UN HOMBRE CON FUTURO
El juez Fontane abrió el cajón superior derecha de su mesa de despacho.
Sacó un expediente, lo abrió ante él, y copió palabra por palabra la nota informativa que le había hecho llegar, a petición suya, el Secretario General de los servicios de policía de la Prefectura del Hérault.
He aquí lo que escribió, mientras sus ojos vivaces iban y venían de uno a otro texto:
Gilbert Cabanel, 36 años, domiciliado en el número 54 del boulevard du Jeu-de-Paume, en Montpellier. Agregado de la Universidad, doctor en ciencias, tesis de doctorado hace cuatro años sobre «Coextensividad y probabilidad en Altas Matemáticas». Desde hace dos años encargado de curso. Dirige el «Seminario de investigación operacional».
Antecedentes: familia originaria del Alto Languedoc, medio modesto. Hijo de Anselmo Cabanel, empleado de correos, y de Noemí Cabanel, nacida Roques, lavandera. Principios difíciles. Un niño dotado. Al salir de la escuela primaría le es concedida una beca para permitirle abordar el ciclo secundario. Obtiene los dos bachilleratos con mención de honor. Licenciado a los 22 años. Doctorado a los 28. Calificación excepcional.
Vida privada ejemplar, totalmente consagrada a su actividad docente y a la investigación. No bebe, fuma poco, no practica deportes, no se interesa en política. No se le conoce ningún lazo afectivo. Desde la muerte de su padre vive solo con su madre hasta el fallecimiento de esta última.
El 5 de enero último pidió al Rector unas vacaciones de tres semanas, a partir del 5 de febrero, para trasladarse a París. Motivo invocado: entrar en conocimiento con los manuscritos alquimistas de origen español (siglo XII) que se hallan conservados en la Nacional. Ha reservado una habitación en un hotel de la orilla izquierda. Tomó en Montpellier el tren del domingo 6 de febrero por la noche.
El juez Fontane cerró el expediente que acababa de consultar y cogió las tres hojas azules que el comisario Beugnot le había enviado a finales de la semana anterior.
Era el informe del último interrogatorio de Cabanel.
El juez inclinó la cabeza con aburrimiento y reemprendió su trabajo de escriba.
Pregunta: ¿Cuál fue el empleo de su tiempo entre el lunes a las nueve de la mañana y el martes a las dieciocho de la tarde?
Respuesta: Protesto. Usted me arrestó el lunes por la tarde.
Pregunta: Repito mi Pregunta: ¿cuál fue el empleo de su tiempo desde su descenso del tren hasta mi llegada a su habitación?
Respuesta: Salí de la estación. Esperé cerca de una media hora un taxi. Me hice conducir a mi hotel. Ordené mis asuntos y saqué mis documentos de trabajo. Después tomé un baño y me afeité. Poco antes del mediodía, me dirigí a un restaurante de la calle Soufflot. Salí de allí a las dos. Me dirigí entonces hacia el número 29 del boulevard de l'Observatoire, donde tenía cita con mi colega Meyroiuitz, para confrontar mis últimas hipótesis con las suyas. Trabajamos hasta las cuatro.
Pregunta: ¿Cree usted necesario insistir en este primer punto? Sabemos que su coartada es válida hasta las dieciséis. Pero ¿y después?
Respuesta: Después, me dirigí a la Nacional para retirar la tarjeta especial que me daría derecho a consultar los manuscritos reservados. Pero llegué cuarenta minutos más tarde ante unas oficinas cerradas. Esto me contrarió. Erré por los pasillos en busca de algún funcionario.
Pregunta: ¿Y lo encontró?
Respuesta: ¡No!
Pregunta: ¿Alguien pudo verle?
Respuesta: No lo creo. Era ya casi de noche y la luz de los corredores no había sido encendida.
Pregunta: ¿Fue en aquel momento cuando encontró usted a Kristina?
Respuesta: Sí. Pensé que sería una lectora. Le pregunté: «¿Sabe usted si hay algún servicio abierto?» Me respondió en un buen francés, aunque con un bien marcado acento que al principio creí que sería alemán: «Tengo cita a las cinco con el jefe del despacho C». La seguí. Nos presentamos. Cuando supimos que ambos éramos matemáticos, simpatizamos.
