XIII

Antes

Había desistido en su intento de hablar con la otra chica. Y también ésta, allí de pie ante ella, se había tranquilizado. En algún momento había dejado de moverse, en cuanto había comprobado que cualquier acción por su parte sólo facilitaba que se ahogara. Tampoco intentaba hablar. De vez en cuando suspiraba y gemía a través de la cinta aislante, un sonido lejano que no le interesaba.

Se había retirado al interior de sí misma y no quería saber lo que sucedía en el exterior, ni en aquella habitación, ni en el mundo entero. Así todo estaba bien. Incluso el dolor había permanecido fuera, el mundo de pesadilla exterior. Ella ya no sentía nada. Antes no había notado lo hermoso que era retirarse al interior de uno mismo. No, no era verdad, sí que conocía aquella sensación. Sólo que había transcurrido tanto tiempo que no lo recordaba. Cuando no era más que una niña pequeña se había refugiado con frecuencia en ese lugar interior, muy profundamente; por las noches, cuando despertaba, temiendo a monstruos y brujas que tal vez la esperaran en la oscuridad de su habitación. Se cubría la cabeza con la manta, cerraba fuertemente los ojos e imaginaba estar encerrada en un impenetrable capullito. El mundo se había dividido entonces en el exterior, frío y peligroso, y el interior, calentito y seguro. Podía dormir tranquila, porque sabía que nada le sucedería mientras permaneciera dentro.

Había decidido refugiarse en ese interior. Su mente le había indicado que se rendiría de forma definitiva si se la obligaba a salir, a permanecer en aquella habitación, a padecer aquel dolor.

No volvería. Se sentía satisfecha, si, incluso feliz. Como la niña pequeña que fue una vez. En su capullito. Deseaba cantar, y lo hizo, con aguda voz infantil.

Llega el cazador en busca de animalitos, cuidado, cuidado, cuidado animalitos, el cazador os atrapará, el cazador a todos matará.

Oh, cazador, nos haces reír, qué cosas se te pueden ocurrir.

Contentos están los animalitos, no aciertas con tu escopeta ni un poquito.