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Matthiessen llamó a la Jefatura para preguntar si había novedades reseñables y posteriormente se comunicó con Stohrmann para informarle de la conversación que habían mantenido con Jahn. Guardó silencio, introduciendo ocasionalmente un «Sí, de acuerdo» en la conversación, y Erdmann advirtió por la expresión de su rostro que aquella charla le resultaba de todo menos agradable.
—Aún no ha podido identificarse a la víctima —le comentó a Erdmann en cuanto colgó el teléfono—. Y lamentablemente parece que también se demorará el análisis del ADN de la piel del marco. Dieter Kleenkamp está presionando al Jefe de Policía, que es amigo suyo. Éste a su vez le hace la vida imposible a Stohrmann, que finalmente se desahoga conmigo. ¡Y aún no hemos avanzado nada! Si supiéramos al menos por qué han enviado el paquete precisamente a aquella chica. Algún motivo debe existir. Me ocuparé de que se vigile su vivienda. Jahn nos reveló que el asesino enviaba un paquete diario al periódico. Tal vez Nina Hartmann también reciba una entrega diaria.
—Lo dudo mucho. Los domingos no hay correo, ni siquiera mensajería urgente.
—Exacto. De modo que si el asesino quiere cumplir con lo indicado en el libro tendrá que recurrir a la imaginación. Vamos a comprobar si en la novela se llega a realizar alguna entrega en domingo, y si es así, de qué modo.
Erdmann recordó el encuentro con Nina Hartmann y las palabras de la muchacha.
—Bueno, la chica está relacionada con el caso en cierta manera, aunque de forma muy lejana. Ya nos comentó que de vez en cuando escribía algún artículo para el periódico del que es propietario el padre de nuestra secuestrada.
—Cierto, pero creo que eso no explica por qué el asesino la eligió a ella para enviarle su desagradable paquete, sin atenerse a lo que indica la novela de Jahn.
Durante un rato guardaron silencio, con la vista fija en la carretera, hasta que Erdmann lo interrumpió.
—¿Dijo qué tipo de artículos escribía?
—No. Pero no creo que eso sea de relevancia para nuestro caso. Escriba artículos de tema político o económico, ¿por qué se ha convertido en destinataria del paquete? Si hubiera escrito algún artículo que resultase ofensivo para alguien en todo caso se hubiera convertido en víctima del secuestro y no en destinataria del objeto.
Erdmann estimó bastante acertada aquella reflexión.
—A pesar de todo creo que me interesa saber sobre qué escribe. ¿Le importaría llamarla y preguntar?
Volvió la cabeza hacia Matthiessen, que consultaba el reloj del salpicadero del coche.
—Son casi las siete. Probablemente ya haya comenzado la fiesta en casa de su novio. Veamos. —Tecleó en su teléfono móvil—. Tengo por aquí el número… aquí.
Marcó, y comenzó a hablar tras unos instantes.
—Sí, Nina, aquí la inspectora jefe Matthiessen de nuevo. Ya me doy cuenta de que se encuentran en plena fiesta. No, sin problemas, la oigo bastante bien. Quisiera preguntarle… Mencionó usted en nuestra conversación de esta mañana que ha redactado algunos artículos para el Hamburger Allgemeine Tageszeitung. ¿Me podría decir qué tipo de artículos, para qué sección?
Una breve pausa y continuó:
—Ah, entiendo. Sí, eso es todo de momento, gracias. Ya nos ponemos en contacto.
Soltó el teléfono en la bandeja central del vehículo.
—Escribe artículos para la sección de Sociedad. Sobre la vida estudiantil. Bares, moda y estilo, esas cosas. Me parece que eso no nos lleva a ninguna parte.
Suspiró.
—No tenemos gran cosa y el tiempo apremia. Ya me imagino el entusiasmo que sentirá Stohrmann.
Erdmann no pudo evitar pensar en el extraño comportamiento del coordinador de la Unidad Especial para con su compañera.
—¿Qué le parece si vamos a comer algo? No he tenido tiempo de tomar nada a mediodía y mi estómago comienza a protestar.