Pregunta: ¿Cómo era la señorita Eriksen?
Respuesta: Muy joven. Muy hermosa. Con un rostro radiante de inteligencia y de dulzura.
Pregunta: ¿Cómo pudo usted darse cuenta de ello, puesto que usted mismo nos ha dicho que la oscuridad era casi total?
Respuesta: Señor comisario, ésas son cosas que se observan desde dentro. La iluminación del lugar no tiene nada que ver con la luz.
Pregunta: ¿Cómo iba vestida?
Respuesta: Un impermeable beige y un bolso de cuero leonado que llevaba colgado al hombro.
Pregunta: ¿Qué clase de zapatos?
Respuesta: Si mis recuerdos son exactos, creo que zapatos planos.
Pregunta: ¿Sabe usted que, cuando descubrimos el cuerpo de Kristina Eriksen, el martes por la mañana, en el vagón número 9, la joven estaba completamente desnuda?
Respuesta: Sí. Usted me lo ha dicho.
Pregunta: ¿Sabe usted también que, en el compartimento vecino, hallamos un impermeable beige, un bolso de cuero y unos zapatos planos?
Respuesta:....y usted, ¿sabe que la torre Eiffel tiene tres pisos?
Pregunta: Volvamos a su pretendido encuentro del lunes con ella. ¿Qué hicieron ustedes después de haberse sentado en el banco?
Respuesta: Hacia las cinco y diez, ella me hizo observar que al funcionario tal vez se le hubiera olvidado la cita que le había señalado. Añadió que sentía frío. Yo le propuse que fuéramos a tomar un té en una cervecería de la calle Richelieu.
Pregunta: ¿Ella aceptó?
Respuesta: Sí.
Pregunta: ¿Adonde fueron?
Respuesta: Debo hacer observar que no lo recuerdo exactamente. Era, creo, al extremo de una calle.
Pregunta: Es una lástima que nadie recuerde ni el rostro de usted ni el de ella.
Respuesta: Permanecimos allí muy poco tiempo.
Pregunta: ¿Le gustaba Kristina?
Respuesta: Era muy hermosa. Había en ella algo misterioso que me atraía. Algo que no había observado nunca antes en nadie, principalmente en una mujer, una especie de certitud, de indiferencia por todo lo que no sea esencial. Usted sabe, soy un hombre de ciencia, no un Don Juan. Tal vez lo que me gustaba más de ella era que perseguía unos trabajos muy cercanos a los míos sobre las relaciones entre el Tiempo y el Espacio.
Pregunta: ¿A qué se refiere esto?
Respuesta: Es difícil de explicar en pocas palabras. Digamos que se refiere a las investigaciones sobre el «segundo estado del universo».
Pregunta: ¿Y qué es esto?
Respuesta: Acaba de descubrirse el «cuarto estado de la materia». Algunos, como yo, piensan que, más allá, hay un «segundo estado del universo». Kristina lo piensa también.
Pregunta: Querrá decir «lo pensaba».
Respuesta: Si usted lo quiere así. Lo que quiero decirle es que parece verosímil creer que, en este estado, el universo no conoce ni pasado, ni presente, ni futuro, sino un Tiempo Puro.
Pregunta: ¿Habló usted también de «esio» con Kristina?
Respuesta: Sí, casi en seguida, después de las pequeñas trivialidades al uso. Es precisamente para esto para lo que decidimos volver a vernos por la noche.
Pregunta: ¿Qué trivialidades al uso?
Respuesta: Ya no recuerdo. ¡Sí! Por ejemplo, cuando nos sentamos en el banco, ella me dijo que se sentía muy impaciente porque llegara el viernes por la noche, porque al dirigirse a la Nacional, había sido filmada en la calle Montpellier por un periodista de la «Revista Femenina» de la televisión. Éste le había Preguntado a quema ropa sobre sus impresiones de extranjera en París, principalmente sobre las condiciones de su trabajo de auxiliar en el C.N.R.S. Pero, inmediatamente después, pasamos a temas serios.
