyó el cajón sobre la ropa, con la base hacia arriba e intentó arrancar con mucho cuidado la cinta adhesiva valiéndose de las uñas. Al principio tuvo muchas dificultades. Constató que sus manos temblaban por la excitación, y se sintió irritado por ello. Finalmente había logrado liberar la cinta en uno de los lados.
Cuando leyó las primeras líneas de aquel documento comprendió que lo que sostenía en las manos era aquello que habían estado buscando. Corrió, abandonando el dormitorio, en busca de su compañera y se golpeó fuertemente el hombro con la puerta, porque no era capaz de apartar la mirada del documento. El punzante dolor en su pecho le recordó la caída que había sufrido la noche anterior y de la que aún no se hallaba recuperado.
Se trataba de un contrato de alquiler, y el inmueble al que se refería era una edificio antiguo que, según se especificaba, no era habitable. Erdmann no identificó la dirección. Matthiessen estaba sacando libros de unas estanterías en el salón y revisándolos uno a uno cuando la abordó.
—Creo que he encontrado lo que buscábamos —dijo Erdmann.
Matthiessen volvió a colocar el libro rápidamente en su lugar y leyó el documento que le mostró Erdmann. La fecha del contrato era el uno de octubre del año anterior y la duración era de un año. El precio quedaba establecido en cien euros al mes, y no se ofrecía ninguna clase de servicio al margen del alquiler en sí, excluyéndose específicamente el derecho a agua corriente y calefacción. Sí se indicaba que había electricidad en el edificio. Se trataba de un contrato de alquiler de un inmueble en estado ruinoso. Tras unos instantes, Erdmann apartó la mirada del documento, para fijarla en su compañera.
—Es aquí. Lo sé, sé que es aquí.
Antes de que Matthiessen pudiera responder, sonó su teléfono móvil. Descolgó y escuchó unos instantes.
—Eso está muy bien. ¿Puede hablar? Yo me lo he… ¿Ah, sí? ¿Y? —Guardó silencio unos instantes mientras escuchaba lo que le decían al otro lado de la línea—. Sí. Es posible. ¿Ha informado ya a Stohrmann? Sí, está bien. No se mueva de ahí y no deje que le vea nadie excepto el personal médico. Gracias.
Matthiessen colgó y miró a Erdmann
—Jahn ha despertado. Ha declarado que recibió ayer por la mañana una llamada telefónica. Una voz, que se identificó como su mayor admirador, le comunicó en susurros que debía dirigirse a la fábrica abandonada por la noche. La voz le indicó con todo detalle dónde se encontraba el sótano al que debía acudir, y le dijo también que le ofrecía la oportunidad de liberar a Heike Kleenkamp y a Nina Hartmann, que desde allí podría llamar a la policía y se convertiría en un héroe. Y que esa publicidad catapultaría a su novela a las listas de éxito. Le puso como condición que no informara a la policía, porque de otro modo las mujeres morirían.
—De modo que pretendía convertirse en el escritor que salva a la mujer que iba a ser asesinada siguiendo instrucciones que él mismo había imaginado en una novela.
Erdmann detectó el tono despreciativo en su voz, pero no pudo evitarlo.
—Vaya titulares. ¿Y por qué salió corriendo cuando nos vio aparecer?
—Dice que cuando nos vio fue consciente de que había caído en una trampa, y de que automáticamente se había convertido en nuestro principal sospechoso. Le entró pánico y huyó.
El silencio fue ominoso. Todos los agentes habían parado. Nadie se movió, nadie habló. Era el silencio tras un rayo violento en el que se aguarda, conteniendo el aliento, la llegada del trueno. Que, en esta ocasión, quedó representado por Andrea Matthiessen, que pareció explotar de repente.
—Escuchadme todos. Stephan, ocúpate de que una unidad se dirija a esta dirección inmediatamente. Todos los demás, al coche. La dirección figura en el documento, pero manténganse detrás de nosotros. Una vez lleguemos allí, no quiero ruido, ni ruedas chirriando, ni puertas que se cierren de un portazo. Tenemos que suponer que nuestra sospechosa se encuentra en el lugar de los hechos. Si nos oye llegar, es posible que decida acabar con la vida de esas mujeres antes de que podamos intervenir. Quédense en la puerta y asegúrense que no puede huir mientras Erdmann y yo entramos allí con los agentes de la Unidad Especial. Esto va en serio. Vamos allá.