IV
Antes
Aunque entumecidos por el dolor, sus sentidos registraron cómo se abría una puerta en algún lugar a sus espaldas. Despacio, muy despacio, como si de un cuidadoso ladrón se tratara, se filtró la luz en la habitación.
Cuando oyó acercarse los pasos, cerró los ojos. Tal vez el monstruo se decidiera a dejarla con vida si no podía identificarlo. Tal vez no hubiera motivo alguno para matarla. Ella no sabía… no podía ofrecer ninguna descripción. Quizá entonces… Ahí estaba de nuevo, aquel terrible jadeo. Sobre ella. Creyó sentir al monstruo examinando su espalda. Otra vez no, pensó.
—Por favor, no —suplicó.
Aguardando la llegada de más dolor contuvo instintivamente la respiración y apretó los dientes, aunque a los pocos segundos tuvo que separarlos y abrir la boca para tomar aire, pues creyó ahogarse allí mismo, aunque no era más que el terror el que le oprimía la garganta. A su lado apareció una mano, sosteniendo un vaso de agua. Otra mano se posó en su frente y desplazó su cabeza hacia atrás, el vaso se acercó a sus labios. Cuando las primeras gotas cayeron en su boca fue consciente de cuán terrible había sido su sed. Bebió con ansia, se atragantó, tosió, el agua resbalaba por su barbilla, pero no dejó de beber hasta que apartaron el vaso.
—Debes de estar hidratada —dijo una voz junto a su oído. Su mente se agarró a aquellas palabras, profundizando en aquella voz, que le gritaba algo que no podía creer. Su cabeza, de repente liberada de aquella mano, cayó hacia delante y se golpeó la barbilla en la dura base. Gimió, y el sabor como de cobre de su sangre se extendió en su boca. Percibió una oscura sombra. Alzó ligeramente la cabeza y distinguió una silueta, vestida con un mono oscuro, brillante. Sus ojos recorrieron aquella figura, subieron siguiendo la línea de la cremallera, alcanzaron el cuello, la barbilla. Finalmente contempló el rostro del monstruo… y quedó petrificada. La invadió el más absoluto terror, mientras susurraba:
—¿Usted?