Pregunta: ¿Cómo se explica usted que hayamos encontrado en su bolso una nota fechada el lunes a las diecisiete cincuenta, idéntica en todos sus puntos a la que usted estaba redactando cuando entré en su habitación?
Respuesta: No me lo explico en absoluto.
Pregunta: ¿Cuándo dejó usted a Kristina?
Respuesta: Después de haberla invitado a cenar. Hacia las cinco y media. Debía pasar a buscarme a mi hotel hacia las seis. Precisamente para que yo le diera la copia de la nota de la que me habla usted.
Pregunta: ¿Y después?
Respuesta: Después ha empezado la pesadilla.
Pregunta: ¿Cuál pesadilla?
Respuesta: Es usted quien ha entrado en mi habitación, en lugar de Kristina.
Pregunta: Señor Cabanel, sea razonable. No discuto su coartada hasta el lunes a las seis de la tarde. Lo que quiero saber es lo que ha hecho usted desde el lunes por la tarde hasta el martes a las diez de la mañana.
Respuesta: Pero ya le he dicho que no ha habido noche del lunes al martes. Si usted lo prefiere así, la noche del ¡¡unes al martes la he pasado en sus locales, sufriendo sus interrogatorios.
Pregunta: No, señor Cabanel, los interrogatorios han sido en la noche del martes al miércoles. ¿Conoce usted el testimonio del portero de su hotel?
Respuesta: No.
Pregunta: ¿Permite usted que se lo lea?
«Yo, firmado Bondouffle, León, empleado de hotel, certifico haber visto al cliente de la habitación número 12, señor Gilbert Cabanel, entrar en el hotel el lunes 7 de febrero hacia las seis menos veinte de la tarde. Al tomar su llave, el señor Cabanel me dijo: "Espero una visita a las seis. Una señorita. Dígale, por favor, que suba a mi habitación".
«Algunos minutos más tarde, sonó el teléfono de la centralita. Era una llamada del exterior. Una voz de mujer, con acento extranjero. Preguntaba por el señor Cabanel. Pasé la comunicación a éste. Pero como, desde la centralita, se pueden oír todas las comunicaciones, y el comportamiento de este cliente me parecía ya extraño, seguí la conversación. La interlocutora dijo: "Voy a buscarle dentro de diez minutos. Tomaré mi coche. Pero como no se puede aparcar en las cercanías de su hotel, le agradecería que estuviera a las seis en punto ante la puerta". "De acuerdo, allí estaré", respondió Cabanel. Y colgó.
»A las seis en punto, el cliente salió del hotel. Lo vi subir a un coche negro. Un Peugeot, creo. Pero no podría asegurarlo. Iba conducido por una mujer que llevaba un impermeable. No regresó al hotel hasta la mañana siguiente, la del martes, hacia las diez. No iba afeitado, tenía las facciones distendidas, parecía muy cansado, y observé que sus zapatos estaban manchados de barro.
»Me sentí muy sorprendido por su comportamiento. No sé nada más. Esto es todo lo que tengo que decir. Una vez leído, persisto y firmo: Bondouffle, León.»
Pregunta: ¿Qué es lo que usted piensa de esto, señor profesor Cabanel?
Respuesta: Es una locura. No puedo responder a semejantes vaciedades.
Pregunta: ¿No tiene usted otras justificaciones?
Respuesta: No.
Pregunta: Lamento en estas condiciones, señor Cabanel, verme obligado a arrestarle ahora mismo. Sin duda será usted inculpado por la muerte de Kristina Eriksen.
UNAS CONTRADICCIONES QUE NO PARECEN IMPUTABLES ÚNICAMENTE A LOS SERES HUMANOS
El juez Fontane miró su reloj, cerró su estilográfica, se levantó y se fue a comer.
Durante la comida, que consumió a solas, en un restaurante cercano al Palacio, no dejó de pensar en su asunto.
Regresó a su despacho cuando aún no había transcurrido una hora desde que salió, y volvió a emprender la redacción de su balance. Pero una idea demasiado extraña comenzaba a precisarse en un rincón de su cerebro. Decidió dirigir sus investigaciones en la dirección hacia la cual se orientaba.
