I
Días antes
Cuando despertó, su espalda ardía. Como si al abrir los ojos se hubiera puesto en marcha un aterrador mecanismo, su pulso comenzó a extender con intensidad un dolor apenas soportable que se desplazó desde algún lugar situado justo debajo de su hombro izquierdo hacia el resto de su cuerpo.
Estaba tumbada boca abajo, sobre una base fina, muy delgada, y sus brazos colgaban a izquierda y derecha. Los sentía atados en algún punto por debajo de aquella camilla, y tampoco se hallaba en disposición de mover las piernas, a las que algo indeterminado que rodeaba de forma dolorosa sus tobillos mantenía inmovilizadas.
Ignoraba cuánto tiempo llevaba así. No era capaz de determinar cuándo se había desmayado para volver después a ese frío universo de dolor y terror; un horror que estaba a punto de anular su cordura.
El tiempo se había convertido en un concepto carente de significado para ella. Deseaba gritar. No, más bien, necesitaba gritar. Pero de su boca sólo pudo escapar una especie de graznido, un sonido como el que hubiera producido una hoja marchita que se hubiese resquebrajado. De nuevo la inundó un pánico intenso. Su garganta se cerró, su respiración se volvió dificultosa, casi imposible… Gimió, alzó la cabeza todo lo que pudo en un movimiento reflejo y, de inmediato, su cuerpo se rebeló en un espasmo fruto de la angustiosa combinación producida por la repentina falta de oxígeno y una rabiosa explosión de dolor. Comprendió de alguna manera que necesitaba calmarse, que el terror le estaba robando el aire que precisaba, e intentó quedarse quieta. Aguardó un poco, comprobó que el respirar le resultaba menos dificultoso y dejó caer la cabeza, muy despacio, ya que cualquier movimiento que realizaba le producía un dolor insoportable.
Cuando su mejilla se halló de nuevo descansando sobre la dura base, se enfrentó, entre quejidos, a la oscuridad. No era capaz de articular palabras en su pensamiento, de modo que éste le presentó imágenes, fotografías mentales de su madre. Los quejidos se transformaron poco a poco en llanto, un llanto desesperado y producto del dolor.
El chirriar de la puerta la hizo enmudecer de repente. Se envaró, con la mirada fija en la ruinosa pared de ladrillo que tenía a su lado, y que ahora ocupaba todo su campo visual. Aguzó el oído, llena de pánico, buscando alguna señal tras de sí, intentando identificar el sonido, quizá, de unos pasos, pero sólo percibió el acelerado ritmo de su propio aliento. Aguantó la respiración y sintió el corazón bombear en su pecho. Se agarró a la absurda esperanza de que el monstruo sólo pretendiera observarla, sin intención de hacerle más daño. No más dolor, por favor, no más dolor. ¿A dónde se había marchado su madre? Solo hacía un momento que la había visto allí, con ella…
Un jadeo. Y ahí estaba de nuevo, detrás de ella.