Ella pareció considerar su propuesta unos instantes.
—De acuerdo. Pero más tarde tengo que volver de nuevo a la Jefatura. Tomemos una pizza.
—Una idea fantástica.
La Pizzería «Da Toni» estaba semivacía. Erdmann supuso que la mayoría de los comensales no llegarían hasta una o dos horas más tarde. Eligieron una mesa para dos separada de las demás por una mampara de bambú. En cuanto tomaron asiento se les acercó un sonriente camarero que les tendió la mano a ambos.
—Bienvenidos a la bella Italia —les dijo con marcado acento italiano.
A continuación depositó sobre la mesa dos cartas encuadernadas en piel. Pidieron agua mineral, y el hombre desapareció sin perder en ningún momento la sonrisa.
Cuando volvió con las bebidas, Matthiessen se decidió por una ensalada y Erdmann prefirió una Pizza Diavola. Una vez el camarero hubo tomado nota de su pedido, Erdmann se decidió a hablar.
—¿Me explicaría ahora cuál es el problema entre usted y Stohrmann?
Ella rodeó su copa de agua con las manos, contemplándola fijamente, como si se tratase de una bola de cristal.
—¿Por qué le interesa tanto ese asunto? Me ha dejado muy claro en diversas ocasiones la opinión que le merezco y cómo le sienta que sea su superior en este caso. ¿Por qué piensa que me sentiré inclinada a explicarle cuestiones personales?
—Somos compañeros y Stohrmann es nuestro superior. Entre usted y él hay algo que está comenzando a influir negativamente en nuestro trabajo. Creo que tengo cierto derecho a saber qué es lo que sucede y en qué medida nos seguirá afectando en lo que hagamos de aquí en adelante. No sé si me entiende.
Fueron interrumpidos por el camarero, que les sirvió una ensalada y una pizza humeante. Matthiessen habló en cuanto se marchó.
—Entiendo lo que quiere decir, Erdmann, pero…
—¿Qué le parece si comenzamos a tratarnos como los compañeros que somos?
Ella se detuvo, posando en él aquella mirada seca y evaluadora que él había odiado desde el primer día, pero que ahora soportó inmutable.
—Me sorprende —dijo ella finalmente, y un amago de sonrisa pasó fugazmente por su rostro—. Pensé que no le agradaba.
Erdmann sonrió a su vez.
—¿Y quién dice que me guste? —Alzó su copa—. ¿Qué me dice? ¿Puedo llamarla Andrea?
También Matthiessen recogió su copa de la mesa y la sostuvo ante la suya.
—De acuerdo, Stephan.
—Brindemos por atrapar cuanto antes a ese perturbado.
Tomaron un trago, como si hubiesen brindado con champán, y a continuación le prestaron atención a la comida.
—Dime qué ocurre entre Stohrmann y tú —insistió Erdmann una vez hubo troceado su pizza en ocho porciones como si se tratase de una tarta—. ¿Por qué se comporta de esa forma tan extraña contigo?
Matthiessen tomó aire.
—De acuerdo. Te haré un resumen. —Hizo una pausa antes de continuar—: Cuando llegué a la policía criminal, hace diez años, me pusieron bajo la tutela de un agente más experimentado, ya sabes cómo funciona eso. Un hombre muy agradable, se ocupó de mí maravillosamente. Aprendí mucho en poco tiempo y tenerlo como compañero resultó muy tranquilizador, pues sabía que podía confiar plenamente en él. Llevábamos aproximadamente cuatro meses trabajando juntos, cuando, en un caso de asesinato, decidimos seguir un aviso anónimo. Investigamos a un hombre de Dulsberg, cuyo vehículo supuestamente había sido visto en las cercanías del lugar del crimen. El hombre nos abrió la puerta, y, cuando supo quiénes éramos, nos rogó amablemente que entráramos. Nosotros… nos equivocamos. Una vez en el salón se colocó a mis espaldas y me arrebató el arma. Debía de saber manejarla, porque antes de que mi compañero pudiese reaccionar, le quitó el seguro y le disparó. No sé por qué se conformó con dispararle a él, pero yo tuve suerte, pues sólo me golpeó en la cabeza y después huyó. Un par de días más tarde se le detuvo en un control de carretera en Bremen. Mi compañero fue herido gravemente; falleció dos días más tarde a consecuencia de aquella herida de bala.