Escribió:
Todo ocurre en esta historia como si una franja de indeterminación rodeara los hechos. Algo como la extensión, a escala humana, del famoso principio de incertidumbre que gobierna las partículas elementales. Se sabe que, al nivel de éstas, no se puede llegar a determinar la posición de un electrón más que si se renuncia a conocer su masa, e inversamente. Es exactamente lo que nos ocurre a propósito de Cabanel y de Kristina. No hallamos la solución a este problema. No porque nos falte un eslabón, sino porque tenemos demasiados. Más exactamente, porque algunos de ellos son incompatibles con los demás. Desmontamos un coche. Y nos encontramos después con una serie de piezas suplementarias que nos permiten montar además -debería más bien escribir primero— una máquina de escribir. Esto no es normal.
Sabemos que Kristina ha sido asesinada en el tren 704, en la noche del domingo al lunes.
Hechos que no pueden ser contradichos nos lo prueban.
En primer lugar, sabemos, que el sábado 5 de febrero, después de haber alquilado un coche sin chofer, Kristina anunció a su hotel de la calle Cassette que iba a descansar durante una semana en la región de Macón, en casa de una de sus compañeras de trabajo. Incluso precisó que volvería de todos modos a pasar el día del lunes a París, entre dos trenes, ya que debía ir a la Nacional para recoger un informe que debía haberle sido remitido el viernes precedente, pero que no estaba aún listo. Prefería hacer esta ida y venida antes que perder el beneficio de un fin de semana relajador.
Después, tenemos una prueba del momento exacto de su muerte. Esta prueba ha sido proporcionada por la autopsia. El examen de los tejidos ha permitido al médico forense fijar el deceso más de veinticuatro horas antes del descubrimiento del cadáver.
No es posible en estas condiciones que Cabanel haya ejecutado su acto en la noche del lunes al martes, al menos después de las seis de la tarde del lunes, que es el momento en que este cesa de tener una coartada. Los expertos médico forenses son formales en este punto. En el estado actual de los métodos de análisis fitológicos, es imposible equivocarse en la evaluación del tiempo en más de un 20%. Y, si se retiene la tesis de la muerte en la noche del lunes al martes, el error alcanzaría de un 300 a un 400%.
Por otro lado, esta tesis es inverosímil. ¿Cómo podría haber sabido Cabanel dónde estaba detenido el vagón número 9 del expreso 704? ¿Por qué milagro hubiera podido encontrarlo en la inmensa red de la estación reguladora? ¿De qué modo hubiera podido transportar el cadáver a más de 20 kilómetros de París sin despertar sospechas, puesto que no disponía de ningún medio de transporte personal?
Finalmente, ¿cómo hubiera tenido la idea absurda de ir a ocultar el cadáver de su víctima en el mismo compartimento en el cual había viajado la víspera, puesto que esto podía llevar automáticamente las sospechas hacia él, y solamente hacia él?
Así pues, una serie de imposibilidades materiales patentes, objetivas, científicas incluso en el caso de la autopsia, nos llevan a una conclusión formal: Kristina Eriksen fue asesinada entre Macón y París entre las cuatro y ¡as nueve de la madrugada del lunes día 7.
Este es el primer aspecto del problema. Todo ello es muy lógico.
Desgraciadamente, hay también un segundo aspecto del mismo problema. Y este no es apenas menos lógico, puesto que un cierto número de conjeturas lo convierten en tal, y puesto que una prueba al menos, material patente, objetiva y científica también, en el sentido fundamental del término, viene a confirmarnos estas conjeturas.
