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Más tarde, entrada ya la noche, Hargreb abandonó la nave y regresó al poblado. Llevaba consigo un viejo cofre de exótico cuero en el que había guardado los objetos que él consideraba indispensables.

El cielo estaba sorprendentemente negro, y en él estallaban innumerables luces de estrellas. Verdaderas nubes de polvo luminoso marcaban la región de Ofiuchus.

En la gran sala de la casa de los hombres, donde las lámparas de aceite ardían continuamente, Sway y Criilje se habían dormido. Hargreb se inclinó y sacudió al nuevo comandante.

—Es la hora, hijo.

La palabra había acudido de una forma natural a sus labios, y la repitió con un placer nuevo y extraño.

—En pie, hijo. Tú no te quedas aquí.

Sway se levantó silencioso. Sus ojos no perdían de vista a la joven que dormía aún a sus pies. Dormía profundamente, con los brazos cruzados sobre su cuerpo y una expresión iluminada en el rostro. Pero se advertían todavía dos húmedos surcos sobre sus mejillas. Sway sonrió.

—Un sueño natural —suspiró—. Yo jamás pude dormir así.

Descendió un escalón, se volvió hacia Hargreb y le dio una palmada en la espalda.

—Vamos, nuevo colono. Volveré con todos antes de que usted tenga una barba blanca y una veintena de chiquillos a su alrededor.

—Así lo deseo, Sway. De todo corazón.

El joven sonrió. Luego, cuando se había alejado unos pasos, gritó:

—¡Hasta la vista... papá!

Y no podía ni siquiera sospechar el inmenso placer que produjo aquella palabra en Hargreb.

Aquel hombre de edad avanzada contempló la noche un instante, luego se sentó cerca de Criilje y observó el tranquilo ritmo de la respiración de la muchacha.

Al cabo de un tiempo llegó hasta él un vientecillo cálido, una palmada tibia del aire. La sombra de la nave enmascaró furtivamente las estrellas. Luego se oyó un silbido. Se alejaba.

La muchacha se revolvió en su sueño.

Al día siguiente llovieron gruesas gotas. Luego el sol reinó por dos semanas consecutivas. La lluvia volvió al final del verano, con los vuelos de los pájaros marinos que alegraban el agua con sus gritos sonoros.

El año siguiente fue muy cálido, y hubo una primavera deliciosa...

Los que siguieron fueron iguales.