IX
Antes
Una voz se infiltró en su conciencia desde algún lugar cercano. ¿Una voz infantil? Una especie de canturreo, una breve sucesión de tonos agudos que resultaban en cierto modo aterradores. Y palabras. No era capaz de distinguirlas, pero… le resultaban familiares. Y también conocía aquella voz, reconoció la vibración de su pecho… Sí, era ella misma quien cantaba, de forma monótona, su propia voz, demasiado aguda para una mujer adulta.
Con aquella revelación pudo identificar también las palabras. No porque las pensara mientras las cantaba, pues se limitaba a escuchar aquella voz infantil que era la suya como si no lo fuese, pero comprendía las palabras. Una canción de su niñez. ¿De dónde la había sacado? ¿Quién la había cantado con ella? ¿Su madre? No, su madre no solía cantar.
Llega el cazador en busca de animalitos, cuidado, cuidado, cuidado animalitos, el cazador os atrapará, el cazador a todos matará.
Había muchas más estrofas, según creía, pero su voz repetía una y otra vez solo esas palabras. Le parecían terribles, no podía soportarlas, quería dejar de repetirlas… pero no fue capaz. Ni siquiera podía taparse los oídos. De qué hubiera servido. Sólo pudo callar en el momento en el que se abrió la puerta. El chirrido metálico de las bisagras atravesó el silencio de forma dolorosa. Escuchó pasos poco después, la suciedad del suelo crujió bajo su peso. Los crujidos le provocaban dolor de cabeza.
Animalitos, cuidado, cuidado, cuidado animalitos, el cazador a todos matará.
El monstruo rodeó la camilla sobre la cual yacía la mujer muerta, se detuvo delante de ella y la miró.
—Pronto —susurró roncamente—. Pronto.
Se apartó de ella, empujó la camilla hacia la puerta y desapareció de su vista. Se cerró la puerta y durante una fracción de segundo se extendió por aquella habitación un plúmbeo silencio.
Ay, ay, pobrecitos, cazador, te quiero rogar, a mis niños debes perdonar, son jóvenes y pequeñitos.