Primeramente, hay el testimonio del jefe de la oficina C de la Nacional, con el cual tenía efectivamente cita Kristina a las cinco de la tarde del lunes. Este funcionario, que había ido al Arsenal, se vio metido en los embotellamientos de la capital y no llegó hasta las cinco y veinticinco minutos, es decir después de la partida teórica de Kristina y de Cabanel. Pero al salir, hacia las seis y media, fue, como cada día, a tomar un aperitivo a la cervecería Richelieu. Preguntó al camarero, al que conocía, si había visto a una muchacha rubia que venía a veces a tomar una taza de té. El muchacho comenzó diciendo que no. Luego dudó. Creía en serio recordar haberla visto, poco antes de las cinco, conversando con un desconocido. Pero declaró no poder afirmarlo. Así pues, un testimonio extremadamente dudoso, pero que tiene pese a todo un cierto valor si se le encastra en los otros tres.
En segundo lugar, hay al menos la llamada telefónica escuchada de un modo un poco indiscreto por el conserje del hotel de los Dos Hemisferios. Esta llamada telefónica fue realizada por una mujer con acento extranjero. Confirmó una cita para las seis. Anunció que vendría en coche, y vino en un Peugeot, e iba vestida con un impermeable.
Todas estas precisiones se hallan al menos muy cercanas a las afirmaciones de Cabanel en el transcurso de sus diferentes interrogatorios.
¿Y Cabanel conocía a alguien en París, aparte Meyrowitz, al que encontró a primera hora de la tarde? No. ¿Tenía amistades femeninas? ¡No! ¿Estaba ya relacionado con una extranjera que hablaba bien el francés, aunque con un fuerte acento que hacía pensar en el acento alemán? Aparte Kristina -lo cual él mismo reconocía—, ¡no! Entonces, ¿qué solución hilvanar? ¿Una cómplice, venida en secreto a París? ¡Estaba fuera de toda lógica! ¿Una sucesión de casualidades? Razonablemente imposible. ¡Queda Kristina! Pero ella no puede no estar muerta. ¿Y por qué habría alquilado un segundo Peugeot, puesto que el primero había quedado en el aparcamiento de la estación de Macón, esperando su regreso previsto para el lunes por la noche?
Finalmente, hay el testimonio mucho más serio de los reporteros de la «Revista Femenina». Y, sobre todo, hay la fotografía. En la medida en que se puede fotografiar a una muerta, andando y sonriendo en la calle Montpensier, casi doce horas después de su deceso en un tren.
Interrogados por el comisario Beugnot en los primeros días de la encuesta, el reportero y el cameraman de la Revista Femeninas reconocieron haber entrevistado con ayuda de un micro portátil y de una cámara disimulada a una joven estudiante extranjera, muy bonita, que declaró llamarse Kristina Eriksen y ser auxiliar en el C.N.R.S.
Beugnot pidió que se le proyectara el reportaje. Desgraciadamente, por razones de horario, la parte en la cual Kristina había sido filmada no había sido montada.
El comisario pidió entonces ver los trozos sobrantes. Para colmo de desgracia, estos habían sido destruidos por los técnicos inmediatamente después del montaje.
Pese a que ambos hubieran reconocido formalmente a Kristina en una foto que Beugnot les presentó, el testimonio de los dos periodistas quedó durante cuarenta y ocho horas sujeto a un punto de interrogación. Tal vez habían comprendido mal el nombre y se habían visto influenciados por el de la víctima, que habían podido leer a la mañana siguiente en grandes titulares en la prensa. Además, en una media tarde gris de invierno, una hermosa rubia vestida con un impermeable y los cabellos sujetos con un pañuelo se parece a muchas otras hermosas rubias.
Fue entonces cuando se presentó al Quai des Orfebres un joven fotógrafo que trabajaba para la revista Elle. Había sido encargado de seguir el reportaje de la «Revista Femenina» para tomar de él una serie de fotos destinadas a ser publicadas. Y, en una de las fotos, figuraba una rubia con impermeable que respondía a las preguntas del policía. Podía reconocérsela perfectamente. Y la comparación de las fotos de Kristina en posesión del comisario con la que le había sido aportada por el fotógrafo de Elle no dejaba ninguna duda. Si no se trataba de Kristina, no podía ser más que su hermana gemela... o su sosia.
Pero Kristina no tenía ninguna hermana.
¡Y es muy raro que el sosia de uno lleve su mismo nombre!
¿Entonces? ¿La foto? ¿O la autopsia?
¿O la «cuarta dimensión»?