Pinchó con el tenedor entre las hojas de la ensalada.
—Por supuesto, hubo una investigación. No me expedientaron, a lo que ayudó lo que les contó mi compañero antes de morir.
Volvió a remover en su ensalada.
—Lo lamento muchísimo —dijo Erdmann, y dejó transcurrir unos instantes antes de preguntar de nuevo—: Pero ¿en qué medida está todo eso relacionado con Stohrmann?
Matthiessen alzó la cabeza y fijó en él sus ojos húmedos.
—Mi compañero de entonces, el hombre que murió de un disparo realizado con mi pistola, se llamaba Dietmar Stohrmann. Era el hermano mayor de Georg Stohrmann.
—Mierda —se le escapó a Erdmann, y de un plumazo lo comprendió todo: el comportamiento de su superior, por qué Matthiessen era tan exigente con las normas y por qué cuidaba tanto de que todo se realizara a la perfección.
—Pero tu compañero te exculpó…
—A pesar de todo Georg Stohrmann siempre me ha culpado de la muerte de su hermano, y en el fondo está en lo cierto. Si hubiese sido más cuidadosa… —Tomó un trago de agua—. Pedí que me trasladaran de sección. Georg Stohrmann trabajaba en la mía, y quería evitar que tuviéramos que coincidir a diario. En los últimos diez años apenas nos hemos visto en dos o tres ocasiones, en alguna intervención, de vez en cuando en la Jefatura. No hemos tenido ningún otro tipo de contacto. Pero a lo largo de estos años he constatado que casualmente se me asignaban siempre los peores servicios y los casos más desagradables. Y hace un par de días se me eligió como coordinadora suplente para la Unidad Especial Heike. Al parecer Stohrmann me propuso para el puesto personalmente, y siento que sólo puede existir un único motivo: quiere mostrarles a todos lo incapaz que soy y demostrar con ello que la muerte de su hermano fue responsabilidad mía.
—Si se dedica a realizar cruzadas personales en su trabajo sólo demostrará que el incapaz es él.
Ella soltó una breve risa amarga.
—Sí, así es como usted… como tú lo ves. Pero dudo que él comparta tu opinión.
—¿Por qué no rechazaste formar parte de esta unidad?
—Hubiera insinuado que siento temor de él, o que reconozco mi culpabilidad de alguna manera.
—¿Le temes?
Reflexionó unos instantes para a continuación sacudir la cabeza.
—No, no le temo. Sé que no estuve brillante en aquella ocasión, pero lo que sucedió no tuvo nada que ver con una posible incapacidad mía y estoy convencida de que también le hubiera podido suceder a un agente más experimentado. Nadie pudo haber previsto aquello.
—Me alegro de que lo veas de ese modo.
De nuevo soltó aquella risa suya desprovista de alegría.
—No es más que el resultado de interminables sesiones de terapia con el psicólogo de la Policía.
Durante un rato comieron en silencio, hasta que fueron interrumpidos por el sonido del teléfono móvil de Matthiessen. La conversación no se demoró más de dos minutos, que Erdmann aprovechó para dar buena cuenta de su pizza. Finalmente, ella colgó y miró a su compañero.
—Se ha recibido una llamada anónima en la Jefatura; una mujer, en un lugar en el que se oía música de fondo. Ha facilitado un enlace de una página web que publica relatos policíacos, y un nombre de usuario, el doctor S., indicándoles a los compañeros que se trata de alguien que debemos investigar. El doctor S. tiene dos relatos colgados en esa página.
—¿Y? ¿Qué tiene que ver con nuestro caso?
—Nos interesa el usuario. Los compañeros han logrado averiguar su identidad a través de su correo electrónico.
—¿Y?
—Se trata de Dirk Schäfer, el novio de Nina Hartmann.